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Histoire d'Oh

Cuando ya desesperaba creyendo que no me restan otras morbosidades para echarme al liguero que la recepción por correo de orejas secuestradas y la licuadora fácil de limpiar; cuando ya mis más bajitos instintos se sumían en la fiebre y la nada, en el caos más absoluto, víctimas de la falta de imaginación reinante; cuando ya ninguna sexs-shop tiene secretos para mí y camino errabunda por los trillados vericuetos de la carne, convertido el deseo en bostezo y la lubricidad en relleno para canapés, cuando todo eso ocurría, hete aquí que reluce nuevamente la esperanza.Hete aquí que Eduardo Sotillos, portavoz del Gobierno, afirma que las filtraciones de información a los medios de comunicación le parecen "una práctica perversa".

Se me hace la boca agua sólo pensándolo. Un glorioso porvenir se abre ante mis fauces por el solo hecho de ser periodista. Cualquier día, en cualquier esquina, un funcionario ministerial emboscado en una hiedra portátil me propinará un codazo seductor, al tiempo que babeará junto a mi sien palabras inconexas, sin duda pertenecientes al excitante terreno de la filtración. Toda yo temblorosa, palpitante, humedecida, accederé a concederle una cita al galán que osará hacerme tan sinuosa propuesta.

Y a partir de aquí los dos, hechos unos dionisos, nos entregaremos a la perversa práctica, con el regocijo propio de nuestra absoluta carencia de responsabilidad. Practicaremos perversamente la filtración, que no es, contra lo que algunos ingenuos pudieran sospechar, algo tan legítimo como averiguar antes de tiempo que los Reyes son los papás, ni que los bebés no vienen de París, o que la sentencia de la LOAPA va a ser así o asá, o que la decisión del Gobierno sobre Rumasa es constitucional, o, incluso, que la Constitución va a contener esto y lo otro. Averiguarlo y contárselo a quienes pagan los medios de comunicación, los portavoces gubernamentales y hasta los mismísimos Gobiernos.

En realidad, no es la filtración -es decir, el acto- lo que a Sotillos le parece mal. Lo que le resulta especialmente perverso, aunque no se refiera a ello, es el fruto de esa práctica inquietante: el hecho de que el lector pasa a convertirse en un ser humano informado y, cabe creerse, menos indefenso.

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