Cambiar algo para que todo siga igual
A pesar de que las últimas elecciones japonesas parecen haber modificado el mapa político, nada pondrá en cuestión el sistema vigente tras la segunda guerra mundial y la preponderancia del partido gobernante
El milagro japonés se sustenta, no tanto en el culto a la jerarquía, sino en el respeto a los mayores. Su pacifismo, marcado por el holocausto de Hiroshima, sigue siendo firme, como lo es su rechazo absoluto a la introducción o producción de armas nucleares. Un enviado especial de EL PAÍS ha visitado Japón durante el ultimo proceso electoral y analiza en este informe el relativo fracaso del partido gobernante, el Partido Democrático Liberal, a pesar de que su condición de mayoría minoritaria, le permitirá seguir en el poder. El avance del partido Socialista y el crecimiento parlamentario del partido budista Komeito, junto al desprestigio causado por la participación de Tanaka en los sobornos de la Lockheed, han motivado este retroceso, no sustancial, del PDL.
La posición alcanzada por Japón en la economía internacional como segunda potencia mundial, inmediatamente después de Estados Unidos, es el resultado acumulado de un proceder sigiloso, con unas consecuencias políticas clamorosas en las elecciones generales niponas del 18 de diciembre pasado.Se puede analizar,cómo Japón ha cumplido su increíble proceso de crecimiento, pero que nadie espere de ese estudio obtener conclusiones aplicables fuera de aquel archipiélago y de sus inmediaciones geográficas. La realidad japonesa reclama en todo caso una mayor atención y un seguimiento mucho más detallado también en el campo político, donde los últimos comicios ofrecen una anticipación de los cambios incoados desde el fin de la segunda guerra mundial, referencia permanente para los políticos de Tokio y para todo el pueblo.
El sistema político japonés actual está configurado en la Constitución dictada por el ocupante norteamericano de 1945. Responde al principio de separación de poderes y establece un Gobierno responsable ante un Parlamento, democráticamente elegido, que consta de dos cámaras: la de representantes, con 511 escaños, y la de consejeros, con 252. Una particularidad del sistema es la definida en el artículo 9 de la Constitución, sustentada en el ideal del pacifismo, donde se estipula el rechazo a la guerra, la no posesión de potencial bélico y la renuncia al derecho del Estado a ser beligerante.
Bajo estos supuestos, Japón, en los años iniciales de la posguerra, constituyó un caso insólito de Estado sin ejército. Estas prescripciones constitucionales propugnaban un Estado que, en expresión del referido autor, liberado de la zarpa, no respondía a la imagen de un animal de presa y se transfiguraba en cordero o gacela. Claro que la ocupación militar norteamericana de Japón remitía otra vez las cosas al esquema clásico de la edad de hierro en que vivimos.
El conflicto de Corea, las tensiones de la guerra fría y la recuperación de Japón como país independiente crearon una dinámica cuyos últimos desarrollos han sido explicitados por el presidente Ronald Reagan en su visita a Tokio el pasado mes de noviembre.
Firme rechazo a las armas nucleares
Primero vinieron los exégetas a matizar que el artículo 9 no denegaba el derecho inalienable de autodefensa inherente a la naturaleza de Japón como una nación independiente y soberana. Entonces, el Gobierno hizo suyo el punto de vista según el cual la Constitución no prohibía el mantenimiento de la mínima fortaleza militar necesaria para el ejercicio del derecho de autodefensa, y por ahí se llegó a organizar las fuerzas de autodefensa y a mejorarlas progresivamente.Ahora es Estados Unidos quien se esfuerza en impulsar al Gobierno japonés para que asuma nuevas responsabilidades en este campo y, en particular, asegure la defensa de las líneas marítimas de aprovisionamiento al archipiélago en un radio de mil millas, mediante los elementos navales y aéreos proporcionados. La respuesta a esos requerimientos obligaría a Japón a destinar a las fuerzas de autodefensa unas asignaciones presupuestarias por encima del límite máximo del 1% del producto nacional bruto fijado para esos fines desde 1976.
Impresiona visitar Hiroshima y repasar los datos e impregnarse del ambiente de aquel holocausto de 200.000 víctimas. Así se comprende la firme adhesión del pueblo japonés a los tres principios no nucleares de no poseer, no producir y no introducir armas nucleares en Japón. Pero sorprende repasar todo aquel escenario de desolación, todas aquellas lápidas y memoriales sin encontrar mención alguna de Estados Unidos, que tampoco ha erigido sobre el terreno ninguna conmemoración autocrítica. Y estas coordenadas deben lenerse muy presentes si se quiere entender la sensibilidad y la actitud de Japón. Sólo así se explica que el primer partido de la oposición, el socialista, propugne en materia de defensa "la neutralidad desarmada".
Las últimas elecciones generales arrojan bastante claridad sobre el sistema político japonés, cuyas amplias bases de consenso acusan el deterioro causado por comportamientos escandalosos, como el ejemplificado por el ex primer ministro Tanaka, condenado por un tribunal de primera instancia a causa del soborno recibido de la compañía norteamericana Lockheed.
Hay que establecer algunos datos para un mejor acercamiento a la realidad que tiende a simplificarse con la distancia. Sorprende, por ejemplo, examinar el número de candidatos que optaban a los 511 escaños de la cámara baja de la Dieta. Primero, porque el total fue de 848, lo cual significa que en algunos distritos no pudo haber verdadera liza electoral, sino una candidatura única. En segundo lugar, la distribución de candidatos presentados por los distintos partidos demuestra que ninguno hizo una oferta completa para los 511 escaños. Así, por ejemplo, el Partido Liberal Democrático presentó 339 candidatos; el socialista, 144; el budista Komeito, 59; el social demócrata, 54; el comunista, 129; el Nuevo Club Liberal, 17. Es decir, que salvo el PLD, ningún otro tenía candidatos suficientes para aspirar a la mayoría parlamentaria, aun en el caso de que todos ellos hubieran resultado electos. Había, pues, una renuncia previa a la victoria que algunos explican por los acuerdos intepartidarios, según los diferentes distritos electorales, pero que, en ningún caso, hubieran podido ofrecer el resultado de un Gobierno de coalición. Porque los partidos de oposición no hubieran aceptado girar en torno al partido socialista. Centristas e independientes se encuentran más cerca del PLD que sus colegas socialistas.
La minoría mayoritaria del PLD ha ejercido con respaldo parlamentario más o menos holgado el Gobierno durante los últimos 38 años. Y en ese dilatado período se ha configurado en facciones en torno a los diferentes líderes, según un esquema que podría encontrar analogías con el de la democracia cristiana italiana, por citar un ejemplo cercano.
Otra variable específica que debe valorarse es la del Koineito, partido de inspiración y obediencia budista, que ha experimentado el mayor crecimiento en los últimos comicios y ha llegado a los 58 escaños, 24 más de los obtenidos en 1980. En algunos medios intelectuales y políticos japoneses se observa este fenómeno con cierta preocupación. No puede establecerse un paralelismo estricto con el resurgir del fundamentalismo islámico en otros países, pero el Komeito despierta recelos por su capacidad de generar fanatismo religioso.
Todo el sistema político y social japonés tiene unas altísimas dosis de consenso en torno a unos objetivos nacionales perseguidos con una constancia y una tenacidad admirables y que se anteponen a cualquier consideración particularista. Esos objetivos se modulan después en las empresas, o, si se prefiere, de la actividad de éstas se derivan aquéllos. Visitar las fábricas japonesas produce efectos corrosivos sobre el ánimo de los europeos. Todo el esquema clásico de la confrontación empresa-sindicato se derrumba ante el espectáculo de la cooperación y el nivel de sus resultados.
Paradójica austeridad
Empieza a quedar claro que los ciudadanos de la segunda potencia económica mundial, los japoneses, viven muy por debajo de sus pos¡bilidades, muy afirmados en sus hábitos de austeridad, característicos de los países desarrollados, en contraste con el despilfarro de las administraciones que define a los países más pobres.Aquí, en Japón, las teorías económicas de los académicos liberales quedan en gran parte pulverizadas. Los incentivos puramente individuales quedan muy atemperados en favor de los valores de fidelidad, disciplina y trabajo colectivo. Las empresas han transgredido el comportamiento puramente lucrativo respecto a los trabajadores, y éstos, los salarymen, entregan a las empresas mucho más que sus horas de trabajo. Allí quedan también sus ocios, sus vacaciones, pero, sobre todo, su mente funciona bajo la obsesión de cooperar para el mejor éxito empresarial.
Japón, la sociedad de la innovación, vive paradójicamente jerarquizada no por criterios de eficiencia, sino de edad y respeto a los mayores. Ahora queda por ver si las nuevas generaciones, nacidas fuera de las carencias de la posguerra y educadas en la abundancia presente, seguirán por las sendas de los creadores del milagro económico japonés. Y habrá que medir el impacto que los planes norteamericanos para Japón puedan llegar a tener sobre su economía.
En medio de la crisis económica que ha afligido al mundo, Japón se ha mantenido sin paro, fuera de los efectos de la inflación y encajando los exorbitantes aumentos del precio de los crudos. Y es que Japón no tiene hierro ni otros metales requeridos por la industria. Su recurso fundamental y casi único no es otro que el trabajo.
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