Muerte en Beirut
LOS ATENTADOS realizados el domingo en Beirut contra edificios militares de las fuerzas norteamericanas y francesas, con una cifra elevadísima de muertos (aún imprecisa, pues no está terminado el desescombro), han causado estupor en el mundo. Al dolor ante las muertes sigue el interrogante de cuál puede ser el móvil, la causa de un acto tan terrible. Líbano es hoy un país donde los tiros, las muertes, los combates, a pesar del cese el fuego, es moneda diaria. Está convertido en un mosaico entre diversas zonas, en ciertos casos entrecruzadas, en cada una de las cuáles hay autoridades, relativas, diferentes, enfrentadas. No sólo está la zona ocupada por Israel, la de los drusos, la del Ejército y fuerzas libanesas del presidente Gemayel, la ocupada por Siria... Dentro de esta última, por ejemplo, hay unidades libias, iraníes. Están los palestinos divididos entre sí; Arafat y sus fieles, cercados y atrincherados... En ese marco no parece imposible que se hayan encontrado los explosivos y elementos de los atentados, las complicidades para los transportes. Por otro lado, la forma en que se han producido indica a las claras que se trata de un acto de fanatismo extremo. Ello ha dirigido las sospechas hacia grupos de jomeinistas o de chiitas, sin que por ahora hayan aparecido pruebas concretas. Al mismo origen fue atribuido el atentado de abril de este año contra la Embajada de EE UU en Beirut, que causó también numerosos muertos.Detrás de los fanáticos está, muchas veces, el cálculo frío; detrás del kamikaze, el jefe de negociado de un servicio secreto. Muchas veces, pero no siempre. En el caso que nos ocupa, es difícil situar estos dos atentados dentro de la racionalidad de la política de algunos de los Estados con mayores intereses en la zona; lo que no excluye, por supuesto, eventuales complicidades o estímulos en determinados niveles. Siria aspira a conservar, de una u otra forma, una influencia en el Líbano y es, quizá, el país que más netamente ha criticado la presencia de la fuerza multinacional. Pero ha desempeñado un papel importante en el logro del alto el fuego; y la próxima conferencia de reconciliación se perfila con una perspectiva de disminución del peso de Gemayel y de mayor influencia de los musulmanes, de los aliados de Siria. Una solución pacífica de los actuales conflictos, un acuerdo para la cooperación entre los diversos sectores libaneses disminuiría la justificación para la permanencia de la fuerza multinacional, compuesta por EE UU, Francia, Italia y Reino Unido. Ver en los atentados del domingo una forma de acelerar la retirada de dicha fuerza es un argumento, por lo menos, arriesgado; sus efectos pueden ser precisamente lo contrario.
La respuesta más rápida ha sido el viaje del presidente Mitterrand; una reacción en la que ha contado, sin duda, el sentido de la grandeur de Francia de cara a un país sometido ayer a su dominación, y aún hoy, muy influido por su cultura, pero, a la vez, la voluntad comprensible de reducir el protagonismo de EE UU, que: empuja hacia la confrontación bipolar. El presidente Reagan ha propuesto una concertación entre los cuatro países cuyos soldados integran la fuerza multinacional. A todas luces, la fuerza multinacional es, en sí, un fenómeno internacional completamente extraño, atípico. No depende de la ONU, cuando en Líbano hay una fuerza militar internacional, mucho más modesta, por supuesto, de las Naciones Unidas. Como subraya el Herald Tribune en su editorial de ayer, EE UU no han sido capaces, de decir para qué han enviado sus marines; y más grave aún es que las opiniones al respecto de los cuatro países que tienen soldados en Líbano son divergentes. Parece evidente que Líbano, en su actual coyuntura, necesita. una ayuda de la comunidad internacional para su recuperación; lo lógico sería que tal acción se realizase en los marcos de las Naciones Unidas; éstas han sido creadas, en gran parte, para hacer frente a casos de este género. Si no, y aunque EE UU estén acompañados de otros países de la OTAN, parece una operación orientada a afirmar la presencia militar norteamericana. Y la tendencia a extender esa presencia militar, propia de la Administración Reagan, y no sólo en Oriente Próximo, choca con crecientes resistencias y oposiciones, no sólo en el mundo árabe y entre los mismos aliados de EE UU, sino en los medios parlamentarios de Washington.
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