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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reforma en el Vaticano

LA IMPORTANTE reforma de la curia romana hecha por Pablo VI parece haberse quedado pequeña para las necesidades de Juan Pablo II, que prepara ya la reforma de la reforma. Una exigencia debida, sobre todo, al carácter itinerante que el Papa polaco ha dado a su pontificado. Los cambios anunciados días atrás constituyen sólo una parte de esa reforma global, aún in pectore y, sin embargo, han constituido una sorpresa, sobre todo por la decisión del Papa de delegar en su secretario de Estado todos los poderes como soberano del minúsculo, pero emblemático, Estado de la Ciudad del Vaticano. Para hacerlo, Wojtyla ha tenido que cambiar la ley fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano.La importancia de la decisión papal es doble: primero, porque podría tratarse, cara al futuro, de un cambio incluso institucional en el papado, con la separación entre poder espiritual y pastoral, reservado al Papa, y poder temporal, delegado al secretario de Estado. Segundo, porque los poderes civiles y temporales que el Papa detenta como jefe de Estado del Vaticano han recaído esta vez sobre una persona de la categoría y prestigio internacional del cardenal Casaroli.

No cabe duda que Juan Pablo II ha querido reservar su imagen exclusivamente para una misión pastoral a través del mundo. Ha sido hasta ahora, y lo seguirá siendo mientras le asistan las fuerzas físicas, un Papa viajante. Wojtyla cuida mucho su imagen, que había empezado a empañarse, salpicada por los escándalos financieros de su banquero eclesiástico, el arzobispo norteamericano de origen lituano Paul Marcinkus. Juan Pablo II delega todos aquellos poderes temporales y administrativos expuestos a fácil descomposición para evitar de este modo antipáticas repercusiones a su figura de pastor espiritual y de defensor de los derechos humanos. Por otra parte, en los últimos tiempos, la curia romana, sobre todo la de componente italiano, se quejaba de sentirse huérfana porque el Papa polaco se preocupaba del resto del mundo, pero mucho menos de Italia. Entregando esa curia a manos del curial más prestigioso, que es además italiano, diplomático finísimo y profundo conocedor de todos los subterráneos vaticanos, se desentiende de las quejas y las atiende de una vez por todas.

La reforma de Pablo VI había abolido las fuerzas armadas y había despedido a la nobleza romana, que durante siglos había imperado en las habitaciones papales. Se suprimió también la tiara y la silla gestatoria. Ahora es como si Woytila se hubiese dado cuenta, visitando el mundo, de que para cuidar su carisma religioso, le conviene alejarse de situaciones anacrónicas, como la de jefe de Estado, que puede desprestigiarlo.

Más difícil resulta analizar la decisión de delegar en el cardenal Casaroli todo el peso administrativo y financiero del Estado del Vaticano y todas sus difíciles y ambiguas responsabilidades en un momento corno el actual. Si por una parte este "alto y especial mandato", como lo ha llamado el Papa en su carta autógrafa, puede dar mayor peso político a Casaroli, por otra podría revelarse una trampa. Casaroli es conocido en el mundo casi como un vicepapa, mientras ahora será más bien un virrey. Su prestigio radicaba en que ha sido el hombre de la ostpolítik, hijo espiritual de Pablo VI, verdadero ministro de Asuntos Exteriores, especializado en las visitas complejas a los países comunistas y China. De Casaroli se había hablado como de un buen papable, y como continuador en cierto modo de la herencia de Montini en el Pontificado tan diverso de Wojtyla. Su nueva carga de los poderes temporales del Vaticano puede afianzar su prestigio, si no disminuye sus funciones internacionales. Pero si significase que se va a alejar de su misión mediadora y de diálogo a nivel de Estados para sumergirse en la pura administración interna, las cosas serían muy distintas.

Se había hablado de que entre Wojtyla y Casaroli pasaban dos concepciones completamente distintas de la Iglesia. Hasta se llegó a afirmar que el Papa polaco no estimaba a Casaroli por su propensión al diálogo con el mundo comunista; y que si lo había nombrado secretario de Estado, había sido para controlarlo mejor. Ahora hay quien llega a conjeturar que esta nueva responsabilidad podría concluirse incluso con una sustitución del secretario de Estado y que ya existe el sustituto, que sería el cardenal suramericano López Trujillo, amigo personalísimo de Juan Pablo II y que, curiosamente, no ha tenido, como se esperaba, ningún cargo en la nueva remodelación de la curia romana.

Existe curiosidad por saber si Casaroli, por ejemplo, continuará como hasta ahora acompañando al Papa en sus viajes o si se quedará como su sustituto temporal en el Vaticano; si seguirá viajando para representar al Papa en los organismos internacionales; si continuará llevando las relaciones con China. Por lo que se refiere a las otras novedades de la remodelación curial, llama la atención que, por primera vez, los italianos han perdido uno de los dicasterios claves, la Congregación de Obispos, que ha pasado del cardenal Sebastiano Baggi, simpatizante del Opus Dei, al africano Gantin. Se ha afianzado también el proceso de internacionalización de la curia, y se ha consolidado la tendencia a traer a Roma, para gobernar la curia, a obispos residenciales en contacto con sus feligreses, en vez de promover a los curiales.

La no promoción del arzobispo Paul Marcinkus, complicado en oscuros asuntos financieros, parece revelar que Juan Pablo II se ha visto obligado a tomar sus distancias en un caso que podía dañar a su prestigio moral, e incluso religioso, cómo jefe de la Iglesia. Esa consideración parece haber influido mucho en la nueva reforma de la curia.

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