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Saad Haddad, o el cadáver de una quimera

Con la muerte de Saad Haddad, el líder libanés del cristianismo secesionista, Israel entierra mas que a un hombre a una quimera: la de la creación de un Líbano miniaturizado, que sea al norte del Litani lo que Tel Aviv dicen que es para EE UU. Su cabeza de puente en el Oriente Próximo.Desde su creación, el Estado de Israel ha sufrido una obsesión dentro de otra obsesión. La de Líbano dentro del mundo árabe; la de un país cuya viabilidad como estructura multiconfesional es un atentado a los intereses de Israel, atrincherado en su concepto de una Palestina sólo para judíos; la de una geografía demasiado próxima y porosa que pudiera servir de vía de paso para los ejércitos árabes o la guerrilla de Arafat.

Líbano molestaba a Israel por su misma debilidad. Egipto podía ser derrotado; Siria debía ser humillada; Jordania tenía que ser contenida. ¿Pero, cómo se derrota, humilla o contiene a un adversario que no existe? Líbano comerciaba mientras los demás combatían, mantenía sus querellas dinástico-religiosas estrictamente dentro del marco de su violencia civil, hacía profesión de flexibilidad cuando el vecino vibraba de intransigencia, y hasta había inventado, un sistema de cuotas para que funcionara un apaño democrático entre las confesiones del damero nacional.

El joven Estado de Israel, batido a golpes de melena por David Ben Gurion, miraba al norte codiciando el despedazamiento de acusación tan obvia; soñaba con desmembrar Líbano hasta reducirlo a su primer componente histórico, la montaña hirsuta de cedros en torno a Beirut, que poblaba una mayoría de cristianos maronitas, cobijados desde 1860 bajo la protección francesa. Esa Andorra fronteriza debería pasar, con el establecimiento de la supremacía militar hebrea, tras la guerra de 1948, a Estado cliente de Tel Aviv, al tiempo que, presumiblemente, recibiera el apoyo de, las grandes potencias cristianas, agradecidas al sionismo por preservar una tradúción tan propia en el seno del Levante islámico.

La caída,del primer gabinete Ben Gurion, en 1954, al que sucedió el de Moshe Sharet, contrario a cualquier aventura imperial; la intervención de EE UU y de la URSS obligando a Israel a retirarse de sus conquistas tras la guerra de 1956; y la creciente importancia de la conexión petrolífera occidental con el mundo árabe, obligarían a arrinconar la quimera nórdica de Ben Gurion y de su joven jefe de Estado Mayor Moshe Dayan.

Por eso, cuando a fines de los setenta un señor de la guerra libanés, el grecocatólico Saad Haddad, declaraba la independencia de una estrecha franja de territorio que separa a Israel del Líbano interior, el entonces último sucesor de Ben Gurion, Menájem Beguin, recobraba el hilo de un sueño eterno. ¿Sería aquella la oportunidad de vacunar a Isráel contra el mal libanés? Desde entonces Haddad no fue mas que un procónsul judío, el líder de un bantustán cristiano que gobernaba a una población mayoritariamente musulmana, aupado difícilmente sobre las bayonetas israelíes.

La historia que había soñado Ben Gurion se repetía, como la sucesión de Bonapartes, en clave de farsa. El intangible Líbano no podía trocearse porque sus partes no tenían mas realidad que la que pudiera darles el pacto nacional entre todas ellas, y, así, incluso cuando Haddad proclamaba su insumisión a Beirut, lo hacía con la nota al pie de que una vez los invasores sirios y palestinos se hubieran retirado, muy gustoso cesaría en su disidencia.

De un Líbano cristiano homologable por la ONU a una bandería acampada en el Litani, se veía reducida la operación colonial israelí. Ni siquiera la invasión del país en junio de 1982 podría dal vida a la obsesión libanesa de Israel.

Como un fantasma, la tierra recorrida por'los carros de combate se sustraía primero a la rendición política ante el invasor y se alzaba segundo en guerrilla no sólo palestina.

Enterrado Haddad, inútiles son los seguros esfuerzos de Israel por encontrarle sucesor. Líbano puede ser un pacto, un encantamiento, una hipótesis, pero escasamente un recortable para que el vecino lo adquiera por palmos como si se tratara de un solar.

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