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Reportaje:Asesinado de Carrero y agonía del franquismo / 3

"El presidente está cadáver"

Junto a la Audiencia Provincial de Madrid se había dispuesto aquella mañana de diciembre un extraordinario servicio de seguridad. El Tribunal de Orden Público iba a reunirse para iniciar la vista del Proceso 1.001.El Partido Comunista de España -en la clandestinidad y dirigido desde París por su secretario general, Santiago Carrillo- y la totalidad de las fuerzas que se oponían al Régimen pensaban hacer de aqueljuicio un. importante acto de propaganda política, comparable al que hizo ETA con el proceso de Burgos. El ambiente estaba suficientemente caldeado para convertir la vista en un juicio contra el Sistema. Pero el asesinato de Carrero daría al traste con los deseos del PCE.

La noticia del atentado, no sólo deshizo las largas colas y concentraciones ante el Palacio de Justicia, sino que abortó las huelgas previstas en centenares de fábricas. El miedo se había apoderado de todos.

El despliegue policial en torno al edíficio de la Audiencia, situado en la plaza de las Salesas, se montó en círculos concéntricos. El primero lo formaban funcionarios adscritos a la. Brigada Político Social, donde se encontraba el policía Luis Antonio Fernández Pacheco, conocido por Billy el Niño. El segundo, a unos 100 metros del anterior, estaba compuesto por miembros de la Brigada de Orden Público. En el tercero, a unos 300 metros del primero, estaban los de la Brigada Criminal.

José García Valiño, uno de los jefes de grupo de la Brigada Político Social, se movió con rapidez. Desde la plaza de las Salesas, envió a varios de sus hombres a Claudio Coello. Posteriormente informó al jefe de la Brigada Regional Político Social, Saturnino Yagüe, especialista en la persecución de grupos comunistas, de la explosión ocurrida en aquella calle. La policía había acordonado ya la zona y numerosos funcionarios comenzaban a interrogar a vecinos, testigos y transeúntes.

En la última edición del libro Operación Ogro se recoge una transcripción de las cintas grabadas de la emisora de la policía aquella misma mañana. Las voces, nerviosas y entrecruzadas, informaban de los hechos a medida que se precipitaban los detalles del suceso:

-Vamos a ver..., según nos informan aquí también, en el lugar del suceso, dicen que a un coche le ha cogido la explosión de lleno y que lo ha subido hasta la azotea. Acaban de subir los bomberos; llevaba tres ocupantes..., y acaban de subir los bomberos y ya les confirmaremos este extremo, pero estamos muy seguros.

La confusión en la policía era absoluta. Mientras los escoltas de Carrero subían a la terraza del convento de los jesuitas, desde la emisora H20 se preguntaba sobre lo que había ocurrido.

-Se ha hecho una comprobación y, efectivamente

[con voz entrecortada de ahogo], el coche que han subido a la azotea es el que llevaba el señor presidente del Gobierno, que ha resultado muerto, en compañía del conductor y un compañero de escolta, señor Bueno.

-Adelante, acabamos de ver

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cómo lo sacaban al señor presidente en una camilla... pero está vivo, ¿eh?

[muy nervioso]. Está vivo...

En la emisora de la policía se mezclaban las informaciones relacionadas con la explosión de Claudio Coello y las de un suceso en El Batán: un toro andaba suelto junto a la calle de Guillermo Osca, donde alcanzó e hirió a un hombre de 77 años, que, fue atendido, en una clínica de Legazpi, de conmoción cerebral y herida en la región parietal. Poco más tarde, el toro fue acorralado y abatido a tiros en una fábrica de harinas situada en la avenida de la Ciudad de Barcelona.

Sobre las 9.50 horas, el jefe de la Brigada de Orden Público, Marino Arroyo, comunicó a Eduardo Blanco, director general de Seguridad, y al ministro de la Gobernación, Carlos Arias, la noticia de que el presidente había fallecido a causa de una explosión de gas. Marino Arroyo llamó a Blanco y le dijo:

-Mi coronel, hemos comprobado que el coche del presidente está en la terraza de los jesuitas y que Carrero está cadáver. Arias, desde su despacho, marcó en el teléfono rojo el número 99: línea directa con Franco. Pero el jefe del Estado no estaba allí. Padecía una gripe y se encontraba en otra habitación del palacio. Arias habló con uno de los ayudantes de Franco y fue éste quien dio al general la noticia de la muerte de Carrero. Inmediatamente, Arias salió hacia Claudio Coello.

"Un accidente desgraciado"

El coche del ministro de la Gobernación quedó aparcado en la calle de Maldonado. Nervioso, crispado y casi histérico, Arias se dirigió a pie, muy deprisa, dejando a su escolta atrás. Cuando llegó junto al 104, un policía le informó de lo que ya sabía:

-Señor ministro, ha sido un accidente desgraciado, pero un accidente.

Nadie tenía aún confirmación de que se trataba de un atentado, aunque la mayoría de los policías pensaban que una casualidad tan casual "era demasiado sospechosa". (Pronto se enterarían de que por allí únicamente pasa una tubería de 100 milímetros de diámetro de conducción de gas a baja presión.)

El coronel Blanco llegó al lugar del suceso cuando ya habían salido en las ambulancias los cuerpos' del presidente, de su escolta y de su chófer. Los dos máximos responsables del orden público se dirigieron entonces al hospital, donde intercambiaron su primera impresión: tenía que ser, por fuerza, un atentado. Mientras tanto, varios médicos intentaban inútilmente reanimar al almirante en la unidad de vigilancia intensiva del hospital.

Agustín Herrero, jefe de la escolta de Carrero, se encontraba en Castellana 3, montando el servicio de seguridad de la reunión ministerial, cuando recibió la primera noticia a través de una emisora de radio portátil instalada en Presidencia. Inmediatamente se la comunicó a Gonzalo Fernández de la Mora, a quien Carrero había citado a las diez.

A partir del momento de la explosión, y muy especialmente cuando empezó a trascender en círculos oficiales la noticia de la. muerte del presidente, la anticuada centralita de Amador de los Ríos -sede del Ministerio de la Gobernación- quedó completamente bloqueada, prácticamente inservible, por el aluvión de llamadas de ministerios, centros oficiales y de cientos de personas con algún pequeño cargo que llamaban para informarse.

Era una auténtica guerra para coger línea. Al colapso general telefónico se sumaba el bullir del ministerio. El nerviosismo se acrecentó con la dificultad de conectar con los jefes respectivos de cada uno para recibir instrucciones. Un nerviosismo (que se hizo casi patético en los gobernadores civiles y las autoridades provinciales, que sumaban a su absoluto desconcierto la total falta de información. La solución ¡mprovisada: realizar una requisa de teléfonos directos, con orden de reservar el teléfono directo del ministro únicamente para emergencias.

El desbarajuste en las comun¡caciones y la complejidad de los servicios de información existentes embrollaron todavía más aquellas horas que siguieron al atentado. Todo el mundo estaba de acuerdo en que, al menos en los servicios de información, se habían producido fallos increíbles Para el general jefe del Alto Esta do Mayor, Manuel Díez Alegría, la explicación es que "había muchos servicios y eran malos". "Hasta tal punto, que, principalmente, derivaban en temas como que el señor tal tiene querida y ha dicho esto, y aquel otro es liberal o masón, u otros chismorreos".

Teléfonos 'pinchados'

Todo falló ese 20 de diciembre de 1973. Había un verdadero bosque de servicios de inteligencia que resultaron inútiles. Algunos de ellos estabail ocupados en otros asuntos más delicados, como intervenir los telé-Fonos del palacio de la Zarzuela, sede entonces del Príncipe de España. Juan Carlos se enteró de ello por un amigo suyo, después del discurso de Arias, en 1974, discurso que pasó a la historia como el espíritu del 12 de febrero.

El Príncipe pidió explicaciones al jefe del Servicio Central de Documentación de Presidencia del Gobierno (SECED), el comandante Juan Valverde. Éste señala ahora que investigó el asunto, pero que nunca llegó a comprobarse oficialmente el hecho. Lo cierto es que los pinchazos de los teléfonos de la Zarzuela ha sido uno de los secretos mejor guardados de la transición.

José Ignacio San Martín, antecesor de Valverde, dice ahora al respecto: "Ya sé que se ha atribuido al servicio que yo dirigía el que los teléfonos de la Zarzuela estuvieran pinchados. Permítame dudar, no de que estuvieran efectivamente intervenidos, sino de que existiera cuálquier servicio oficial que hiciera eso. Si el mío hubiera intervenido en esa acción, hubiera cometido un acto de deslealtad, de lo que estábamos bien lejos, y a la vez una estupidez. El SECED hubiera podido hacerlo técnicamente, aunque con muchas dificultades, pero antes tendría que haber recibido una orden del almirante Carrero, y eso no lo hubiera.hecho éste. Puedo decir más: si se me hubiera dado tal orden, tengo la seguridad de que no la hubiese cumplido. ¿Quién, por otra parte, puede asegurar que algunos operarios o técnicos de la Telefónica no habrían podido hacerlo, y, en tal caso, cuál sería su filiación?"

Bien entrada la mañana de aquel 20 de diciembre informaron al coronel Blanco de que en los calabozos de la Dirección General de Seguridad tenían a más de 100 detenidos en redadas llevadas a cabo con motivo del 1.001. El coronel, con la autorización de Arias, llamó personalmente al ministro de Justicia, Francisco Ruiz Jarabo, y le pidió permiso para enviar a los detenidos ala cárcel de Carabanchel y que allí les fueran practicadas las diligénci.as policiales. El motivo: no había sitio donde meterlos y podía ocurrir que algún policía nervioso se tomara la justicia por su mano.

Ruiz Jarabo niega que se produjera esa conversación. Y añade que, como ministro de Justicia, nadie le pidió tales autorizaciones: "Autorización que nunca hubiese dado un ministro de Justicia, y menos yo, teniendo en cuenta que esos detenidos no habían sido presentados ante el juez y, por tanto, eran detenidos gubernativos y no judiciales. La reponsabilidad nunca podía ser del ministro de Justicia". Entre esa tarde y la mañana siguiente, la mayoría de los detenidos salieron en libertad, aunque, muchos, con multas gubernativas.

Otro tipo de dinero fue también uno de los protagonistas de aquella jornada, a través de la reacción de la Bolsa de Comercio ante el magnicidio. En la Memoria Oficial de la Bolsa de Madrid correspondiente a 1973, en el apartado Crónica general, se lee: "El 20 de diciembre el país se vio conmovido por el magnicidio cometido en la persona del presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco (...). Ante este hecho terrorista, la Bolsa reflejó la serenidad del pueblo español en todos los órdenes y se mantuvo el ritmo de operaciones y de cambio".

El Banco de España metió dinero en los corros para mantener el índice general -en realidad subió 0,86 puntos-, pero el volumen de contratación había pasado de 200,9 millones de pesetas el día anterior a 127,9 millones en la jornada del asesinato. Cerca del mediodía del 20 de diciembre, el síndico presidente de la Bolsa, Pedro Rodríguez Ponga, transmitía al ministrb de Hacienda, Antonio Barrera de Irimo, el siguiente mensaje: "No hubo ningún movimiento en la Bolsa. Ningún movimiento de catástrofe, salvo el emocional".

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El cachorro iba desnudo.

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