'Historia inmediata', una lección veloz
La técnica de este nuevo programa de Televisión acerca de la historia inmediata de España se asemeja mucho a la de los nuevos libros escolares: un texto muy claro, muy sencillo, escaso y poco matizado, ilustrado por unas imágenes adecuadas y, de cuando en cuando, subrayado por una frase-resumen, un mero enunciado que se escribe en caracteres sobre la estampa y que el presentador (en este primer programa, Fernando Rey; y podría ser un error, porque induce a identificarlo con otra serie reciente sobre la historia contemporánea) repite con firmeza y seguridad.Desde ese punto de vista, el episodio está muy bien hecho y podría servir de modelo para una televisión didáctica en otra materia cualquiera, desde las ciencias naturales a las matemáticas o la gramática (y no sería malo que se hiciera un buen programa divulgador del idioma). Una televisión escolar. En este mismo acierto puede estar su punto débil. A saber, un programa a esa hora y para el público general de la primera cadena parece que requiere alguna amplitud mayor de conceptos y un margen menos estrecho para la interpretación histórica. Menos magistral.
El primer episodio se ha titulado Un país atrasado y débil. Era así el país de principios del siglo XIX, centrado ya en la pantalla por las pinturas de Goya. Es el ámbito fijado a la serie misma por su condición de inmediata, y probablemente le faltan algunos antecedentes que expliquen por qué España descendió a lo que era en ese momento, de dónde arranca la verdadera decadencia y si probablemente en las grandes horas de la formación nacional -en la reconquista y en el imperio- estaban ya las simientes de la desgracia. Centrado en gran parte el programa en la miseria agraria y en la pérdida del tren industrial y científico, podría verse que los grandes latifundios proceden de ese reparto de tierras conquistadas -sobre todo, las andaluzas- y que la falta de interés industrial obedece igualmente al desinterés económico y moral de los enormes terratenientes absentistas; como el gran tema de la prohibición del talento en España, tan relacionada con la condición absolutista del poder y la fijación de dogmas y de destinos eternos e inmutables.
Queda, no obstante, implícito en el desarrollo de este programa, y muy probablemente en el de la serie completa, cuyo enunciado (EL PAÍS, 8 de enero) es muy estimulante, tanto por los temas como por las personas que van a intervenir en ellos. Un país atrasado y débil, como pórtico, es interesante y directo. La documentación es abundante y rápida, los testigos personales impresionan y los indirectos (los historiadores que aparecen de cuando en cuando) dan valor a lo que se ve; la organización general del programa es buena. La técnica de muchas cosas en poco tiempo (es decir, la forma de compartir un espacio fijo entre muchos testimonios, muchas imágenes, muchos documentos) es la actual en televisión y en radio (y en cierta forma de Prensa y de edición; queda dicho ya que también en los textos escolares primarios), y yo tengo algunos prejuicios en contra: temo que esa velocidad, que ese ritmo que se supone que es el adecuado a una idea que se tiene de la contemporaneidad, según la cual el público está predispuesto al cansancio y al aburrimiento, y sólo el movimiento veloz lo puede sostener, sea la que produce sensación de dogma, de adiestramiento, de escolaridad o de falta de matices. Esta observación se dirige a una manera, a un estilo, de informar. Dentro de él, este programa me parece especialmente bien hecho.
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