_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El partido

Es muy excitante ser diferentes. Pero es, de otra parte, tan penoso y exhaustivo como partir piedra, afanarse en enfatizar la diferencia. Menudo elixir saberse único, pero menudo aceite de ricino tratar de afinarse premeditadamente las quijadas. Los partidos entre el Barcelona y el Real Madrid participan de este encanto de la singularidad en pugna, pero también, desdichadamente, de esa exasperada pretensión de plasmar, a costa de lo ajeno, el maquillaje propio. De todos modos, esta determinante pretensión procede netamente del Barcelona. Acaso en Madrid, con esa indolente arrogancia que da hallarse en la línea de la referencia, no se es consciente de la enorme apuesta psicológica que estos encuentros conllevan para el equipo de Cataluña.Un encuentro de fútbol, en verdad, sólo admite esta denominación entre los incapaces de ver, más allá del espectáculo, seres limbáticos o asexuados. Para todo aficionado encarnado, por el contrario, el encuentro es sobre todo un partido. Ocasión inexorable en la que uno u otro de los contendientes será paralizado, apartado y acuartelado frente a su amago de igualarse. Exaltación de la parcialidad, de lo heroico frente a lo común, de la parte frente a la totalidad: eso es el partido. Y a eso invita, varias veces al año, el Barcelona al Madrid. Más aún: se diría que de no ser por estas clamorosas convocatorias que hace el Barça a Madrid, mediante el Real, la ciudad seguiría navegando ambiguamente. Pero no, Barcelona tironea de Madrid, le recuerda teatralmente la necesidad de afirmarse. Conmina a toda una ciudad absorta, cuando no ambulante, a la maldita metáfora del poder central, y es entonces, coercionada por esta citación, como Madrid se siente injuriada o confundida. Puede decirse, a continuación, que agrede, pero lo hace, de una parte, decidida a sacudirse ese inesperado hostigamiento, y de otra, que sólo condenándose a representar el papel que se le atribuye puede lograr, a su pesar, ser reconocida. Es muy patético todo esto. Tan patético que quienes no sigan las pasiones del fútbol quedarán por toda la eternidad privados de escuchar uno de los más elocuentes borborigmos de lo que es España.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_