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La voz

Las voces son innumerables, y cada una de ellas es singular. Su singularidad proviene solamente de concebirlas todas juntas, en sus interrelaciones. Porque las voces forman conjuntos por sí mismas. Su totalidad forma una provincia de la música; se dice muchas veces que son el coro. De la música, del canto reciben muchos de los nombres que se les da.Estos nombres ordenan las voces como una topografía: del bajo al soprano, se va de abajo arriba como cuando se asciende una montaña. O bien se disocia, en una emisión de la voz, lo que la audición reúne; se jalonan estratos sonoros a los que se dan nombres metafóricos: registro, timbre, volumen, tesitura, etcétera.

Descended más al fondo, buscad el subsuelo de la voz, sus fundamentos, o bien imaginad que se ofrece desnuda en su sustancia. Se manifiestan entonces singularidades identificadas por medio de otras metáforas. Las voces roncas son casi animales; su flujo podría carbonizar las materias combustibles. Otras son alientos puros, diríase que inmateriales. Hay voces que son de oro o de cristal; a otras se las puede comparar con chorros de agua. Otras proceden de las profundidades de ultratumba. Unas son heladas y otras cálidas. Rara vez son coloreadas, pero a veces son blancas: voces sin timbre, voces neutras; el blanco es la gelatina de las palabras en el fondo de las gargantas.

O mucho más lejos aún, mucho más lejos que las denominaciones metafóricas, el cuerpo escucha la venida de la voz, escucha su propia voz y escucha las demás veces; unas y otras vienen a tomar cuerpo en el cuerpo. La escucha, cuando está atenta a la sola venida de la voz, escucha la voz antes que el sentido, antes que las emociones. Esto hace que la voz sea antes que las emociones. Esto hace que la voz sea antes que el grito, antes que las palabras y antes que el canto. En primer lugar, la voz no grita, ni habla, ni canta, aunque es ella la que rompe el silencio. A partir de la ruptura que provoca, surgen gritos, palabras y cantos, pero ella, la voz, está más allá de los sentimientos y las emociones que pasan por los gritos, por las palabras y por la música de la voz.

De la misma forma, la voz es objeto de una experiencia, no de un conocimiento. Sobreviene irrevocablemente. ¿Es la voz cosa del cuerpo? Cuando la experiencia es íntima, la voz atraviesa el cuerpo de parte a parte, sale por la boca, que mastica los sonidos; entra por la oreja, que, nada más oírla, la olvida. Esta travesía conmueve al cuerpo. Lo que atraviesa ¿proviene de fuera? Es un aliento pulsado por un cuerpo que respira. Los alientos vienen de fuera del cuerpo; son llamados al interior por la acción del pecho y luego vuelven al exterior. La voz es lo real de los límites entre cuerpo y no cuerpo.

El cuerpo no sería el cuerpo si fuera una masa amorfa. Ni gritos, ni palabras, ni cantos: imaginemos un mundo en que los gritos, las palabras y los cantos fueran mudos y el cuerpo se encontrara emparedado en su silencio.

El cuerpo sonoro es un efecto de la voz. La voz da y escucha sonoridad a la vez. Sin embargo, el cuerpo limita la voz. La limita. La voz no lo puede todo, no puede exceder los poderes del cuerpo que atraviesa. La voz despierta al cuerpo como una aurora que se levanta fuera, pero es en este cuerpo en donde habita. Sin las resonancias de los alientos, cuando atraviesan las cavidades del cuerpo y despiertan a las terminaciones nerviosas, la voz sería sólo barahúnda: ruido inimaginable, ruido mítico; mítico porque sería anterior al ruido del origen que, originariamente, ha atravesado ya el cuerpo cuando viene la voz y luego se ha dividido repentinamente en diversas voces.

El cuerpo resuena. El cuerpo que grita, que habla, que canta, el cuerpo que se deslíe en palabras y el cuerpo que grita o canta en una alegría o un dolor sin nombre, el cuerpo contemporáneo de los alientos que lo atraviesan; este cuerpo es un cuerpo que late.

La sangre late, y como ella, la respiración, las contracciones musculares y las estimulaciones nerviosas. A latidos, los alientos atraviesan el cuerpo y marcan un ritmo. La voz es ritmo, pero el ritmo nace en el cuerpo atravesado por la voz. Extraño estatuto el del cuerpo, instrumento de la voz; es él quien grita, habla y canta; él quien marca el ritmo cuando se vacía de las resonancias de la voz, porque la voz hace resonar en él las cavidades internas y los sólidos tejidos y huesos en los que laten la sangre, los alientos y las contracciones.

La voz no es el sentido del grito, del canto o de la palabra. Ni siquiera es el sonido ni lo que el sonido afecta entre las afecciones del cuerpo. Sonidos, sentimientos y afectos son efecto de la voz. Gritar, decir, cantar..., todo esto es secundario. Antes del intercambio de gritos, de palabras y de cantos, la voz es la presencia sonora del cuerpo ante los demás cuerpos, presencia ni próxima ni lejana: simplemente presencia. Anterior a toda comunicación; una pura presencia intemporal, no conmensurable en el tiempo de los gritos, las palabras y los cantos. Pero ella, la voz, hace más bien que pase de cuerpo a cuerpo. La voz es una figura del origen inimaginable que despierta un cuerpo a otro cuerpo. No podríamos decir otro tanto ni de la mirada ni del tacto. Estos sentidos no estimulan una materia que procede del exterior y, sin embargo, nace de ellos, al igual que nace la materia sonora.

Yo mismo no me expreso con mi voz. Ella me expresa a mí. Este yo es un efecto de mi voz. La voz es la agrimensura de este cuerpo en sus meandros internos. ¿De dónde viene este trabajo de la voz, este arte del canto que explora las posibilidades de un cuerpo sonoro, que no es ni sonido ni sentimiento, que es lo que llamamos ritmo? ¿Quién es el cuerpo, con su zumbido íntimo, cuando habita su propio espacio?

El arte de la voz despoja de sentido al cuerpo. Al sacar a escena el cuerpo y no el sentido se produce un efecto de cuerpo a cuerpo. La voz es lo único que permanece vivo tras el uso del sentido, de los sonidos y de todo lo que se estremece cuando se grita, se habla y se canta. Es un ritmo, sin causa ni fines, ritmo de pulsaciones y parálisis del cuerpo cuando le embarga el júbilo o el miedo.

El ritmo, que es la voz, es un enigma. Lo enigmático es este tope que el cuerpo impone al saber: la travesía del cuerpo por la voz es la experiencia extrema de las limitaciones de los cuerpos cuando los cruza la voz. Como algo que no viene ni de dentro ni de fuera del cuerpo.

Marc le Bot es escritor francés.

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