'Unisex in excelsis'
Las buenas causas, una vez que han triunfado y se han impuesto, suelen dejar ver alguna faceta repulsiva o grotesca que en el fragor de la lucha apenas pudo percibirse. Es el aspecto oculto del fanatismo inherente a la ideología de que debieron valerse como arma de combate. Toda ideología, por su índole misma de construcción racional, alberga una tendencia al extremismo, que tanto puede desembocar en cruel desenfreno como en exageración absurda y, con frecuencia, en un compuesto de ambas. Muchas veces será una nueva tiranía cuya ferocidad haga bueno al tirano derrocado; otras, acaso tal o cual inofensiva ridiculez.En los últimos decenios de este siglo ha sido escenario el mundo de diferentes batallas liberadoras; y entre las liberaciones logradas, una de las más justas y hermosas es la que equipara social y jurídicamente a la mujer con el hombre. Cabría preguntarse hasta qué punto la ideología del feminismo militante, con su larga historia de sacrificios heroicos y de gestos grotescos, ha sido de ayuda decisiva en el empeño. En todo caso, resultó eficaz al menos para apresurar la institucionalización, oficialización o legalización de los cambios profundos promovidos en las posiciones respectivas de uno y otro sexo por el advenimiento de la sociedad industrial.
Pero para esitas fechas ya básicamente la operación está concluida; y en Estados Unidos, donde, para bien y para mal, los movimientos colectivos llevan la delantera antic:ipando lo que en seguida ha de ocurrir en otros países, se registra ahora entre las nuevas generaciones femeninas un cierto desvío frente a las actitudes y conductas radicales de aquellas mujeres que, hace todavía pocos años, ocuparon piosiciones de vanguardia en la campaña por sus derechos, e incluso se vuelven algunas -¡ingratitud lamentable!- a contemplar los esfuerzos de esas adalides con desdeñosa ironía, mientras que, por su parte, las activistas de ayer reflexionan sobriamente sobre su propio pasado.
En este manso termidor cle la revolución femenina no se registra, sin embargo, ninguna reacción cruenta. Los pequeños robespierres siguen tan campantes en los excesos de su implacable, aunque inocuo, celo, que, si no les há llevado a la guillotina, los conduce, sí, a la picota del puro disparate, En estos mismos días que corren ha surgido una muestra clamorosa del delirio a que puede empujar la pasión frenética por igualar a los sexos. Ya no se trata de abolirla diferencia entire hombre y mujer en el terreno social y jurídico donde los humanos habitamos, sino, también -y no es broma-, en la mismísima corte celestial.
No es una broma. Informa una revista de que el Consejo Nacional de Iglesias, que agrupa 32 denominaciones protestantes y ortodoxas, con nada menos que 40 millones de feligreses, deseando revisar las Sagradas Escrituras Fiara depurarlas del prejuicio machista que las infecta, encargó a un comité ad hoc preparar su ciportuna revisión, y que como fruto de las labores de ese comité ha aparecido ya un primer volurnen donde se da convenienteraente revisada y corregida la palabra de Dios.
¿Quién es Dios, ante todo? 0, más bien, ¿cuál es su sexo? Los teólogos del pasado se afanaron por averiguar cuál sería el de los ángeles, y no llegaron a conclusión alguna. Para estos teólogos modernos, entre los que figura una monja católicca feminista, el problema no hubiera ofrecido mayor dificultad: hubieran resuelto, sin duda, que los ángeles son bisexuales o, mejor aún, hermafroditas, pues ya han atribuido ambos sexos al Creador mismo, designándolo como "Dios, nuestro Padre [y Madre] -así, entre corchetes-, en justa alternativa con "Dios, nuestro [Madre y] Padre". En consecuencia, hacen que Jesucristo -a quien ya no se le llama Hijo de Dios ni Hijo del Hombre- se dirija al Ser Supremo como "my Father [and Móther]", aunque, a decir verdad, para ser congruentes, hubieran debido más hacer que lo invoque con el dulce nombre de Mommy, mamita, puesto que él mismo ha dejado de ser el Hijo, varón, de las Escrituras machistas para convertirse en Child, es decir, en un indefinido nene.
Sólo el Espíritu Santo, gracias tal vez a su figuración de paloma, parece haber podido escapar a esta general castración.
En efecto, aunque también se emplea el masculino palomo, la paloma, como la perdiz, pertenece gramaticalmente al género epiceno; y a la gramática podría reducirse, en definitiva, toda la cuestión. Lo malo del caso es que el lenguaje -el inglés, el español, todos los lenguajes- se constituyó antes de haberse caído en la cuenta de que la diferencia de sexos no pasa de ser un caprichoso e irritante prejuicio; pero prejuicio tan arraigado en la estructura de la gramática que, a la postre, cuantos equilibrios y sutilezas intentemos para depurarla serán baldíos. Así, los cumplidos con tan ejemplar denuedo por los teólogos del feminismo para erradicar del texto de la Biblia su marcada inclinación machista sólo han rendido resultados cómicos.
En fin, el desarrollo de la sociedad industrial ha proporcionado a la mujer un estatuto de igualdad con el hombre, y este es un hecho que podrá disgustar a unos y que otros acogerán con alborozo, pero cuya evidencia nadie puede eludir. Y sin embargo, parece imponerse también, de manera ineludible, el hecho de que, en último análisis, existen, efectivamente, diferenciados entre sí -resignémonos a ello-, hombres y mujeres, o mujeres y hombres, así en la tierra como en el cielo, por los siglos de los siglos, amén.
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