Vivir después del Apocalipsis
Kamikaze 1999.Director: Luc Besson. Intérpretes: Pierre Jolivet, Jean Bouise, Fritz Wepper, Jean Reno, Maurice Lamy. Guión: Luc Besson y Pierre Jolivet. Fotografía: Carlo Varini. Música: Eric Serra.
Local de estreno: Rosales.
Kamikaze 1999 es una obra que funciona por sí sola, que tiene la suficiente entidad como para se juzgada aisladamente, al margen de sus puntos de contacto con otros filmes de temática común. A fin de cuentas, lo que merece análisis sociológicos no es que las películas se interesen por poner en escena el apocalipsis nuclear, sino el que éste sea un interés lógico. Tanto El día después, Kamikaze 1999, o el mediometraje documental ganador del último oscar en su especialidad, parten de una idea terrorífica: el después. Ya no se especula con la angustia previa a la catástrofe sino con las consecuencias de haber apretado el botón fatídico.
Kamikaze 1999 arranca, pues, con la catástrofe y el catastrofismo. La explosión tuvo lugar años antes, en una fecha indeterminada, y las consecuencias más visibles de la misma son las ruinas, la desertización, los trastornos ecológicos, la carencia de agua potable y el mínimo número de supervivientes. Es el retorno a la tribu, a la sociedad primitiva, en la que reina la ley del más fuerte. Y como símbolo de esa vuelta atrás, los hombres han perdido su capacidad de hablar. Las cuerdas vocales, quién sabe si debido a las radiaciones o si a causa de la innecesariedad del diálogo en un mundo donde reina el garrote, son instrumentos atrofiados.
A partir de ahí, de ese punto de partida, Besson ha fabricado una fábula sobre la soledad y la amistad. Su protagonista, en eterna huida, incapaz de leer un libro sin echarse a llorar, añorante de un pasado -de "una dulzura de vivir"- que yace bajo los escombros, redescubre la comunicación. Es un momento mágico, en que el filme roza un ternurismo peligroso. Entre él y Jean Bouise se van derribando las barreras del temor, se establece una solidaridad y unos puntos de contacto.
El discurso de Kamikaze 1999 adolece de un cierto simplismo, de un aproximarse a las situaciones desde la perspectiva un tanto inmadura e infantil del tebeo. Eso se hace especialmente patente al final y, globalmente, en la construcción del guión. Pero es un. defecto al que el filme se impone merced al talento como narrador de Besson y a su capacidad para hacer funcionar cada momento. El hecho mismo de que la película carezca de diálogos y haya que confiar totalmente en las potencialidades explicativas de la imagen es un reto del que sale vencedor el cineasta.
No es ajeno a la excelente impresión que produce la película el trabajo del equipo técnico-artístico. Con muy pocos medios se ha creado una geografía fantástica, un planeta desolado mucho más real que el de tantísimas cintas americanas millonarias en dólares. La idea misma de rodar en blanco y negro, buscando recordar toda una iconografía de cine bélico en el que eran protagonistas las ciudades destruidas por los bombarderos, es un acierto y una buena solución para sugerir el carácter universal del desastre.
Babelia
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