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Vías para salir de la tensión Este-Oeste

El Este y el Oeste necesitan una pausa de reflexión, durante la cual Occidente debe invitar a que continúen las negociaciones de Ginebra así como manifestar inequívocamente la voluntad de desmantelar las armas de alcance medio si se llega a un acuerdo con la Unión Soviética. Así lo cree el autor de este artículo, el dirigente socialdemócrata que era canciller de la República Federal de Alemania en 1979 cuando se tomó la doble decisión de la OTAN (despliegue de los euromisiles si no se llegaba a un acuerdo en las negociaciones de Ginebra). Helmut Schmidt se distanció de su propio partido cuando el SPD se pronunció en contra de la instalación en territorio de la RFA de los misiles Pershing 2 y de crucero.

Las decisiones sobre el rearme occidental en los Parlamentos de Londres y Roma, pero sobre todo en el de Bonn, están tomadas. Desde Tokio y Singapur hasta las capitales de Europa occidental y Washington se ha producido por esto un cierto alivio: en vista del gran desafío psicopolítico planteado por la gran potencia rusa, Occidente ha conservado su solidaridad y capacidad de actuación.Pero, al mismo tiempo, el momentáneo fracaso de Ginebra y sus causas, las circunstancias y sentimientos que acompañaron la decisión en la República Federal de Alemania y el re-rearme anunciado a vuelta de correo por el secretario general, Andropov, han hecho que apareciera claramente una serie de inquietudes.

Esto vale también para los rusos. Su esperanza de un desenganche psicológico decisivo en Europa occidental con respecto a Estados Unidos y sus dirigentes no se ha cumplido. Su mezcla de amenaza y temor, a la vez que hacía guiños con la comprensión y la voluntad de cooperación, no se ha impuesto. Si bien la doble estrategia de Moscú ha producido a mucha gente un miedo adicional a los cohetes americanos y a la política americana, hay muchos más europeos que no por ello perdieron de vista las realidades; saben que la libertad, tanto del individuo como de pueblos y Estados enteros está amenazada por el Este, no por el Oeste, y que Estados Unidos no pone en peligro esta libertad de los europeos, sino que la defiende.

El secreteo, que ha adquirido carta de naturaleza en las altas esferas soviéticas desde comienzos de la era Stalin, ha hecho que en Occidente surgiera la peculiar especialidad de ciencia política de la kremlinología. Leer detalladamente sus análisis y pronósticos es casi siempre superfluo. Es mejor apoyarse en la historia rusa, desde Iván I, Iván el Terrible y Pedro el Grande, hasta Lenin, sus tres sucesores y Andropov. El Estado de los dirigentes soviéticos nos está oculto en gran medida. No hay ninguna respuesta clara a preguntas inmediatas: ¿hasta qué punto está impedido Andropov por la enfermedad?, ¿cuál es su fortaleza política?, ¿quién podría ser su sucesor?, ¿qué sabe el Politburó de Occidente?, ¿cuál es la fuerza de la influencia militar sobre este organismo dirigente?

Es notorio un gran esfuerzo militar, que dura muchos años sin interrupción visible y bajo un continuo y altísimo esfuerzo económico (casi el 12% del producto social bruto). Es notorio el complejo de aislamiento, persecución y seguridad. Es notorio el tradicional expansionismo ruso.

Pero también es notorio el miedo a una gran guerra, la voluntad de paz con Occidente, de la que nace la meticulosa cautela con que actúan los dirigentes soviéticos (algunos cálculos fallidos, como Afganistán, son las excepciones que confirman la regla). Y también son notorias la capacidad y disposición para el sufrimiento, acreditadas desde hace siglos, de los pueblos rusos, unidos a un patriotismo incondicional, se encuentre a la cabeza un zar o Stalin.

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La tradición de los coleccionistas de tierra rusa se ha combinado con una ideología de forma de sociedad y Estado que trae la salvación a este mundo. Occidente debe saber que eso seguirá así, con o sin cohetes. Debe saber también que no puede cambiar esto. Y que el intento de cambiarlo por medio de la prepotencia podría ser mortalmente peligroso para todos los participantes.

Desde luego, los soviéticos saben mucho menos de Occidente de lo que nosotros sabemos del Este. El que Jruschov en su día infravalorase burdamente a Kennedy y creyese por ello poder emprender la arriesgada aventura cubana de los cohetes fue, desde luego, una excepción a la tradición expansionista esencialmente precavida. Pero después de Jruschov los dirigentes soviéticos creían poder valorar correctamente a Estados Unidos (y a Occidente en general). Esto se confirmó en el brutal aplastamiento de la Primavera de Praga, en 1968. Se confirmó en los tratados de prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera (NPT), de limitación bilateral de armas estratégicas (SALT) y de armas antimisiles (ABM), de Berlín (acuerdo de las cuatro potencias), y en el Acta Final de Helsinki.

La Unión Soviética ha cumplido los tratados que ha firmado, pero fuera del alcance de los tratados se sintió libre. Así se produjo la gran expansión de la flota soviética, el despliegue de SS-20 en Europa y Asia, la ayuda al imperialismo vietnamita en el sureste asiático, la guerra en Afganistán y el anidamiento en el Cuerno de África, en otros lugares de África, de Oriente Próximo y, finalmente, de América Central.

Los rusos creyeron que podían tener cuatro cosas a la vez:

1. Paridad nuclear-estratégica contractual con Estados Unidos.

2. Rearme militar fuera de los ámbitos armamentísticos regulados por tratado.

3. Distensión y cooperación en Europa.

4. Expansión fuera de Europa.

Desde la llegada al poder de Carter, los soviéticos han tenido que reconocer cada vez más que esta cuenta no sale. Después de la inteligente estrategia, encaminada al equilibrio, del período Nixon-Ford-Kissinger, el programa de derechos humanos de Carter ya les pareció un desafío y una injerencia. Aunque ellos mismos siempre habían excluido de la coexistencia la competición ideológica, les decepcionó e indignó que, también en Occidente, un presidente anuciase el paso al contraataque en el terreno ideológico. Hoy en día, el Kremlin debe reconocer que ha desencadenado en Estados Unidos un contramovimiento ideológico que Reagan instiga mucho más radicalmente que su antecesor. Les resulta difícil, buscar las causas en sí mismos.

Conocerse mejor

También les resulta difícil entender la estrategia general de Reagan. Si cayesen a la vez Grorniko, Arbatov y Dobrinin, posiblemente el Kremlin se quedaría sin ninguna persona en las altas esferas que pudiera entender o interpretar Estados Unidos. En esta incapacidad hay peligro. Los dirigentes soviéticos entienden las ecuaciones de poder y contrapoder. Pero los procesos espirituales, psicológicos y políticos de la democracia televisiva de norteamérica no son para ellos suficientemente comprensibles ni previsibles. Pudiera ser que, conscientes de la imprevisibilidad, creyeran que hay que prepararse para lo peor. Su desconocimiento del Occidente libre, y sobre todo de Estados Unidos, podría ser remediable, porque Occidente no está cerrado al estilo de la tradicional xenofobia rusa. Hay que invitar claramente a los soviéticos a conocer Occidente en grandes cantidades.

Entonces seguro que entenderían una cosa: pese a todas las apariencias de estrategia general inconstante por parte de Occidente, en los últimos 40 años los americanos siempre se han atenido a la línea básica del containment, de la contención del ataque soviético. También en el futuro se atendrán a ella. "El principal elemento de cualquier política estadounidense frente a la Unión Soviética debe ser la contención a largo plazo, paciente, pero firme y vigilante, de las tendencias expansivas de los rusos". Esta frase clave del artículo Mr. X, escrito en 1947 por George F. Kennan, seguirá siendo correcta también en el futuro. Sería útil a la paz mundial que la actual pausa en las negociaciones fuese utilizada por los dirigentes del Kremlin para aclararse interiormente sobre esta línea básica de la estrategia norteamericana.

Por parte soviética no hay ninguna intención de guerra contra Estados Unidos o Europa. Actualmente no habría que dudar hasta ese punto de la voluntad soviética de paz. Pero los dirigentes soviéticos deben preguntarse qué han hecho mal ellos mismos para que se haya llegado por ambas partes a las palabras necias, aparentemente belicosas. Tienen que preguntarse si necesitan de verdad -y con qué riesgo- responder el rearme con un nuevo rearme previo y si realmente pueden permitirse entregar su estrategia general a un cálculo puramente militar, a un verdadero complejo de seguridad militar.

La misma cuestión se plantea también en Washington. También allí se han pronunciado en los últimos años palabras que mejor hubiera sido callar. Se ha pensado y debatido públicamente demasiado sobre hardware militar, pero demasiado poco sobre la estrategia general correcta, adecuada hoy en día para la contención. La salida de la vieja élite de la costa este -demócrata y republicana- de la política exterior y de seguridad efectiva ha hecho sitio a una actuación a menudo demasiado audaz, que ha puesto cabeza abajo al viejo Theodore Roosevelt. Con él se decía: "Habla bajo y lleva un buen bastón". Hoy en día, por el contrario, se habla muy alto, hasta se brama, y, aparentemente, se amenaza, pero al mismo tiempo, casi sin cesar, se critica el bastón por demasiado corto o demasiado endeble y se pide un bastón más grande.

Esto podría desencadenar en el Kremlin peligrosas dificultades de comprensión. Pero, además, ha desencadenado efectos negativos entre los pueblos aliados europeos, sobre todo entre los alemanes. Parte del movimiento pacifista se ha generado en Washington. Es necesario aclarar esto a la Administración Reagan y que ésta saque de ello conclusiones para el futuro. Estados Unidos y sus aliados de Europa occidental se necesitan mutuamente. Como esto es así, ningún político europeo debe impulsar situaciones que menoscaben la protección norteamericana de Europa. Pero, por la misma razón, tampoco ningún líder americano debe descuidar los intereses de los europeos.

Washington debería sacar lecciones de la reacción de muchos europeos:

1. En cuestiones europeas no se puede negociar de un modo bilateral sólo con los soviéticos por encima de la cabeza de los europeos. Antes bien, los europeos necesitan tener conciencia de que participan.

2. Por una historia común de casi 1.000 años, los europeos entienden a Rusia mejor que en Georgia o en California. Estos conocimientos europeos habría- que aprovecharlos.

3. Los europeos no quieren sólo seguridad militar, sino también distensión y cooperación.

La pausa de reflexión que empieza ahora debería devolvernos a la noción de los tres sabios. En el año 1956, el italiano Martino, el noruego Large y el canadiense Pearson escribieron en el álbum de la Alianza del Atlántico Norte: asesoramiento conjunto entre norteamericanos y europeos antes de cualquier decisión que afecte a la Alianza. Si esta forma de proceder se despreciase en el futuro como en el caso del boicoteo a las olimpiadas, de los diversos embargos económicos o del paseo por el bosque, entonces ni siquiera la mejor estrategia general de contención en Washington podría detener el deterioro de la confianza dentro de la Alianza, porque las violaciones del valor básico de la autodeterminación, común a ambos lados del Atlántico, en Europa no se aceptaría a la larga.

Es necesario volver conscientemente a la doble estrategia común, que ha sido decidida por la Alianza en 1967, y desde entonces nunca se ha suspendido: tanto solidaridad política suficiente y capacidad de defensa militar como también -sobre esta base firme y segura- cooperación y distensión con la Unión Soviética. Sólo si también para esta segunda mitad de la doctrina Harmel existe una voluntad seria, podrá llevarse a cabo una política fuerte de defensa en Europa.

¿Qué puede pasar ahora?

Ambas partes, Este y Oeste, necesitan una pausa de reflexión, a ser posible sin grandes discursos ni gestos militares. El Consejo Atlántico, ahora reconocido, debe, en todo caso, sostener públicamente tres puntos:

1. Debe invitar a continuar las negociaciones de Ginebra sobre cohetes de alcance medio y, al mismo tiempo, declarar su interés íntegro por todas las restantes conversaciones de desarme en Viena, Estocolmo y otras.

2. En cuanto a las armas occidentales de alcance medio, Occidente debe limitar claramente su plan de estacionamiento para 1983-1984. Para ello, no tiene que reducir para siempre el límite máximo de estacionamiento decidido originariamente, pero seguramente es útil una limitación ahora para que los dirigentes soviéticos pue dan salvar la cara.

3. La voluntad de desmantelar por parte occidental las armas de alcance medio debe declararse expresa e inequívocamente para el caso de que se llegue a un acuerdo.

Pero, de momento, a comienzos del año 1984, será necesaria una profunda cooperación entre los países occidentales para analizar la situación y definir la estrategia general occidental. Esto pueden prepararlo los ministros de Asuntos Exteriores, pero los jefes de Estado y de Gobierno deben cerrar personalmente el proceso (sin pompa ni propaganda).

Luego también deben abrir el camino a una conferencia de las cinco potencias nucleares. Tienen que saber que el mundo libre y la Unión Soviética sólo pueden vivir si se respetan mutuamente. Esto hace ineludibles los compromisos con la Unión Soviética. También hace ineludible salvar la cara. Es urgente volver a la doble filosofía de Harmel.

Las conversaciones con el Este no deben romperse. La diplomacia tiene que volver a recobrar de una vez su rango normal. Hay que resistir la tentación de malentender el trato con un contrincante extranjero poderoso y a la vez sensible como una campaña electoral anticipada y a degradar la política exterior propia a la categoría de sirvienta de la política interior. Más bien hay que hablarse confidencialmente. Moscú será receptivo a la buena disposición para hablar de los ministros occidentales.

COPYRIGHT

Die Zeit, 1983.

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