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Democracia bajo el volcán

Para un visitante fugaz, las elecciones salvadoreñas han calado en el pueblo, a pesar de la guerra civil y la no participación de la guerrilla

Mario Vargas Llosa

San Salvador está al pie de un volcán que en 1917 lo dejó en ruinas. Los barrios residenciales -San Francisco, San Benito, Escalón- trepan sus laderas, desafiando el peligro. Sus vecinos -hacendados, empresarios, profesionales, comerciantes- están acostumbrados al riesgo de atentados y secuestros desde hace cinco años. Sus casas se han rodeado de altos muros, alambradas, y los más poderosos se desplazan entre guardaespaldas, en cherokees blindadas. Estas camionetas han pasado a ser símbolo de posición, y los salvadoreños se burlan de muchos parvenues que se las compran, no por temor a la guerrilla, sino para parecer importantes. Las viviendas contrastan con la modestia de los barrios populares y los tugurios de los desplazados (gente que huye del campo debido a la guerra), pero los contrastes no son mayores que los que se ven en Lima, Quito y Bogotá, y sí menores que los de México, Río de Janeiro o Caracas. Éstos barrios son baluarte de Arena, y la mayoría de sus pobladores trabajan activamente por la candidatura del mayor Roberto d'Aubuisson. En la noche del 9 de marzo vi un mitin de Arena en la zona rosa de San Benito, aglomeración de restaurantes, bares y discotecas que surgió allí cuando la violencia política volvió peligroso el centro de la ciudad. Abundaban las chicas bonitas y las señoras elegantes, cantando con fervor: "Comunistas, criminales / con instintos de animales / han matado, han violado, / a la patria han arruinado. / Tiemblen, tiemblen, comunistas".En una de estas casas me recibe el mayor D'Aubuisson, de noche, luego de un intrincado recorrido por calles desiertas, entre hombres armados que anuncian nuestra llegada por radio. Las precauciones no son gratuitas: D'Aubuisson recibió un balazo en la espalda durante la campaña de 1982, y de las seis personas que lo acompañan, tres han sido víctimas de atentados, entre ellos el candidato a la vicepresidencia Hugo Barrera, abaleado al salir de su fábrica, en octubre de 1977.

El mayor D'Aubuisson es joven, apuesto, agresivo, con ínfulas de play-boy, incansable (el día del mitin en la zona rosa habló en otras siete manifestaciones), y mezcla en sus discursos los chistes con las palabrotas. Desconoce la duda y sus ideas son simplísimas. Fue el presidente Carter quien rindió Nicaragua a los sandinistas. Se disponía también a entregar El Salvador al comunismo, pero "nosotros hicimos fracasar la conspiración". El mayor era entonces un oficial de inteligencia de la Guardia Nacional y pidió su baja para "denunciar la conjura comunista". Según sus adversarios, al salir del Ejército se llevó los archivos de los servicios represivos, y muchas personas a las que acusó en sus discursos televisados de cómplices de la subversión fueron luego asesinadas por los escuadrones de la muerte (como el arzobispo Romero).

El mayor D'Aubuisson y los escuadrones de la muerte

Cuando le recuerdo estas acusaciones se indigna. "Los escuadrones de la muerte son gente como vos, como el embajador Robert White, son todos los que contribuyen a bloquear la ayuda económica que salvaría de morir de hambre a los desplazados". Según él, los escuadrones de la muerte no existen. ¿Y los 1.259 desaparecidos y asesinados por esos escuadrones en 1983 que señala el Arzobispado? "Son tal vez comunistas salvadoreños que murieron en Nicaragua peleando contra Somoza, cuyos nombres aprovecha ahora la desinformación". ¿No se cometen, pues, abusos en El Salvador? El mayor admite que, a veces, "los parientes y amigos de los asesinados y torturados por los subversivos toman represalias. Sin duda está mal que lo hagan, pero es comprensible". Y contraataca: "¿Por qué nadie protestó en el exterior cuando los comunistas asesinaron a los diputados de Arena René Barrios, David Quinteros y Ricardo Arnaldo Polil, cuando le arrancaron las piernas con una granada a nuestro diputado Jorge Jarquín, le clavaron cinco puñaladas a nuestro dirigente Jesús Villacorta o cuando asesinaron a nuestra alcaldesa de Yamabel? ¿Son los derechos humanos monopolio comunista?"El mayor rechaza de plano cualquier negociación con la guerrilla, "pues los comunistas no aceptan otro acuerdo que la rendición". Su idea del comunismo es caricatural: abarca a los liberales, a los social demócratas y, sobre todo, a los democristianos de El Salvador y a su líder, José Napoleón Duarte. "El loco Duarte y su partido son el brazo político de la subversión. Cada uno representa una táctica distinta del comunismo: o por las balas o por los votos. El primero que llegue al poder llamará al otro, y juntos entregarán el país a la URSS". Cuando oye que el ingeniero Duarte me aseguró: "Si Arena gana las elecciones, acabarían con nosotros", se ríe: "Están muertos de miedo, porque saben que vamos a derrotarlos. ¿Acaso no hemos convivido sin matarnos estos dos años en la Asamblea Constituyente?"

Miedo y coraje son dos palabras claves en su vocabulario, porque el machismo es el tercer ismo de su ideología, con el anticomunismo político y el conservadurismo económico. "La intención de la guerrilla es capturarme vivo. Me lo han dicho dos guerrilleros encargados de secuestrar a mi madre, que ahora trabajan conmigo. Nunca lo conseguirán. Tengo seis balas en mi revólver: cinco para mis atacantes y la última para mí". Cuando le digo que si él gana las elecciones Estados Unidos puede cortar la ayuda militar a El Salvador se encoge de hombros: "Entonces, nos demoraremos un poco más en derrotar a los comunistas. Pero lo haremos, con o sin Estados Unidos. No nos queda otra alternativa. Porque ninguno de nosotros se irá a vivir a Miami ni aceptará imposiciones humillantes para nuestro país".

¿Qué gente lo respalda? Los sectores pudientes han cerrado filas detrás de él. El 10 de marzo me mostraron una residencia donde se celebraba una cena pro fondos de Arena, con asistencia de 60 personas, que pagó cada una 20.000 colones (unos 3.000 dólares). Pero no sólo la oligarquía votará por él. También en sectores medios y populares tiene cierto eco su inflamada prédica nacionalista, que ofrece una ilusión de orden, seguridad y eficacia. Atrae a la gente afectada por la nacionalización de los bancos y la reforma agraria y a salvadoreños a los que la preponderancia de Estados Unidos en la vida del país causa rencor. "La Embajada de Estados Unidos es aquí el centro del poder y el embajador nuestro virrey", me dijo el director de un periódico. Y un chófer de taxi: "¿Se ha dado cuenta de que nos tratan como a una colonia?"

La susceptibilidad se aguza en los países en los momentos de crisis, y D'Aubuisson la explota a fondo, así como las creencias ingenuas de que cualquier actitud flexible frente a la guerrilla es traición y de que sólo haya dos opciones políticas: comunismo y anticomunismo. Cuando le dije que, a mi parecer, Duarte no era un izquierdista, sino un hombre de centro, golpeó la mesa: "El centro político no existe, porque es redondo y hiede". Estas metáforas excrementicias exaltan a sus auditorios. Lo comprobé en un mercado de San Salvador, donde el mayor arengaba a las vendedoras: "Ustedes son el mejor ejemplo de la empresa privada que defendemos". Al reconocerme, me desafió: "Te hago una apuesta pública que ganaré la elección. Si salgo presidente, escribirás una novela sobre El Salvador Si pierdo, te daré un colón" (el mayor valoriza una novela mía en 0,30 centavos de dólar).

La tristeza crónica de Napoleón Duarte

A diferencia de Arena, la Democracia Cristiana obtendrá pocos votos en los barrios burgueses pues los partidarios que tenía en ellos los perdió con las reformas. El nombre de Napoleón Duarte despierta la pasión de los salvadoreños. Con todos los que estuve hablaban de él con odio o devoción, nunca con serenidad. Y, en general, la diferencia de opiniones coincidía con la de clases sociales: los de arriba lo atacaban, los de abajo lo defendían. Su fuerza está en la baja clase media y el sector popular, principalmente en los campesinos beneficiados con el establecimiento de cooperativas y la distribución de tierras, medidas que él promete consolidar si es elegido presidente. Este hijo de sastre y de una campesina, cofundador de la Democracia Cristiana en 1961, ex alcalde de San Salvador estuvo preso, en exilio, fue torturado por los militares, y, a diferencia de D'Aubuisson, no hace chistes ni emplea palabras gruesas o de jerga. En un país donde todo el mundo conserva el humor aun en las peores adversidades, el ingeniero Duarte está siempre serio Hay en él una tristeza crónica agravada estos días por la muerte de su madre. Le oí defender en tono profesoral sus tesis reformistas ante un auditorio de profesionales y técnicos, y, al día siguiente, atacar con gran vehemencia a la extrema derecha y a la extrema izquierda ante varios millares de campesinos de la Unión Popular Democrática (UPD), que le aplaudían con entusiasmo. "No pierdan su voto en los candidatos chiquitos (hay ocho). En estas elecciones sólo existen tres opciones: o nosotros o el Partido de Conciliación Nacional (PCN), que cree que aquí no ha pasado nada y que quisiera que El Salvador volviera al régimen de corrupción y prepotencia de los 17 años en que estuvo en el poder con los militares, o la oligarquía representada por D'Aubuisson, ese matoncito responsable de los escuadrones de la muerte, vinculado al asesinato de monseñor Romero y que promete nuevos baños de sangre, como si no bastaran los 40.000 muertos de estos cinco años".También en el local de su partido, donde me recibe, hay que franquear la barrera de guardaespaldas con fusiles ametralladores y pistolas, que es habitual en la escena política salvadoreña. Reina en el interior una actitud afiebrada, bajo la batuta de la hija de Duarte, Guadalupe. "D'Aubuisson ve comunistas bajo la cama, sobre la mesa, despierto y en sueños", me dice; "su tesis de que la tragedia de El Salvador se resolverá con la guerra total es pura demagogia". Duarte no dialoga, monologa, con los ojos entrecerrados. Es reiterativo y profuso. Representa, en el ámbito latinoamericano, la tendencia más progresista de la Democracia Cristiana. "No hay solución militar exclusiva para la guerra. Tendrá que ser negociada. Pero antes debemos fortalecer la democracia, que aún está en pañales, y acelerar las reformas que privarán a la guerrilla de apoyo popular. Cuando el pueblo vea que disminuyen las desigualdades, que hay gobernantes que hacen respetar la ley, que desaparecen los escuadrones de la muerte, defenderá el sistema. Sólo entonces puede haber una negociación y unas elecciones en las que participen quienes tomaron las armas. Ese es el único camino para acabar con la cultura del terror". Alza las manos, una de las cuales tiene tres dedos mutilados: "El pueblo votará por nosotros, porque cumplimos con él, al entregarle las tierras y nacionalizar los bancos de la oligarquía. Éstas serán las elecciones más puras de la historia del país Confío en ser el primer presidente civil de El Salvador".

¿Cómo acabará con los escua drones de la muerte? Responde que ello será consecuencia del restablecimiento de la autoridad. "Los crímenes y abusos comien zan en los pueblos, son obra de ca ciques y jefezuelos locales que comprometen en sus acciones a los militares. Ello ocurre porque no hay autoridad central que se haga respetar. Conmigo será dis tinto. El proceso será lento, pue la cultura del terror viene de muy lejos. Sólo irá extinguiéndose a medida que la democracia traiga beneficios tangibles a la mayoría de los salvadoreños".

'Cultura del terror'

Para palpar esa cultura del terror hay que salir de la capital y recorrer el pequeño territorio del país (unos 22.000 kilómetros cuadrados), donde por todas partes asoma la guerra. Ésta se hace a veces visible en la capital (el día de mi llegada un comando incendió tres gasolineras y la noche de mi partida hubo explosiones y tiros en la calle), pero es desvaída en comparación con lo que sucede en el campo. "Los subversivos están en condiciones de golpear en cualquier parte del país", me aseguró el ministro de Defensa, general Vides Casanova.Desde la carretera, la gente señala los cerros donde la guerrilla tiene sus escondites. Patrullas militares impiden el paso por muchas rutas secundarias, porque hay operaciones en progreso. El 8 de marzo, de madrugada, unos 200 guerrilleros ocuparon el pueblo de San Esteban Catarina, en San Vicente, a unos 50 kilómetros de la capital. Cuando llegué al lugar, en la iglesia se celebraron plegarias por el retorno de 70 jóvenes -entre 13 y 21 años- que los guerrilleros se llevaron consigo. El párroco, padre René Valle, y varias madres trataron de impedir la leva forzosa. "Antes, ellos tenían aquí muchos partidarios y no necesitaban reclutar gente a la fuerza. Las cosas han cambiado", me aseguraron varios vecinos. Y la madre de uno de los chicos secuestrados: "Los soldados mataron a mi marido hace tres años. Mi hijita murió el año pasado en un tiroteo y ahora me quitan al único que trabaja ba. ¿Qué va a ser de mí?" "Estas pobres gentes son atropelladas por los combatientes de uno y otro bando", me dijo el párroco. "Yo fui uno de los que se opusieron a que se instalara aquí una guarnición, para evitar los abusos de los soldados. El párroco anterior fue asesinado en plena iglesia. Pero ahora estamos expuestos a los abusos de la guerrilla". Nos escuchan una docena de niños de ojos vivos: ellos se libraron de ser secuestra dos porque, al oír llegar a los guerrilleros, corrieron a ocultarse en las matas del campo. "La gente aquí no espera gran cosa de las elecciones", me aseguró el padre Valle.

Que 200 guerrilleros ocuparan San Esteban Catarina durante cuatro horas sin ser molestados da una idea del poder operacional de los insurgentes. Apenas a cinco minutos, en San Lorenzo, hay una guarnición militar, que no se enteró o no quiso enterarse de lo que ocurría. Cuando llegué a San Lorenzo me impresionó la juventud de los soldaditos. Algunos, verdaderos niños, jugaban bajo la hermosa ceiba que cubre la plaza. El general Vides Casanova me explicó: "En teoría, los reclutas no son menores de 16 años. Pero, en la práctica, hay muchos de 15". Según el general, los 30.000 hombres con que cuentan las fuerzas armadas están cada día mejor entrenados, pero no hacen progresos contra la guerrilla porque gran parte de esa tropa se halla inmovilizada en tareas de protección de puentes, caminos, locales y autoridades. "La lucha será larga", dice. Cuando le pregunto en qué forma enfrenta el problema de las violaciones de los derechos humanos me menciona a varios soldados y oficiales sancionados por indisciplina. "La mejor prueba de nuestro deseo de que prevalezca la ley es la actitud neutral que adoptan las fuerzas armadas en las elecciones". El general no responde a la imagen clásica del militar latinoamericano, rudo y matón. Es suave y de maneras elegantes. "Hasta ahora sólo ha habido una denuncia de actos de favoritismo en la campaña electoral. Para mayor imparcialidad, los militares hemos decidido no votar, pese a que tenemos derecho de hacerlo".

Más de 5.000 víctimas civiles

Las fuerzas armadas esperan mucho de las elecciones: que éstas, entre otras cosas, levanten todos los obstáculos para la ayuda económica y militar norteamericana. En cambio, en el ámbito de la Iglesia católica no reina el mismo optimismo. La licenciada María Julia Hernández, que dirige la Oficina de Tutela Jurídica del Arzobispado, duda que con ellas disminuyan los crímenes, torturas y desapariciones que la gente viene a denunciar a su despacho. La mayoría de estos horrores, dice, se deben a los cuerpos de seguridad y al Ejército, y sólo una minoría a la guerrilla. (Para 1983 hace este balance: víctimas de la población civil imputadas a la guerrilla: 67; imputadas a las fuerzas del orden: 5.142. Una proporción de 76 contra 1.) "En enero y febrero, los crímenes han disminuido. Pero ¿no será una simple táctica para crear la ilusión de unas elecciones auténticas y darle gusto a Estados Unidos, que las exige?" La licenciada Hernández, luego de mostrarme unas escalofriantes fotos de seres decapitados, desmembrados, desfigurados con ácido por los escuadrones de la muerte, me dice temer que, luego del 25 de marzo, cuando decaiga la atención mundial concentrada ahora en El Salvador, el horror recobre su imperio.El arzobispo Rivera y Damas es menos pesimista. "Que los crímenes hayan disminuido estos últimos meses es positivo", murmura. Me confirma que las fuerzas arma das han pedido a la Iglesia que varios sacerdotes recorran los cuarteles dando charlas sobre los derechos humanos a los soldados y oficiales. "El origen de la revolución está en la tremenda injusticia social. La violencia sólo desaparecerá cuando se reduzca la injusticia". Monseñor Rivera y Damas no tiene el carisma de monseñor Romero, pero, bajo su aire apacible y sus ojos dormidos, es sumamente hábil. Según muchos, ha logrado unificar en una posición moderada a la Iglesia salvadoreña, poniendo fin a las luchas entre progresistas y conservadores que la socavaban. Su tesis de que sólo las reformas neutralizarán la insurrección está bastante próxima de la de Duarte. Cuando le pregunto si las elecciones contribuirán al progreso de El Salvador, se presigna: "Esperemos que sí".

¿Qué piensan de las elecciones quienes no participan en ellas, los miembros del Farabundo Martí de Liberación Nacional y el Frente Democrático Revolucionario? Su presidente, Guillermo Ungo, con quien coincidí en un vuelo de Ainsterdam a Centroamérica, me dijo que las elecciones carecerian de significación aun cuando hubiera un voto masivo, como en marzo de 1982. "El voto es obligatorio, y la gente sabe que, si no tiene el sello de haber votado, en su carta de identidad será considerada subversiva y blanco de la represión. Muchos votarán por simple prudencia. Para no atraer represión inútil, el FMLN-FDM no ha prohibido votar. Nos limitamos a explicar al pueblo que las elecciolles no tendrán ninguna importancia".

Ni Suecia ni Costa Rica

¿De veras no la tienen? Para los ojos de un visitante fugaz a El Salvador, esta campaña electoral se (desarrolla, a pesar de la guerra, de manera intensa y generalizada, en plazas y calles, en ciudades y pueblos -a la vista, a veces, de los guerrilleros, y bajo las balas-, en las páginas de los periódicos, en la televisión, en las radios, en los muiros y árboles de los caminos. Ella apasiona más a los sectores medios y altos, pero los pobres tamIbién intervienen, y quienes participan en ella lo hacen con total libertad de palabra, atacándose sin piedad y a veces con ferocidad, y proponiendo programas que son distintos, pues van desde un centro izquierda hasta una extrema derecha. Que la extrema izquierda no participe limita, pero no invalida el proceso. Esto representa un progreso para el país. No es justo comparar lo que ocurre en El Salvador con los procesos políticos de Suecia o Costa Rica, países con sólidas costumbres democráticas. Hay que compararlo con lo que ocurría en El Salvador hace 10, 15 o 20 años. Ahora, por primera vez, la derecha del país no confla en el Ejército para defender sus intereses, sino que trata de ganar los votos y da los primeros pasos -los tropezones son inevitables cuando se aprende a caminar- por la senda del juego democrático. En este sentido, Arena, con todas las objeciones morales que pueda merecer su líder, constituye un avance, como lo constituiría que el FMLM-FDM decidiera también reemplazar los fusiles y las bombas por los votos.Dos dirigentes del Partido de Conciliación Nacional (PCN) -su candidato, el doctor Francisco Guerrero, es un político de viejo cuño conservador-, Hugo Carrillo y Luis Lagos, me refirieron un diálogo que tuvieron con unos parlamentarios de Alemania Occidental de visita en El Salvador. "Sí, es cierto, nuestra campaña electoral es imperfecta comparada a las de su país. Ustedes, cuando van a hacer propaganda a los pueblos alejados no tienen que dejar hecho testamento, pues esa gira política podría ser la última. ¿No es el riesgo diario que corremos en esta campaña un indicio de nuestra vocación democrática?" Es cierto: pedir el voto, dar el voto, creer en el voto implica un serio riesgo. Y hay cientos de miles de salvadoreños dispuestos a correrlo. Un destacado intelectual, el poeta David Escobar Galindo, me dijo algo que me repica en el oído: "Es un gran progreso que, por primera vez en la historia del país, no sepamos de antemano quién va a ganar las elecciones".

Mario Vargas Llosa, 1984.

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