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Tribuna:
Tribuna
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Vivir del cuento

Un joven editor, suicida y asturiano, acaba de publicar un volumen con casi toda mi obra narrativa corta; el milagro llamó la atención morbosa de un crítico, y la pregunta, tópica y fundamental, surgió espontánea."En España, ¿se puede vivir del cuento?".

Respuesta afirmativa: Según mi teoría general, en este país todos ocupamos nuestro techo de incompetencia; en consecuencia, todos vivimos del cuento. Corrige la pregunta.

"¿Se puede vivir de los derechos de autor que devengan los cuentos?".

Respuesta negativa: Si la novela no da para comer, si acaso para desayunar, el cuento no llega ni para un chocolate con churros, precio especial hasta las 11 de la mañana. Insiste en el tema.

"Entonces, ¿nadie vive de la literatura?".

Carcajada estentórea: Aquí de la literatura no vive nadie, por más que unos cuantos ingenuos no podamos vivir sin ella; otra cosa es vivir de lo que se escribe, pero el periodismo poco tiene que ver con lo que nos ocupa, y no es agravio, ni peyorativo ni ameliorátivo; son oficios diferentes.

El cuento literario es un fenómeno especial de crisis perenne. No entro en definirlo, pues definir algo que todo el mundo conoce es la inejor forma de no entenderse; aceptemos el dictamen de la Real Academia ("Cuento: novela que no llega a los 20 folios; véase novela. Novela: cuento que se dispara") y pensemos que es la obra primogénita del aspirante a escritor, con independencia de que algunos se instalen en él de forma definitiva. En esta primogenitura influye, sin duda, el menor esfuerzo que el género exige, dada su también menor dimensión física, lo cual no quiere decir en absoluto que sea un género merior, sino todo lo contrario.

Lo terrible del cuento, delicada planta sin porvenir económico, es que carece de editores; los editores huyen de él como de la peste y, sin embargo, año tras año, contra pronóstico, sigue gozando de su mala salud de hierro, enfermedad envidiable que para nuestros escritos quisiéramos.

Miles de cuentos se escriben a lo largo del año en este país; pero, ¿qué hace uno con su primer cuento recién mecanografiado? En nuestro famélico panorama cultural no queda más remedio que acudir a los premios literarios, servidumbre necesaria tanto para publicar como para darse a conocer, y que si en un estadio inicial puede resultar válida, es imprescindible abandonar cuanto antes, pues, si crea hábito, el escritor queda preso para siempre en su jaula de oropeles. A lo largo del mismo año se convocan cientos de premios, del Hucha de Oro al Rosa de Plata, del Ciudad de Irún al Ciudad de Ceuta, cajas de ahorro, ayuntamientos, ateneos, asociaciones; hasta la Renfe convoca sus premios, gastándose el dinero en todo menos en lo que al autor le interesa: la difusión de su obra. Como mucho, se publican antologías de circulación semiclandestina.

Las revistas literarias constituyen el reducto de la calidad y el refugio más apropiado de la narración corta; son publicaciones minoritarias y heroicas que las más de las veces perecen de muerte natural. La falta de recursos económicos es su hábitat natural, pero no terminan de desaparecer, pues los nacimientos se superponen a los óbitos, formando un flujo continuo de entusiasmo renovado. Sin embargo, este flujo está en horas bajas. Miro hacia atrás, a las que me publicaron, y el repaso de sus nombres es una necrológica: Papeles de Son Armadans, El urogallo, Pasárgada, Kantil, Camp del' Arpa... Su función social no se adapta a la marcha de los tiempos.

Lo que hoy prima son las revistas de difusión masiva e interés general propio de una civilización del ocio (a veces forzado) y la crisis del cuento, puesto que se escribe y se lee, es un problema de ubicación en un medio idóneo. Las revistas de temas generales se esfuerzan en publicar entretenimientos, reportajes, crucigramas, horóscopos, comics y otros mil artilugios varios y, sin .embargo, se olvidan de la narrativa (paradójicamente, ofrecen apartados de crítica en vez de las creaciones en sí mismas), quizá por el prejuicio de considerar al público general refractario a la literatura, cuando la verdad es que a la gente lo que le gusta es contar y que le cuenten historias; de ahí que suponga el buen maridaje de revista y cuento y proponga como revistas óptimas para la experiencia los suplementos dominicales de la prensa diaria. Estoy seguro de que una mínima encuesta confirmaría mi pronóstico. El problema no es vivir del cuento, sino publicarlo con dignidad en un medio que llegue al público. ¿Usted qué opina?.

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