España resistiría aceptablemente el cierre de Ormuz, aunque con trastornos en precios y sumimstros
El cierre del estrecho de Ormuz sería aceptablemente resistido por la economía española, aunque los efectos sobre precios y suministros podrían ser importantes, sobre todo si el bloqueo durara más de dos o tres semanas, lo que no parece plausible. El considerable esfuerzo de diversificación de importaciones realizado por los compradores españoles de crudo y las medidas de contingencia previstas por la Agencia Internacional de la Energía (AIE) para estos casos serían dos buenos colchones que aliviarían los aspectos más gravosos para España del cierre, aunque el endurecimiento del mercado del petróleo dejaría sentir sus efectos sobre nuestras compras.En los tres últimos años, los compradores españoles de crudo -tanto los gestores en Hispanoil de la cuota de Comercio como los refineros públicos y privados han conseguido invertir la fuerte dependencia del crudo procedente del golfo Pérsico, hasta el extremo que, en diciembre de 1983, las compras realizadas en aquella zona han disminuido a menos del 40% del total. México, productores del mar del Norte y algunos africanos fuera de la órbita de la OPEP han sustituido a los exportadores del golfo Pérsico, pese a quedar aún la producción propia de Hispanoil, procedente también de sus concesiones en aquella zona.
En el caso extremo del cierre total de Ormuz, España podría aguantar durante algo más de tres meses como si nada hubiera pasado, teniendo en cuenta que se dispone de una reserva de crudo y productos en torno a los 100-110 días. Pero, en cumplimiento de las normas de la AlE, entraría en vigor un plan de emergencia para los 21 países miembros, que forzaría a España a adoptar medidas cautelares tales como restricciones en determinados consumos y una continua vigilancia de la evolución de los stocks.
Pero, como ha señalado el experto Roberto Centeno en dos artículos publicados esta semana en este diario, España no quedaría al margen del impacto general que tendría el cierre del estrecho. Incluso el efecto sería superior al que registrarían otros países europeos si se tiene en cuenta la aún débil estructura de nuestros suministros y la fuerte dependencia del petróleo de nuestra economía. Y no sólo en cuanto al crudo, sino también en lo que afecta a los gases licuados del petróleo, que proceden en más del 80% de aquella región.
El mayor impacto se situaría en los precios. Una subida del crudo en tomo al 10-20% sería lo mínimo que cabría esperar de una acción bélica orientada a entorpecer el paso de los grandes petroleros por la garganta de Occidente. Un incremento de ese nivel en las tarifas trastocaría muchos programas económicos en los países occidentales y nos colocaría ante la tan temida tercera crisis del petróleo.
No hay que olvidar, sin embargo, que, con excepción de Irán, tampoco a los productores les gustaría mucho ver Ormuz cerrado. La historia ha demostrado que, a la larga, también los productores han tenido que pagar, a medio plazo, su parte proporcional de la factura de las anteriores crisis del petróleo.
Quizá haya sido esta experiencia la que ha forzado a los saudíes, defensores de la teoría de que los vaivenes del mercado mundial de crudo no benefician a nadie, a preparar lo que se conoce en medios de la industria como la reserva flotante de crudo (esto es, más de una docena de grandes petroleros en alta mar cargados con casi 100 millones de barriles), que serían utilizados estratégicamente en la eventualidad del cierre de Ormuz.
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