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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Potencia y color en los filarmónicos de Estocolmo

En tanto la Orquesta Nacional actúa en Burgos, ocupó el escenario del teatro Real la Filarmónica de Estocolmo, con su actual director titular, Yuri Ahronovitch, bien conocido y aplaudido por nuestro público. No en vano se trata de un maestro que a su honda profesionalidad añade un extraordinario, casi explosivo, poder de comunicación. Arrastra a la orquesta y al público con su gesto excesivo y sus sonoridades de brillante ampulosidad.El conjunto sueco, con tres cuartos de siglo de historia, posee calidad individual y global, es ágil en la respuesta y virtuosista en la ejecución (como demostró en la página de Hugo Alfven tocada como bis); la curva de su dinámica parece dilatarse hasta el infinito, y las posibilidades de color desmienten el tópico de las brumas nórdicas.

Orquesta Filarmónica de Estocolmo

Director: Yuri Ahronovitch. Obras de Stenhammar, Dvorak y Respighi. Teatro Real. Madrid, 8, 10 y 11 de marzo.

En postura absolutamente elogiable, la Filarmónica de Estocolmo llenó la mitad del programa con música de su país, en esta ocasión, la Sinfonía número 2, en sol menor, de Wilhelm Stenhaminar. Se trata quizá del más grande autor sueco después de Berwald (1796-1868), aun cuando sería injusto olvidar los nombres de un Ludvig Norman (1831-1885), August Söderman (1832-1876), Emil Sjögren (18531918), Andreas Hallen (18461925) o Wilhelm Peterson-Berger (1867-1942), herederos del movimiento musical iniciado durante el reinado de Gustavo III, fundador de la Academia y Conservatorio de Música.

Los compositores suecos, entre los que abundan los cultivadores de canciones de concierto, relacionados o no con lo popular, recibieron la influencia centroeuropea y, al llegar a los momentos históricos respectivos, el fuerte estímulo de Brahms, Grieg o Jan Sibelius.

Así es el tardorromanticismo o, por decirlo a lo Copland, el romanticismo rezagado de Stennhammar (1871-1927), menos respetuoso con las formas de lo que a primera vista parece y más expresivista de lo que a ratos suponemos. Los aires tradicionales están bien filtrados en la Segunda sinfonía, y sólo en algún momento se evidencian, lo que, por otra parte, sucede en Brahms y en más intensa medida en Dvorak, Sibelius, Chaikovski y Shostakovitch.

No se puede afirmar entonces que estemos ante un nacionalismo folklorista de primer grado, sino ante una actitud cultural que tiene muy en cuenta la tradición o que, de manera inconsciente, asoma los perfiles de su identidad.

Versión ejemplar

La versión de Ahronovitch y los profesores de Estocolmo fue ejemplar por su potencia y vitalidad tanto corno por la perfección en la ejecución y la densidad en la coherencia. De forma rutilante fue expuesto el pocas veces escuchado Scherzo capriccioso, una de las numerosas partituras atractivas escritas por Anton Dvorak al margen de conciertos, óperas y sinfonías.

En fin, Los pinos de Roma, decisiva aportación sinfónica a la música italiana de entreguerras, nos llevaron in modo turístico, de la villa Borghese al Gianícolo y de las catacumbas a la evocación de las legiones romanas, que cargaron sobre el público en un alarde de violencia sonora. Después, los muy solicitados bises: la aludida danza de Alfven -cogeneracional de Stenhammar- y la marcha húngara de Berlioz.

Resumen: una espléndida visita, un programa interesante por atípico y un éxito grande para los intérpretes de Estocolmo.

Es la primera vez que la Orquesta Filarmónica de Estocolmo visita España, aunque son frecuentes sus giras por Europa y Estados Unidos.

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