¿Pesimismo fin de siglo?
El pesimismo no es un ave rara en la fauna humana. Schopenhauer decía que el único error innato que albergamos es el de creer que los hombres vienen al mundo para ser felices, cuando en la realidad ocurre lo contrario. La doctrina del budismo, desde mucho antes de nuestra era, proclamó el reinado universal del dolor. Los españoles, por nuestra parte, hemos tenido excesiva tendencia a pregonar el valle de lágrimas y a considerar de modo calderoniano que el delito mayor del hombres es haber nacido. Por tanto no necesitamos de ningún mal fin de siglo ni de ningún milenarismo apocalíptico para proclamar urbi et orbi que esto va mal, que la cosa no tiene arreglo, que la ola de necios que nos invade nos lleva al desastre y otras manifestaciones de alegría parecidas.Esa enfermiza proclividad al quejío se agrava cuando en el horizonte los perfiles permanecen fijos, como cerrados. Bueno sería dolernos menos de nuestros males; ya Antonio de Guevara pensaba que podíamos empezar a enmendarnos el día que nos "dexáramos de quexar". Pero resultaría más eficaz cambiar un poco el horizonte, imaginando empresas y proyectos que nos alejen de la. crisis. Por ahora esa imaginación parece agotarse en la invención de chistes de Morán. Para hacer reír, los españoles siempre fuimos muy ingeniosos. Baste recordar cómo el general Franco se pasó 40 años riéndose de los chistes que se contaban de él. A veces la inventiva va más allá y crea coplillas y pareados (le escaso contenido estético pero rico en valores celtibéricos: "Francia, hasta el Duero / Inglaterra, hasta el Tajo, / lo demás, al carajo", se cantaba en uno de nuestros pasados momentos de optimismo nacional. La última cumbre alcanzada por la creatividad testicular de la abulia hispánica fueron las coplas de Tejero.
Por otra parte, cuando estamos bajos de moral y no se nos ocurre emprender nada que pueda distraernos de la depresión, nos invade la reflexión metafísica y nos preguntamos una vez y otra por la identidad de la patria: "¡Dios mío!, ¿qué es España?". La respuesta, sin embargo, parece sencilla: hacia atrás, España es lo que los españoles han querido y podido hacer en la historia; hacia adelante, el proyecto que quieran y puedan realizar. No hay otras metafísicas de España. Los griegos, que eran gentes sensatas, no solían hablar de Atenas, sino de los atenienses. Aquí nos pasa lo contrario. Y la nueva ordenación territorial del Estado sólo ha servido para multiplicar la reflexión metafísica. Además de España, ahora tenemos a los entes autonómicos, preocupados, no por innovar en la tecnología, la organización empresarial o el cuidado de la salud, sino por definir qué es Cataluña, Andalucía o Cantabria, arrancando de eruditas referencias a Estrabón y a los cantos de oficios.
El pesimismo de esta hora se ve potenciado, no obstante, por las cercanías de la fecha mítica del año 2000 y por la melancolía decadente que genera el fin de siglo. Nos ha quedado constancia histórica de los terrores del año 1000. Ahora, frente al próximo milenio, el terror cobra cuerpo en forma de amenaza nuclear, superpoblación mundial y ruina ecológica. En unión del cáncer y los infartos constituyen los nuevos jinetes del Apocalipsis. A su lado cabalgan los fantasmas del desempleo, la delincuencia y el terrorismo fanático. Puestas así las cosas, de poco puede servir que los funcionarios renuncien al café de las 12. El desencanto inicial se transforma en pesimismo abandonista y cada español parece dispuesto a encarnar su espíritu de generación del 98 particular, atrincherándose en los reductos de su vida privada, que tampoco dan para tanto.
Ese signo pesimista agudo hay que cambiarlo. Tenemos que protestar menos e imaginar más. Las condiciones son difíciles, pero bastante mejores que las
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Viene de la página 9 existentes cuando muchos pueblos, incluido el nuestro, iniciaron empresas que ilusionaron a sus gentes. Debemos innovar en todos los órdenes y lograr la movilización de los espíritus jóvenes para hacer algo digno de la vida humana. No es cierto que sea inevitable vivir peor. Tal vez eso sea así a la hora de consumir carburantes en carretera, pero nada impide que despertemos la ilusión colectiva de ensanchar nuestra libertad o el progreso de la dignidad humana. Los jóvenes necesitan que les ayudemos a alumbrar unos horizontes distintos de la apatía vital, la resignación ante el paro o la droga. Hay empresas nobles que requieren la acción de todos. Esforcémonos personalmente en proponer alguna. Aunque se fracase inicialmente y sea preciso insistir.
Estos días en que hemos sido testigos de un lamentable episodio de patriotería anacrónica con motivo de la representación del Don Carlo, de Verdi, en El Escorial, sería bueno recordar lo que hace decir Schiller en su drama al marqués de Poza: "un proyecto engendrado por una alta razón y a cuyo cumplimiento instan los sufrimientos de la humanidad no debe jamás ser abandonado aun después de fracasar mil veces".
Si fuésemos capaces de hacer partícipes de algo así a nuestros conciudadanos, especialmente los jóvenes, quedarían muy devaluados los motivos para el pesismo y la protesta. Está bien reclamar y exigir los derechos garantizados por la Constitución. Pero sólo se tiene autoridad moral para ello y sólo se logrará que sean una realidad en la práctica si se asumen también los deberes que a cada uno corresponden. Está siendo muy frecuente dar salida al pesimismo por la vía de reclamar aumentos de sueldo superiores a los que parece razonable, incluso en empresas e instituciones gravemente deficitarias. El incremento de la conflictividad laboral por esa causa empieza a resultar preocupante. Es hora de recordar que ése es mal camino para salir de la crisis económica. La crisis requiere esfuerzos innovadores, ajustes y mejoras de la gestión. Pero requiere sobre todo trabajar con eficacia y sentido de la responsabilidad solidaria. De no ser así, la protesta pesimista se convierte en egoísmo destructivo que sólo puede conducir a diversas formas de miseria. Y si no somos capaces de alumbrar algún proyecto ilusionante para el futuro la miseria puede ser total. Aunque nos suban el sueldo.
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