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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Notas sobre un 'escándalo' más o menos diplomático

Saliendo en laudable defensa de alguien a quien considera víctima de un atropello, dice el autor de este artículo, un diario madrileño publicaba recientemente un editorial calificando de "auténtico escándalo" el que no exista en la carrera diplomática un puesto de libre designación del ministro de Asuntos Exteriores que pudiera ser adjudicado a un ex ministro de UCD, miembro de dicha carrera que, al reintegrarse ahora a su profesión, ha debido hacerlo por el conducto legalmente establecido.

Muy loable me parece -repito- la defensa que el referido diario hace de este político, que decide ahora voIver a la situación de actividad la carrera y, al desear un puesto,en la misma, debe seguir las normas marcadas por sus reglamentos; es decir, debe hacer lo mismo que hacen los restantes 700 funcionarios que integran el escalafón de este servicio en nuestro país.Mucho respeto y aprecio a ese ex ministro, compañero de reconocidas cualidades personales, por lo que el presente artículo no debe interpretarse en modo alguno como diatriba. Pero, como a veces es adecuado atenerse al dictado aristotélico de amicus Plato, sed magis amica veritas, considero deben ponerse las cosas en su sitio, ya que es positivo siempre para la información pública el que no se manejen arbitrariamente preconceptos y tópicos que distorsionan la verdad, que debe ser razón esencial de la información en una auténtica democracia.

En primer lugar, no es cierto que el ministro de Asuntos Exteriores no tenga la facultad de nombrar libremente a aquél en un cargo diplomático a nivel de embajador. El ministro tiene todas las facultades para proponer al Gobierno el nombramiento de cualquier funcionario de la carrera, o a cualquier persona fuera de ella, como embajador de España en cualquiera de las 100 misiones diplomáticas con que nuestro país cuenta. Pero lo que, evidentemente, no puede hacer el ministro es verse obligado a complacer, de forma inmediata y saltándose a la torera todos los reglamentos, las exigencias de cualquier funcionario que pretenda no sólo ser nombrado jefe de misión diplomática, sino que exija también una embajada en determinado lugar, y de determinado volumen e importancia, simplemente por el hecho de que ese funcionario haya desempeñado en alguna ocasión cargos de nombramiento político.

Años anteriores

Durante una serie de años -y muy notablemente en el período de Gobierno de UCD- diversos titulares del Ministerio de Asuntos Exteriores permitieron, o pusieron en práctica, una serie de arbitrariedades y abusos de poder dentro de la carrera diplomática que alteraron perniciosamente el esquema funcional de la misma sustituyéndolo por un abusivo sistema de grupos de amigos que, de hecho, contribuyó a su desvertebración, sin que ello estuviera determinado por un servicio a su eficacia. Frente a estas arbitrariedades, la mayoría de los funcionarios (se trata de un colectivo de ejemplar sentido de disciplina y de noble interpretación de su deber hacia su función de Estado) no hicieron lo que podían haber hecho: reclamar por la vía legal del recurso frente al desafuero, o elevar a la más alta instancia del Estado sus quejas; caminos que están, afortunadamente, abiertos a todos los españoles en nuestro actual ordenamiento jurídico y constitucional.

Mas no lo hicieron, y aceptaron la multiplicación de estos casos, en función de los cuales, por ejemplo, fue posible que aquel ex ministro (y otros funcionarios, en casos similares) ascendiera de un golpe 250 puestos en un escalafón de 700, no por mérito de especial ejecutoria, sino por el hecho -auténticamente coyuntural, y por otra parte muy pasajero y fugaz- de haber obtenido un nombramiento político, cual fue el de subsecretario del departamento, saltándose así algunos funcionarios-políticos tan enorme número de puestos, frente a la indefensa indignación de la carrera entera. (Hubo, finalmente, un subsecretario de notable dignidad, el consejero de embajada Joaquín Ortega Salinas, que se negó a utilizar este trampolín y que se reintegró a su correspondiente puesto en el escalafón cuando cesó en dicho cargo). Y asistió también la carrera, en impotente silencio, a varios arbitrarios nombramientos de algunos funcionarios de rango menor en las más grandes y complejas de nuestras embajadas; y, en el caso del ex ministro a quien se refiere este artículo, a la paradoja de que fuera nombrado para tan alto cargo cuando era uno de los escasísimos funcionarios diplomáticos que, en 20 años de servicio, no había desempeñado puesto alguno en el exterior, por haberse negado a ello (y el desempeño de puestos en el exterior constituye factor esencial, casi sine qua non, de la profesión diplomática), lo que descalificaría en cierto modo que el editorial del citado periódico madrileño alegue la "inestimable experiencia del interesado" como razón para exigir se le asigne de dedo una jefatura de misión, sorteando los requisitos legal y democráticamente establecidos por la Junta de la Carrera Diplomática, para canalizar las aspiraciones y méritos de los profesionales destinados a puestos en el extranjero.

Se alegará que el interesado, por haber sido titular de Exteriores, ha acumulado de hecho esa experiencia al margen del ejercicio profesional de su carrera. Pero, frente a ello, correspondería tal vez recordar el precepto evangélico de que por nuestros hechos seremos conocidos. Y, pasando revista retrospectiva a la ejecutoria de aquel como ministro de Asuntos Exteriores, no parece que ninguna de las posiciones o de los contenciosos de España en el exterior progresaran ni un milímetro durante su período al frente del departamento. Ni hubo avance alguno en el contencioso de Gibraltar -a pesar de los acuerdos de Lisboa; ni en nuestra batalla por la incorporación en el Mercado Común; ni en nuestras relaciones con Francia, en cuanto a los ataques a los camiones de nuestros agricultores; ni en nuestra problemática pesquera internacional; ni en nuestras relaciones con Latinoamérica, a pesar del impulso inicial dado a las mismas por los viajes reales; ni en la activación funcional de nuestras embajadas, maniatadas la mayoría de ellas por entecos presupuestos.

La experiencia de un funcionario diplomático se forja -hay que repetirlo- en su servicio en puestos en el exterior, en diversas latitudes, con factores a veces de dolorosas lejanías o de incomodidades climáticas o ambientales. Y esa experiencia no existe en el caso que comento.

El actual sistema aplicado por la Junta de la Carrera es un sistema justo, democrático y equilibrado, en la asignación de los puestos, y, consecuentemente, está apoyado por la mayoría de los miembros de este cuerpo, cualesquiera sean sus opiniones o vocaciones políticas. Y la pretensión de sortear permanentemente estos legítimos caminos no parece corresponda ni a la ética profesional, ni a la funcionalidad de la carrera misma. Por ello, el editorial que comento está absolutamente mal informado.

Recientemente, se ha escrito que en España sobran muchas de nuestras embajadas. No querríamos pensar que a veces lo que le sobra a España son algunos políticos.

José Pérez del Arco es diplomático de carrera destinado en la Embajada de España en Pretoria (África del Sur).

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