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Nueva catástrofe aérea en Madrid

Confusión y sensación de desbordamiento en los hospitales de Madrid, pese al escaso número de personas heridas

Desamparo de los familiares, cerco de Iberia a los supervivientes, avalancha de donantes de sangre, desbordamiento de los servicios de información de Protección Civil, conformaron la jornada de ayer en los centros madrileños donde fueron atendidos los supervivientes del accidente aéreo.

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A las 13 horas, un funcionario de la Embajada de Japón en Madrid, con gafas, traje impecable y aspecto pulido, se presentó en el vestíbulo del Hospital General del Aire, situado en la calle de Arturo Soria, con una lista en la mano. Durante unos segundos, el japonés pareció desconcertado: no encontraba a nadie que pudiera informarle. Finalmente se dirigió a un grupo de periodistas y preguntó en perfecto castellano: "¿Saben ustedes si en este hospital hay internado algún ciudadano japonés?". Los informadores miraron la lista de cinco nombres que acababa de facilitar un directivo del centro y le respondieron que no, que buscara en otros hospitales. "No hace falta", dijo. "Otros funcionarios de mi embajada están recorriendo los demás lugares".La lista que el eficiente funcionario llevaba en la mano era la de 42 japoneses que el pasado martes habían llegado a Madrid, primera escala de un viaje turístico por Europa y que ayer embarcaron en el vuelo que debería llevarles a Roma. El Ministerio nipón de Asuntos Exteriores había enviado dicha relación por télex minutos después de conocerse el accidente de Barajas.

La diligencia japonesa contrastaba cruelmente con el desconcierto general que en esos momentos se vivía en el Hospital General del Aire y en el resto de centros sanitarios madrileños donde habían ingresado los supervivientes. Todo empezó con un rugir de sirenas, continuó con una avalancha de donantes de sangre y terminó con el desconcertado deambular de los familiares y amigos de los viajeros en busca de alguna información. En medio, los contínuos roces entre los periodistas y los empleados de los centros y de Iberia.

Unas 200 personas quisieron donar su sangre en el Hospital General del Aire; 700 en el Ramón y Cajal, y 300 en La Paz. La inmensa mayoría de ellas no pudieron hacerlo, porque muy pronto quedaron cubiertas todas las necesidades. El rechazo, en muchas ocasiones con modales bruscos, de estas ofertas provocó no pocos enfados. "Dicen las emisoras que vengamos, y cuando venimos, nos mandan a tomar viento", declaró Emilia García Santos, tendera de San Blas, que había abandonado su charcutería para acercarse al Hospital General del Aire.

El equipo de Iberia que se había personado en el hospital se entrevistó antes con la brasileña Busantski por espacio de media hora. Sin embargo, después, un miembro de la compañía impidió con vehemencia que ningún periodista le hiciera preguntas. Según el personal de la compañía que había hablado con ella, la joven estaba muy tranquila y contenta.

Thomas Goltz, director general para España de la empresa Singer uno de los supervivientes, se quejó del nulo interés de Iberia por conocer la situación de quienes salieron con vida y su estado de salud tras el accidente. "No entiendo esta total negligencia de Iberia", manifestó. Goltz es ciudadano estadounidense, y reside en Aravaca, en las cercanías de Madrid.

En el Hospital General del Aire habían sido suspendidas todas las consultas ordinarias y los pacientes no dejaban de lamentarse. "¿Cuántos heridos hay aquí? ¡Cinco! ¡Y eso descompone todo un hospital!", decía la mujer de un oficial del Ejército del Aire que se quejaba de un fuerte dolor de muelas.

"¿Saben algo de Mercedes Pereda García, de 27 años, esposa de Miguel Ángel Altez?", preguntaba a los periodistas una señora llorosa, que no había encontrado respuesta en el Hospital del Aire. Miguel Ángel Altez estaba en ese centro, pero no su esposa, de la que era tía la angustiada demandante de información. "Iba con él a Roma, en el asiento de al lado, ¿de verdad no saben nada?". "Llame usted a Protección Civil", le dijo alguien. "Ya lo he hecho, pero comunica todo el rato". Las dos líneas telefónicas de información dispuestas por ese organismo se revelaron también insuficientes durante toda la mañana.

En el Hospital Provincial se produjo la única muerte conocida en intervención quirúrgica. Tras 90 minutos de quirófano, el marroquí Mohamed Abousad, de 25 años, falleció hacia la una de la tarde.

El nerviosismo y el desconcierto fue intenso en el Provincial hacia las 13.00 horas, cuando empezaron a ser ingresados 13 heridos del accidente ferroviario de Vicálvaro. Una sensación de jornada apocalíptica se abatió sobre todos los presentes.

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