"Decenas de jóvenes intentaron huir y se atropellaron en pasillos cegados con rejas o sin salida alguna", afirman los supervivientes
Juan María tiene 21 años. Está desolado. Muestra su mano derecha magullada. Las venas le laten fuertemente. Tirita. No quiere hablar. Permanece apoyado en la verja de un edificio contiguo a la discoteca. Pregunta por sus tres amigos, con los que entró en la sala Alcalá 20 alrededor de la 1.30. "¡,Dónde están, dónde?", dice desconsoladamente. Habían pasado once meses juntos en la mili, en la misma compañía, la 34 de Colmenar Viejo. Es, eran, algunos de los muchos jóvenes que en la noche del viernes vieron el rostro de la muerte, de frente, en una discoteca de moda, en el centro de Madrid.
Lorenzo Benito, 23 años, catalán y pintor en paro, expone muy sereno su relato. "Yo estaba en los palcos que hay a la derecha del escenario mirando de frente. En aquella zona estábamos unas 70 personas. Dentro de la sala habría entre 600 y 1.000, yo creo que más de los autorizados"."Todo empezó poco antes de que cerrara la sala. De la juntura de las cortinas que cubrían el escenario salió una humareda de pequeñas proporciones, pero visible", dice. Otro superviviente, José Ramón Pacio, de 22 años, asegura que hubo algunos que bromearon al ver humo tras las cortinas y comenzaron a gritar "¡Que las abran, que las abran!", en tono jocoso. Algunos asistentes pidieron un sifón a un camarero, que les respondió si alguno se había manchado: "No", contestaron, "es para apagar un incendio".
"Yo vi la humareda", prosigue Lorenzo Benito "y vi también cómo el encargado de los camareros y cuatro o cinco personas más se metían tras las cortinas. Las retiraron un poco. De pronto, salió una llamarada de unos dos metros de altura. Abrieron del. todo el cortinaje y una lengua de fuego enorme, de unos cuatro metros de altura por seis o siete de anchura, se alzó como un fogonazo, como un flash gigante".
Lorenzo Benito asegura que la gente que se hallaba en la pista, en un principio no le dio mucha importancia al humo, pero el pánico le apoderó de la mayoría cuando salió aquel fogonazo. "Yo salí hacia la zona del guardarropa por la puerta de la izquierda, al contrario que la mayoría de la gente que lo hizo por la de la derecha. La luz se ocultó inmediatamente por el espesísimo humo que se desprendía de allí, de la zona del cortinaje y que subía hasta las escaleras donde la gente comenzaba a agolparse. No se veía luz alguna. Era imposible reconocer los rostros
Ciegos y despavoridos
Despavoridos por los gritos y cegados por el humo, los jóvenes intentaban subir ahora las angostas escaleras de caracol, de unos dos metros de anchura, por las cuales se accedía a la calle. Muchos de ellos continuaban por rutas sin salida y regresaban desesperados a un vestíbulo central donde se hallaba la guardarropía y un mostrador de la cerillera."Recuerdo haber escuchado el grito desgarrador de un joven que, al pisotearle, la estampida de gente le quebró posiblemente las piernas y las caderas. Siempre por la puerta de salida de la izquierda, palpando la pared, conseguí alcanzar la calle, donde aspiré una bocanada de aire fresco", prosigue Lorenzo Benito. "Una vez en la calle improvisamos un cordón para comenzar a salvar gente".
Javier Pauluz, fotógrafo, que se hallaba entre los que alcanzaron la salida, asegura que entre la oscuridad, y desde dentro, llegaban voces y gritos de los jóvenes atrapados abajo. "A causa del desconcierto, la gente que ascendía por la escalera seguía subiendo hacia los pisos superiores y allí había verjas que no les dejaban continuar. Allí encontré a unas 10 personas, algunas agarradas a la verja y otras esparcidas por el suelo. Todos habían muerto asfixiados", dijo Pauluz.
Afuera, la gente rompió la verja que cierra el teatro Alcázar y que impedía la salida fluida de los que conseguían escapar. Una vez a salvo, Lorenzo Benito pudo escuchar los golpes de un grupo de supervivientes que intentaba hacerse oír desde el sótano, para que les sacaran. "Golpeaban una mampara horizontal de vidrios gruesos que hay en el suelo, y a través de ella veíamos sus sombras", prosigue Lorenzo Benito.
"Corno locos, unos cuantos intentamos agarrar objetos punzantes o contundentes con los que perforar aquella superficie de vidrios. Unos rompieron una luna de la peletería contigua, otros cogieron palos, otros más, hierros procedentes de la verja exterior rota y yo cogí una valla azul de esas que se emplean para canalizar a la gente. Comenzamos a picar el suelo sin mucho éxito. Un bombero acudió velozmente con su pico e hizo un gran boquete por donde salieron a la calle unas 15 personas, sanas y salvas".
Fuga con éxito
Al mismo tiempo, cinco varones y una joven lograban salir y alcanzar la calle a través del tubo del aire acondicionado. Después de lograr, muy trabajosamente, romper tres puertas, fueron a dar a un espacio sin salida. No obstante, una corriente de aire les permítió detectar allí la conducción. "Avanzamos como pudimos y al final del hueco vimos una rejilla que daba a la calle, desde donde varios policías municipales nos ayudaron a salir".Una mujer de cierta edad requería a grandes voces, en la puerta exterior de la discoteca, ayuda para su hija. María José Halcón, de 19 años, hija del portero del inmueble, Román Halcón. Toda la familia se había despertado a consecuencia del humo del incendio, que ya inundaba su casa, situada en el sexto piso del edificio.
Alarmados, intentaron salir de la vivienda, pero se encontraron con una gran masa de humo que trepaba silenciosamente por la escalera. El único camino de escapada que encontraron fue el de las terrazas del edificio. La familia Halcón Perea intentó pasar de una terraza a otra, hasta el inmueble colindante, a través de un alero. El padre y la madre lo consiguieron, pero "la niña, mi sobrina", explica la hermana de Encarnación Perea, "no vio un hueco entre las terrazas y cayó al vacío". Cuando fue recogida, en el patio interior "tenía las piernas rotas y agonizaba".
Lorenzo Benito lo vio todo. "Al oír las quejas de aquella mujer", recuerda, "salí corriendo junto a un guardia. Pude ver al portero abrazado a su hija. Estaba tan atenazado a ella que resultaba imposible soltarle. El padre lloraba desesperadamente. Decía que había muerto. La chica estaba muy malherida, pero le toqué la muñeca y grité a su padre que la chica vivía. ¡Vive, vive! le dije a voces, pero no me creyó. Aún estaba caliente".
Rornán Halcón resultó ileso y Encarnación Perea fue ingresada en el Hospital Provincial, con intoxicación por monóxido de carbono, y a media mañana fue dada de alta en el hospital.
Enrique Balaguer iba a casarse hoy. Festejaba la víspera con sus tres hermanos. Uno de ellos, Antonio, lo mismo que Clemente Francisco Pérez Moreno, Gonzalo Expósito y Pedro Juárez murieron heroicamente miestras, como podían, ayudaban a sacar gente de aquel infierno oscuro de humo y muerte.
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