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La cordialidad ecuménica presidió la visita del Papa a la iglesia de los luteranos de Roma

Juan Arias

El encuentro entre el papa Juan Pablo II y la comunidad luterana del domingo en Roma ha sido bien acogido por la opinión pública de este país, quizá porque se ha realizado en un momento históricamente crítico, en el que todas las negociaciones a alto nivel político internacional parecen condenadas a abortar. Pese a que no se ocultaron las diferencias, la visita estuvo presidida por la cordialidad. El Papa quiso que se empezara el rito con una oración del mismo Lutero en la que se pide la unidad de los cristianos, y rezó sólo el padrenuestro y el credo, dos oraciones comunes a todos los cristianos.

Se ha tratado sólo de un gesto, pero que no deja de ser significativo, sobre todo si se piensa en los cinco siglos de ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia reformada de Martín Lutero, de enfrentamiento, de anatemas recíprocos y hasta de horribles insultos. El mismo Papa, durante su discurso a los luteranos de la Christus Kirche de Roma, no ha querido ocultar las graves dificultades por las que tuvo que atravesar en su nacimiento la comunidad luterana de Roma, por las incomprensiones y los ataques de los católicos de entonces.Este primer encuentro histórico de un Papa con una comunidad proteistante de Roma ha sido, de forma paradójica, importante precisamente porque no era fácil. La invitación hecha por el pastor luterano Christoph Meyer a Juan Pablo II para que visitara su comunidad en el 500º aniversario del nacimiento de Lutero no fue recibida con demasiados aplausos por laIglesia luterana, de Alemania, cuna de la reforma protestante. De hecho, en el encuentro no estuvo presente la presidenta de los luteranos de Italia, Hanna Franzoi.

El pastor Aurelio Baffi, presidente de la Federación de las Iglesias Evangélicas, declaró desde el principio que los cristianos valdenses no asistirían al encuentro del Papa con los luteranos para "no dar la impresión equivocada de que las confesiones cristianas hayan obtenido ya formas concretas de unidad y que las diferencias actuales puedan aparecer como sin fundamento".

Sin embargo, tanto el pastor Meyer como Juan Pablo Il insistieron desde el primer momento en que se trataba sólo de un encuentro de oración a nivel de comunidad local romana, sin deseos de imponer nada por ambas partes. Los luteranos de Roma subrayaron que a Juan Pablo II lo recibían no como Papa, sino como obispo de Roma, aunque después el pastor Meyer acabó llamándolo santitá, en italiano, con la excusa de que es una expresión aceptada por el uso común, sin significados teológicos.

Por su parte, Juan Pablo II no tuvo ningún gesto que pudiera desagradar a los luteranos. Quiso que se empezara el rito con una oración del mismo Lutero en la que se pide la unidad de los cristianos, y rezó sólo el padrenuestro y el credo, dos oraciones comunes a todos los cristianos. Estuvo sentado en un sillón idéntico y a los mismísimos centímetros del suelo que el del pastor Meyer, y hasta subió al púlpito para leer su sermón, cosa que jamás hace el Papa, quien lee siempre desde el lugar donde está sentado.

Aún hay divergencias

A lo que no resistió Juan Pablo Il fue a dar la bendición al final de la ceremonia. Lógicamente, ninguno de los luteranos presentes se santiguó.Juan Pablo II fue muy claro en dos cosas: en afirmar que "existen aún divergencias evidentes en la doctrina y en la vida entre luteranos y católicos", y en que, contra lo que dicen muchos de sus cristianos, su voluntad ecuménica es sincera. Dijo textualmente: "Deseamos la unidad, trabajamos por la unidad, rezamos por la unidad, sin dejarnos descorazonar por las dificultades que encontramos aún en nuestro camino".

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