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Funcionarios de la cárcel de Herrera relatan cómo sus compañeros sometieron a malos tratos a los reclusos

Compañeros de los 12 funcionarios de prisiones que están siendo juzgados en la Audiencia Provincial de Ciudad Real por presuntas torturas cometidas en la cárcel de Herrera de la Mancha, afirmaron ayer que vieron cómo se golpeaba a los reclusos sin motivo aparente. Estos testigos, funcionarios que estuvieron en la prisión en el verano de 1979, cuando supuestamente ocurrieron los hechos, mencionaron todas las ocasiones en las que habían presenciado torturas e identificaron a los torturadores. También señalaron que si en un primer momento no habían facilitado toda la información que poseían fue, o por "un estúpido espíritu de cuerpo" o "por auténtico miedo", ya que habían recibido amenazas".

Los funcionarios que denunciaron las torturas afirmaron haber visto cómo golpeaban con dureza a los reclusos los procesados José Antonio Barroso, Manuel Arcila, Ángel Luis Moreno, Francisco Javier Campos, Jesús Pérez Redondo, Jaime Pozas, Francisco Javier Seco, José Luis Malagón y Eutiquio Gil; y cómo vieron hacer lo mismo a otros funcionarios que no están procesados, como Salvador Cebrián, Repollés, y un tal Folgado.Los testigos, propuestos por el fiscal, manifestaron que a los presos se les golpeaba como represalia por hechos ocurridos en otras prisiones, y que la cárcel de Herrera era el lugar de escarmiento del resto de las prisiones españolas, aunque cuando los hechos fueron reflejados en la prensa, el director dijo: "Que no se vuelva a tocar a un tío".

Trato duro y despótico

El testigo José Antonio Álvarez Tutor declaró que presenció una de las conducciones de presos que venía de Ocaña. "Los presos venían con absoluto respeto y bastante asustados. Había esperándoles muchos funcionarios, que los trataron de forma dura y despótica. En el patio ya se les pegaba continuamente. Yo no vi que los funcionarios formaran un túnel, sino que allí cada uno pegaba a su aire, usando las porras. En el hall del módulo, se abusaba claramente de ellos. Se les recordaban insultos que habían dicho en otros centros contra algunos de los funcionarios que allí estaban, y se les pateaba literalmente. En los cacheos se les obligaba a abrir exageradamente las piernas y a apoyarse sobre los índices, y siempre había algún gracioso que tiraba de una de las piernas, por lo que los internos caían al suelo".Según Tutor, el director de la prisión, con el que tenía bastante amistad antes de que la denuncia trascendiera a la prensa, tenía conocimiento de estos hechos, pero no hacía nada para evitarlos, e incluso los fomentaba:

"Nos decía con una sonrisita en los labios que tuviéramos cuidado". "Yo observé cómo presos, al cabo de tres meses en Herrera, estaban deshechos. Les vi entrar allí con 25 ó 28 años y al poco tiempo aparentaban 45", afirmó el testigo.

Álvarez Tutor dijo que su primera declaración en el juzgado "fue bastante parca, por un estúpido espíritu de cuerpo", y que a raíz de esa declaración y de un careo con Barroso fue objeto de boicoteo y marginación por parte de sus compañeros.

Miguel Angel Puga, también funcionario, dijo que vio pegar a varios presos, uno de los cuales estaba herido, y que Barroso le llamó para que asistiera a un cacheo en el cual él se echó a llorar por la escena de gran violencia que presenció. Este funcionario, aunque recordaba con precisión la identidad de los golpeados, afirmó que no podría reconocer a ninguno de los agresores.

Carlos García Villarroel, actualmente asistente social en Carabanchel, afirmó que vio que al recluso Dionisio Chinchurreta le pegaban varios funcionarios, entre ellos Arcila, Malagón'y Moreno. "Arcila tenía la porra y Malagón pegaba patadas". Villarroel presenció cómo torturaban a los internos Jimeno Pastor, Casal, Gigante y José Luis Pérez, aunque estos no dieron motivos para ello. Estos malos tratos procedían en su mayor parte de Malagón, Moreno y Gil.

Afirmó también Villarroel que el director asistía a las conducciones de presos, y agregó que en el verano de 1979 tuvo que firmar un papel en el que se decía que todo lo que ocurría en Herrera de la Mancha era mentira, y que ese documento lo firmó por pánico. "Barroso fue el más significado en esa reunión y amenazó a todos los funcionarios para que firmasen, abriéndose la chaqueta y enseñando una pistola que llevaba".

García Villarroel dijo que si no denunció antes los hechos es porque Herrera era su primer destino, porque la Dirección General de Instituciones Penitenciarias había felicitado a la plantilla por como estaba realizando su trabajo, y, fundamentalmente, porque "viví con auténtico miedo el proceso de Herrera, ya que recibí amenazas personales".

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