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Líbano, celebra su fiesta nacional mientras Arafat espera en Trípoli el ataque final de los rebeldes

Para los tres millones de libaneses su fiesta nacional, ayer, fue un día normal, con enfrentamientos esporádicos entre el Ejército regular y las milicias antigubernamentales drusa y chiita y el zumbido de los reactores de los aviones israelíes, sirios y norteamericanos, que sobrevolaron el país a pesar de que su presidente, Amin Gemayel, aseguró entrever en su discurso a la nación "indicios de que el cielo va a despejarse". Entre tanto, el líder de la OLP, Yasir Arafat, espera para las próximas horas el ataque contra sus últimas posiciones.Para los 400.000 habitantes de Trípoli -la capital del norte de Líbano donde se ha refugiado Yasir, Arafat, cercado por miles de palestinos rebeldes a su autoridad, apoyados por tropas sirias y libias-, la conmemoración del 40º aniversario de su independencia de Francia fue una jornada diferente porque, por primera vez desde hace 10 días, pudieron disfrutar de un largo alto el fuego.

Aprovechando la precaria tregua, en vigor desde ayer por la mañana, nuevas oleadas de habitantes de Trípoli abandonaban su ciudad mientras aquellos que carecían de recursos para viajar formaban largas colas ante las raras panaderías abiertas o hacían acopio de agua mineral en previsión de una posible reanudación de los combates que Abu Jihad, comandante en jefe de los fedayin leales a Arafat, vaticinó para las próximas horas. "No en vano", dijo, "están concentrando nuevos efectivos en las puertas de Trípoli".

Con una bandera libanesa detrás de su busto, Amin Gemayel apareció el lunes por la noche en las pantallas de televisión para afirmar a sus compatriotas que la ocupación de su país "debe ser el mejor estimulante para que se produzca un sobresalto de la conciencia nacional", que con la ayuda de Estados Unidos" y "la comprensión de la República Árabe Siria" conseguirá la retirada de las fuerzas extranjeras del territorio nacional.

Pero, lejos de suscitar ese sobresalto invocado por el jefe del Estado, la fiesta de la independencia y el Día de la Bandera -celebrado la víspera- provocarón enfrentamientos en Beirut oeste, cuando estudiantes simpatizantes de las milicias cristianas se liaron a puñetazos y navajazos con jóvenes militantes chiitas o drusos en el campus de la universidad hasta que intervino el Ejército, disparando ráfagas de metralleta al aire para disolver a los contrincantes.

Acusación a Damasco

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Como el menor disparo provoca aquí reacciones en cadena, los marines norteamericanos y los soldados británicos que custodian las embajadas de sus respectivos países -situadas muy cerca del recinto universitario- fueron puestos inmediatamente en estado de máxima alerta por temor a un atentado sobre el que "diariamente advierten los servicios secretos norteamericanos o aliados", según reveló el lunes el general Jarnes Joy, que manda desde la semana pasada el contingente militar estadounidense destacado en Líbano.

Por otra parte, el secretario norteamericano de Defensa, Caspar Weinberger, afirmó ayer que el atentado contra el cuartel general de los marines en Beirut, el pasado 23 de octubre, que causó 239 muertos, fue realizado por iraníes, "bajo el patrocinio, conocimiento y autoridad" de Siria.

Se trata de la acusación más directa y dura vertida por un miembro de la Administración Reagan, que hasta ahora se había limitado a hablar de sospechas, tanto sobre la autoría del atentado suicida como sobre quien lo auspició. Weinberger, en una conferencia de Prensa, afirmó que Estados Unidos "no planea llevar a cabo acciones de represalia".

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