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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La guerra del Ateneo

Yo no voy nunca -ya- al Ateneo, desde que conocí allí al ángel rubio de mis días/noches, pero Julio Luelmo, cuyo pseudónimo literario es Mauro Olmeda (qué entrañables estos pseudónimos que no son ni más ni menos que el nombre propio, sino que parecen intercambiables), me escribe desde la calle de la Ballesta y me hace llegar sus cartas al ministro Solana. Y va y le dice al ministro: "El Ateneo, permanece sin junta directiva desde el final de la guerra 36/39, en que fue incautado por Falange". Esto, escrito en noviembre de este año, no deja de resultar entrañable por lo que tiene de abolición del tiempo. Lo que yo creo, con perdón de Julio Luelmo/Mauro Olmeda, es que el Ateneo es o fue la calle, una prolongación de la calle, un meandro de la calle madrileña, un regato de Madrid, regato de oratoria y de política donde se han refugiado Valle, Unamuno, Azaña y hasta Chueca Goitia. A Julio Luelmo, .por cierto, no le gusta nada Chueca Goitia, y uno piensa, una vez más, que la España otra tiene tanta tradición como la España/España de Escobar -"la vida tiene otro sabor"- y que hay hombres maduros, en la calle de la Ballesta (seguramente una pensión), defendiendo el Ateneo como la última trinchera peatonal contra el oficialismo. Julio Luelmo/Mauro Olmeda, en la carta que a mí me manda, es como un personaje de Baroja, entre anarquista y legitimista. Es como un legitimista del anarquismo, y denuncia muy puntualmente el desembarco que la cultura/incultura franquista hizo en el Ateneo. Su última denuncia del tema data del pasado mes de mayo y la firman Julio Luelmo, Isidro de Miguel y Lorenzo Beceira, abogado del Estado el primero, profesor de Derecho Penal el segundo y licenciado en Derecho (como todos los españoles, mientras no se demuestre lo contrario, como decía Fernández-Flórez), el tercero.Uno, personalmente, no cree ya demasiado en el Ateneo, como no cree en la II República aplicada a hoy. Cada cosa es de su tiempo y ahora necesitaríamos otro Ateneo, o ni siquiera eso, porque hay mil formas ateneísticas de convivencia, comunicación y "encuentro", como se decía hasta hace poco, que suplen la caja de resonancias, vociferante o susurrante, que fue el Ateneo para Unamuno, Valle y Azaña. Es lo del chiste de Mingote: "Estos jóvenes son unos insensatos, quieren hacer una guerra civil, cuando la que hay que hacer es aquélla, la nuestra, la del 36". Otra cosa es que el Ateneo haya sido abusiva e inútilmente utilizado por una pseudodemocracia de de rechas para que don Fernando Chueca Goitia pueda leer cosas del churriguerismo del XVIII, en la biblioteca, mientras los sumilleres, como anoté aquí el otro día, le echan un García Morente, como alfalfa, a su caballo, atado a la puerta, en la calle del Prado. Digo esto -y el Ateneo me es disculpa para dejar claro que hay un re publicanismo de derecha/izquierda que lo que añora es su juventud, como añora la guerra, perdida o ganada, que con fuden biológicamente con la edad enorme y delicada de sus vidas. Y entre ellos, no pocos exiliados de vuelta, a quienes no les gusta España como no sea cuando les da algún premio protocolario y legendario. La España que está haciendo/que riendo hacer la "generación del Rey" es una España de hoy que poco tiene que ver con las nos talgias y la carcoma de unos y otros, y si me he referido aquí, a veces, al institucionismo latente de nuestros psoes, esto es un referente cultural, nunca una coartada sentimental, como en Líster, el Campesino, Gil-Robles o Girón, muertos y vivos, me viene a dar casi lo mismo. La guerra del Ateneo es como "las guerras de nuestros ante pasados", que diría Miguel Delibes (me escribe hoy). Aunque un día se gane, es una guerra que está perdida. La calle tiene hoy otros vectores y tribunas. La guerra de Julio Luelmo/ Mauro Olmeda es casi una guerra personal. El futuro, un suponer, acaba de ganar una guerra en el Tribunal Constitucional, con lo de Rumasa. Mi entrañable Ruiz-Gallardón, primera voz de nuestras zarzuelas, ha sido el protomártir de la cosa y la causa, al recibir un papel como un filtro envenenado. Olvidemos los tambores y, a ser posible, las guerras de nuestros antepasados.

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