Muerte sin condolencia
La sentencia del Tribunal Constitucional sobre Navarra liquida fundamentalmente dos cosas:- La ingenuidad foralista. Esa autoleyenda de especialidad consistente en permanecer políticamente agazapados casi siempre, fuera del mundo y del creciente absolutismo nacionalista del Estado central, a cambio de propinas administrativas portentosamente curiosas.
En este punto hay que recordar que la muerte identifica al guerrero, y que la absurda agonía y muerte del fuero a manos de superjueces, la conversión del fuero en panoplia constitucionalista de palabras y pelucas para colgar en la pared estaba ya en la ignorancia foralista del personal, en el desinterés, en el superior gusto por la plata y en algunos líderes despistantes y personalistas hasta la saciedad.
- España se libera así de un arcaísmo, de algo insólito y extranapoleónico, algo prerrevolucionario y preliberal.
Hace 126 años que Marx y Engels dedicaron en El manifiesto comunista bien respetuosos párrafos para la forma de vida tradicional, liquidada, entre dos fuegos, por el capitalismo.
Hoy, entre el capitalismo de los individuos y el de las burocracias monopartidistas, la tradición es cosa arqueológica. Los fueros de Navarra son, en el retrasado horizonte histórico español, el último enterramiento. Enterramientos tan tardíos no llaman la atención de nadie.
Pero no deja de ser curioso que la tarea más elemental del capitalismo decimonónico -liquidar tradiciones estructuradas- se prolongue a fines del siglo XX en este rincón del Pirineo por obra de un régimen PSOE. Para que luego digan que la Historia no es redonda. /
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