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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El pan de Tunicia

TUNICIA ES un país de superficie generalmente tranquila bajo la cual está el violento mar de fondo de la miseria y el descontento, que de cuando en cuando brota en acontecimientos como los que acaban de producir muertos -cuatro, según el Gobierno; al menos 20, dice la oposición- en unos motines clásicos: por el aumento del precio del pan y de otros alimentos básicos. El estallido simultáneo de los disturbios en varias ciudades hace suponer que ha habido una cierta concertación para movilizarse al unísono en un momento dado. En otras circunstancias, el octogenario Burguiba (en el poder absoluto desde 1957, el doble de años de los que pasó en prisiones francesas) habría culpado a un país vecino, para señalar a Libia; ahora no quiere enfrentarse directamente con Gadafi porque tiene la esperanza de constituir una especie de mercado común magrebí en el que colocar algunos de sus productos manufacturados (con licencias europeas, sobre todo francesas) que no encuentran salida, y porque teme sin duda una respuesta fiera del coronel, que en marzo pasado quería conseguir a la fuerza la unidad, amenazando a Argelia y a Tunicia con realizarla "por la fuerza de las revoluciones". El presidente vitalicio ha recurrido, en cambio, al espantajo tan conocido del supuesto plan para derrocar el régimen para justificar las medidas adoptadas, entre ellas, la declaración del estado de excepción acompañado del toque de queda.Denominados ahora los culpables como "vagos, ociosos y elementos hostiles", hay grandes posibilidades de que tras ellos estén directamente los sindicatos y los integristas-islámicos. La lucha de Burguiba contra el sindicalismo -aun surgido de su propio partido, el Neo Destur, partido único- aparece desde el primer momento de su poder y no ha cesado nunca: las amnistías para dirigentes islámicos encarcelados -de la UGTT- preceden a nuevas detenciones en cuanto éstos pretenden ejercer de nuevo sus funciones. Al mismo tiempo se enfrenta con el grupo panárabe de su partido y de fuera de él, y desafía al islamismo con la prohibición de la poligamía y la ruptura del ayuno en el Ramadán. Burguiba, occidentalista, pertenece a la línea de los grandes dirigentes, hoy en baja, que creyeron que la modernización de sus países había de pasar por la asunción de costumbres occidentales.

El burguibismo (un oportunismo institucionalizado: "sin prejuicios ideológicos", según su propia definición) corre el grave riesgo de estar unido a la figura de su anciano jefe, el combatiente supremo, de una mala salud de hierro jalonada de ataques al corazón a los que sobrevive siempre, y siempre sirven para mostrar el vacío de la sucesión y los riesgos de que la mayoría absoluta parlamentaria de su partido único (94,6% de los votos, la totalidad de los escaños, en las elecciones de noviembre de 1981) se disuelvan a su muerte.

Burguiba remite ahora estos motines a los tribunales de justicia, pero al mismo tiempo está negociando con los sindicatos para tratar de encontrar una salida a la situación. Ya no tiene otra fuerza que el magnetismo antiguo, y pocas posibilidades de sacar el país adelante, contando exclusivamente con una magia crecientemente teñida en sangre civil.

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