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¿Qué es España?

Si el Estado español hubiera pasado del viejo imperialismo depredador al nuevo imperialismo de la era de la revolución industrial, probablemente preguntas como: ¿Qué es España? motivadora de un encuentro entre talentos buscadores de entidades nacionales, no tendrían sentido. Los imperios que supieron o pudieron adaptarse a nuevas reglas y condiciones de hegemonía, como el francés, el inglés o el norteamericano no se plantean qué son, por más que su unidad nacional sea reciente (Estados Unidos de América) o basada en un consenso de intra-nacionalidades (el Reino Unido). La endeblez consensual del Estado suscita problemas metafísicos y esa endeblez, básicamente económico-política, provoca tantas dosis de metafísica como de represión. "Metafísico estás", le decía Don Quijote a Sancho y el escudero contestaba: "Es que no como". Las dudas metafísicas de España sobre sí misma han requerido amplios despliegues de la guardia civil y mientras el señor Lain Entralgo se planteaba España como problema, Don Camilio Alonso Vega era el que tenía la resolución del problema en su prontuario (le aritmética histórica.Agravado el tema por la crisis imperial del 98, acuciado por los renacimientos nacionalistas de Catalunya, Euzkadi y Galicia, el franquismo significó un largo interregno dividido en dos fases, dos consciencias: una primera radicalmente mistificadora en la que se propuso una idea de España comunicada por Dios a Viriato en la Sierra de la Estrella y posteriormente completada con la anunciación del Ángel a Isabella Católica, qué Ángel no importa. En la búsqueda del esencialismo hispano se mezclaba providencialismo, regalismo y orteguismo, con una desfachatez intelectual al alcance de todos los redactores de los famosos manuales de Formación del Espíritu Nacional. La adulteración del saber de los ciudadanos de España acerca de su pasado, presente y futuro cumplía la regla fascista del enmascaramiento de la realidad y su verdad a través del lenguaje, contando siempre con el poder disuasorio de la represión implacable. Pero aquel intento de consciencia propia correspondiente a la fase autárquica del franquismo, no podía sobrevivir como superestructura ideológica sobre la España real de la intentona neocapitalista, los planes de desarrollo, el rearme crítico de las vanguardias, la recuperación de una trama resistencial democrática, en suma, la España de la reconstrucción de la razón que se planteaba como primera necesidad la destrucción del franquismo y a continuación el afrontamiento de los problemas aplazados o reprimidos. En esta segunda etapa, el franquismo sustituyó la vieja consciencia metafísica de una España providencial por una consciencia utilitaria que se acercaba a una teoría del estado pactado, siempre y cuando se aceptase el marco de pacto derivado del sentido de la victoria en la guerra civil. Se trataba de un liberalismo conservador, vergonzante en lo liberal, represivo por lo conservador, insistente en una razón suprema del Ser indiscutible de España. Incluso los partidarios de la transformación o sustitución de la famosa democracia orgánica, seguían siendo órganicos en su razonamiento del Ser de España, orgánicos en el sentido unamuniano del término, en el sentido testicular del término.

Ha llovido bastante desde entonces, pero como suele ocurrir en España, no lo suficiente y no donde tenemos embalses y la nueva democracia española ha heredado por una parte los problemas reales de un estado mal pactado y por otra la demoniaca necesidad de la metafísica. En nombre de un pragmatismo bajo vigilancia, incordios históricos como la conciencia nacionalista realmente existente sobre todo en Cataluña y Euzkadi han sido tratados insuficientemente dentro de la falsa suficiencia del in-

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Viene de la página 9 vento del Estado de las Autonomías, aplicando cantidades industriales en no decir, de no decir, por lo tanto, y para muestra la desaparición del término autodeterminación, relegado a la condición de propuesta provocadora para uso exclusivo del independentismo vergonzante o terrorista. Es esta una democracia que nació con los miedos dentro y con los aterradores aterrotizados.

La crisis económica es un factor grave de disgregación social, más grave que las ideologías, es evidente y un estado que no está en condiciones de garantizar trabajo o asistencia digna para todos sus ciudadanos es un estado en cuestión. No se trata ya de que carezca de proyecto histórico extramuros, factor aglutinante de la conciencia nacional, sino que carece de credibilidad intramuros porque ideas bien diferentes de España pueden tener los que participan de los beneficios de una organización material de esa idea y los que no participan. Y, con esa frustración hay que contar como valor negativo añadido, en el momento en que el empeño de la nueva democracia española es propuesto, en sí mismo, como idea de España. Se está gestando una nueva propuesta idealista de España construida sobre la obsolescencia de la idea apostólica, pero desconectada de las verdaderas insuficiencias y necesidades.

La espectación democrática no es factor aglutinante suficiente para amalgamar una nueva conciencia de España basada en saberes precarios, cuando no trucados por el qué dirán los poderes fácticos.

Más sensato, y ético por lo tanto, hubiera sido llevar la ola de pragmatismo que nos invade a sus últimas consecuencias y no empezar la transición por el tejado de la pregunta: ¿Qué es España? Se trata de una pregunta peligrosa si es contestada con sinceridad y en aras de esa sinceridad se puede llegar a la conclusión de que España es una unidad de cuartelillos de la guardia civil y de Capitanías Generales en lo universal, respuesta que podría ser una parte de la verdad hoy por hoy distorsionadora. Es indudable que la nueva democracia española está fraguando una nueva conciencia social en la que elementos ideológicos inculcados por los aparatos de estado tendrán tanta importancia como los factores de concienciación derivados de la realidad. Por más encantador que sea el proyecto democrático unitario ideologizado, no resistirá la prueba de la realidad si se materializa mal y hoy por hoy no disponemos de balances reales suficientes para que la pregunta ¿Qué es España? sea contestada mediante saberes comprobados y aceptados por la diversificada mayoría social de los ciudadanos que componen el estado español. Se supone que el happy end de esta nueva empresa metafísica consistiría en un comunicado conjunto de civiles y militares, vascos y extremeños, catalanes y andaluces, viudas y huérfanos, terroristas y objetores de conciencia, parados y por parar. Comunicado conjunto naturalmente redactado en castellano, euskera, catalán, gallego, bable, aragonés, aranés, sin olvidar el mallorquín, el valenciano y un seseo standard que unifique la pluralidad cosmológica de lo andaluz, lo canario y lo latinoamericano.

Pero ni la Historia ni la Vida tienen finales felices. Los últimos que quedaban se los gastó Frank Capra. La Metafísica convoca finales felices, pero la gente realmente existente, si se le quiere aprehender científicamente en un momento dado de su devenir histórico, requiere planteamientos más modestos y utilitarios. Más valioso hubiera sido un simposio sobre Reconversión Industrial y Agravios Comparativos Autonómicos o sobre La emigración catalana a Andalucía: el caso Ricardo Bofill que esa camisa de 11 varas metafísica titulada: ¿Qué es España?

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