¿Sigue interesándonos el ingreso en la CEE? / y 2
Tras haber analizado los peligros que la adhesión de España a la CEE plantea en el terreno agrícola, el autor expone ahora los. que se presentan e'n la industria. Pese a todo, esta adhesión es algo prioritario para España, tanto en el terreno político como en el económico, pues, en caso contrario -señala citando a Toynbee, cuando habló sobre el caso británico-, "si no queremos intentar configurar ahora nuestro futuro en una unión efectiva con Europa, asunúremos la suerte de la mujer de Lot".
La reestructuración dinámica de nuestra industria y el ingreso en la CEE -ambas, tareas históricas insoslayables- se interrelacionan desde el comienzo como un nexo de mutuo refuerzo y consolidación, pues la primera constituye un ingrediente indispensable, tanto para que España defina su personalidad industrial en el ámbito internacional y se asegure la participación en la tercera revolución industrial como para que nuestro sistema económico pueda afrontar un proceso de integración en IA CEE bien concebido, que encauce su dinamismo potencial y propenda a lograr el máximo crecimiento y bienestar social.En materia de ordenación industrial y de calendario del período transitorio de desarme arancelario, la posición de la Comunidad respecto del papel a desempeñar por la industria española en el conjunto europeo se apoya en dos proposiciones básicas. De un lado, es necesario que, cuanto antes, España aplique políticas de reestructuración de los sectores en crisis acordes con las políticas comunitarias en vigor, de tal forma que nuestra industria: reduzca satisfactoriamente sus potenciales excedentes de producción en los sectores básicos. Por otra parte, el Acuerdo Preferente de 1970 -alega la Comunidad- ha beneficiado más a España que a la CEE, como lo ponen de manifiesto la penetración y pujanza de las exportaciones industriales españolas. en el mercado comunitario, y, por tanto, "en justa reciprocidad", España- debería reducir rápidamente sus barreras arancelarias. Además la industria española no de bería tomar tanto un rápido desarme arancelario, sobre todo si es capaz de aprovechar los beneficios inherentes al comercio libre y a las mejoras de productividad asociadas a las economías de escala y a una asignación de recursos más eficiente.
Cautelas en la industria
Sin embargo, la industria española no puede pensar solamente en los "automatismos benefactores" de la integración, pues es notorio que a veces se exageran las ventajas del libre cambio y de la especulación. En este sentido, la argumentación de la comisión olvida que la reestructuración industrial que España tendrá que realizar con ocasión del ingreso en la CEE, no sólo debería representar la reducción o el desmantelamiento de ciertas actividades, sino que necesariamente habrá de abordar la promoción y el desarrollo de nuevos sectores industriales de vanguardia que sean capaces de absorber el empleo sobrante en los sectores más tradicionales. Crear una estructura industrial solidaria y hasta cierto punto complementaria dentro del mercado europeo sería razonable si el ajuste español a los objetivos de las políticas comunitarias de reestructuración tuviese como contrapartida los beneficios del régimen de ayudas previstas por el Ejecutivo europeo para los sectores en crisis. Por otra parte, en el supuesto bastante probable de que un brusco desarme arancelario viniese acompañado de la desaparición de un segmento importante de la estructura industrial española, la CEE poco o nada podría hacer a través de intervenciones activas o mediante transferencias de recursos para compensar las pérdidas irreparables de producción y de empleo en que se habría incurrido.
De nuevo la experiencia italiana nos aporta enseñanzas que no conviene echar en saco roto. En buena medida, la desigual evolución sectorial de la industria italiana en las dos últimas décadas ha sido el resultado histórico de las decisiones de inmediata liberalización e integración sin cautelas dinámicas, que la han orientado hacia la especialización en productos de escaso contenido tecnológico.
Del mismo modo, si España consolidase su especialización en sectores tradicionales, no sólo los efectos positivos de creación de comercio se agotarían rápidamente -como pone de relieve el caso italiano-, sino que, a medio y largo plazo, la posición política de España en las instituciones comunitarias se debilitaría progresivamente, -ya que nos veríamos obligados a pedir que la CEE artbitrase complejos mecanismos de protec ción de los sectores industriales regresivos. Con niveles salariales europeos, la competencia de los países en vías de desarrollo haría insostenible una estrategia indus trial de este tipo. De ahí que no compartamos las "verdades con vencionales" de la teoría económi ca en las que se apoyan las tesis comunitarias y que encierran el grave peligro de que su aceptación por España cierre uno de los pocos caminos que le quedan a la industria española para salir del es tancamiento tecnológico actual, tan peligroso en el orden social como en el político. Desde el punto de vista estrictamente técnico, España tiene que conseguir una inserción inteligente de su economía en la economía comunitaria. Esta inserción presupone mucho y, en primer lugar, exige un acuerdo de adhesión globalmente equilibrado que refleje un adecuado balance entre costes y beneficios para cada una de las partes y satisfaga un mínimo de expectativas realistas.
Los límites del acuerdo
A pesar de sus actuales deficiencias estructurales, con la participación en la política agraria comunitaria (PAC), la agricultura española puede encontrar un apoyo insustituible para su modernización y racionalización. En cuanto a la industria, la CEE y España deberían unificar sus criterios y llegar a un acuerdo para que, de un lado, la industria española pueda emprender el desarrollo y la potenciación de sectores y empresas dinámicos, y, del otro, la adaptación de los sectores comunitarios en crisis no conlleve costes y tensiones innecesarios por motivo de la adhesión.
En cualquier caso, ni la adopción de la PAC, ni la asimilación de la unión aduanera, ni la integración en la disciplina CECA deberían obligarnos a efectuar ajustes irracionalés en nuestra economía que supusiesen la renuncia a nuestras grandes posibilidades de crecimiento futuro. En última instancia, las consecuencias que se deriven del proceso de integración en la CEE dependerán estrechamente tanto de las "condiciones de entrada" como de la política gubernamental que se aplique durante esta década.
Si la Comisión evita que la reorientación de la industria española sea objeto de excesivo control y de riguroso examen en la fase de despegue y de empuje inicial, y facilita la utilización de las cláusulas de salvaguardia, para retrasar o escalonar en el tiempo la liberalización comercial cuando las importaciones superen la capacidad de adaptación de los incipientes sectores españoles de vanguardia, estaremos en el buen camino para resolver -con costes sociales soportables- las dificultades que presentará nuestra entrada tardía en la CEE. En caso contrario, hay que recordar lo que ya ha sido repetidamente anunciado por las autoridades comunitarias y de los Estados miembros -y que es evidente en el caso británico y en el más reciente de Grecia-, es decir, la práctica imposibilidad de modificar "desde dentro" y a corto plazo las condiciones de entrada para hacerlas más compatibles con nuestros intereses nacionales.
Ahora bien, si el balance entré costes y beneficios no se va a saldar con la prosperidad que prometía la adhesión en épocas anteriores, si el ingreso en la CEE actual tampoco traerá consigo la solución automática a nuestros problemas económicos y en algún caso puede acentuarlos, ¿por qué sigue interesándonos el ingreso en la CEE?
Opción política y económica
En cuanto hace a España, la cuestión de si debemos integrarnos en la CEE se convierte en una opción que no podemos asumir o abandonar solamente en función del precio, o a beneficio de inventario. En su configuración actual, la adhesión a las Comunidades Europeas se justifica sobre todo en términos políticos. En términos económicos, también es evidente que España obtendrá beneficios que no conviene subestimar, pues la integración es un proceso de apertura al exterior, cuya lógica in vita a acrecentar la productividad, y, al adoptar el modelo económico comunitario, nuestra economía podrá desprenderse de no pocas inercias y disfuncionalidades cró nicas. Sin embargo,.se impone una visión de mayor alcance de nuestro ingreso en la Europa comunitaria. Para España, la "opción Europa" no debería reducirse al balance costes-beneficios, por muy importante -y lo es- que sea la justificación técnico-económica de las condiciones de la adhesión, porque, como recordaba el gran historiador británico Arnold Toyribee -al defender la integración del Reino Unido en la Europa de los seis-, "si no intentamos configurar ahora nuestro futuro en -una unión afectiva con Europa, asumiremos la suerte de la mujer cle Lot. Si ustedes quieren ver lo que es petrificarse en una colmena de sal, miren a la España y al Portugal de hoy". Por eso, para comprender la dimensión y relevancia históricas de la opción europea de España, además de los argumentos expuestos con anterioridad, la opinión pública debería de tener presente que:
a) La CEE es el más denso núcleo humano regido por sistemas democráticos y uno de los más firmes reductos de las libertades individuales y colectivas. Si España se convierte en miembro de la CEE, se abrirán nuevas oportunidades de toda índole para la mayoría de los ciudadanos en la mayor parte de las situaciones de la vida.
b) Aunque hoy sea menos perceptible, la Comunidad es una organización económica con objetivos políticos y, de hecho, la experiencia cotidiana demuestra que no podemos aislar la política económica de la política a secas; la cooperación económica en la CEE revierte constantemente en el área de la alta política. Un país como España, que está buscando una nueva definición de su personalidad internacional, no puede permitirse el ser marginada del bloque europeo. Para nuestro país, el ingreso en la CEE es un cambio de rumbo en su historia más reciente; la vuelta definitiva de la página de nuestro aislamiento exterior. Dentro de la CEE, España no sólo será un factor de equilibrio en el marco europeo, sino un factor dinamizador básico en el marco más amplio de la cooperación entre Europa y América Latina.. En definitiva, estando en la CEE, jugando un papel positivo y original dentro de la misma, aportando nuestras iniciativas y estableciendo una política coherente y de objetivos claros a largo plazo, España no sólo puede y debe contribuir al relanzan-úento de Europa -participando en la configuración del nuevo equilibrio político y en la conquista de las tareas económicas del futuro-, sino que, al mismo tiempo, nuestro país se aseguraría la presencia activa en el proceso industrializador de vanguardia que se avecina. Con ello alejaríamos de nuestro futuro los riesgos de cristalizar el desequilibrio tecnológico actual, quedando perinanentemente recluidos en el tercermundismo económico y político. Parafraseando a A. Toynbee: "Es la hora de mirar hacia adelante".
es economista de la Empresa Nacional Adaro de Investigaciones Mineras.
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