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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Manifestaciones por la paz

UNA GRAN parte de la población europea es contraria a la instalación de misiles con ojivas nucleares en su territorio. Lo demuestran las manifestaciones sin precedente, tomadas en conjunto, que se han desarrollado en numerosas ciudades. Las concentraciones realizadas en España han contado con una notable participación ciudadana. Uno de los rasgos más típicos de estas manifestaciones ha sido la heterogeneidad de los participantes: creyentes de diversas religiones y no creyentes; incluso sacerdotes y pastores protestantes; personas de diversas convicciones políticas. En todos los países en los que se han realizado sondeos, con la curiosa excepción inglesa, la mayoría de los consultados se ha pronunciado contraria a los euromisiles. Se puede decir sin exageración que la acumulación en Europa de armas nucleares, con un espeluznante poder destructivo, se lleva a cabo contra la voluntad de sus habitantes. Contra eso se levantan, con una conciencia cada vez más neta y en número creciente, los ciudadanos de Europa. No se trata de recordar lo que el pacifismo ha sido a lo largo de la historia; estamos ante un fenómeno nuevo, concreto, cuyo arranque cabría situarlo en el manifiesto Por una Europa sin annas nucleares lanzado en 1979 por la Fundación Bertrand Russell y suscrito por diversas personalidades en numerosos países. Pero ma nifiestos de ese género ha habido a montones, sin mayo res consecuencias. En cambio, en ese,caso sirvió para poner en marcha un proceso de movilizaciones de ma sas original. Denominarlo movimiento pacifista es aceptable si se libera el concepto de toda connotación organicista. Nos encontramos en verdad ante el movimiento más desorganizado que cabe imaginar; sus manifiestaciones son gigantescas porque son la confluencia de una gran diversidad de grupos, de actitudes, de movimientos, que convergen en un punto común: contra el arma nuclear.

La acusación fundamental lanzada por sus enemigos contra el movimiento pacifista es la de que está manipulado por Moscú; y sin duda los soviéticos intentan aprovechar las manifestaciones pacifistas en Occidente en su propaganda contra las decisiones de la OTAN. Pero la realidad es que el movimiento pacifista se pronuncia por igual contra un bloque que contra otro; se opone a la instalación de los Pershing 2 y de los de crucero, pero exige a la vez el desmantelamiento de los SS-20, que son una amenaza intolerable para Europa. En cuanto a los grupos pacifistas, por ahora pequeños, que intentan defender esta actitud en los países del Este, son perseguidos y encarcelados. El problema de fondo es que una parte considerable de la opinión pública europea no acepta que la seguridad de Europa aumente colocando, frente a los SS-20, misiles nucleares norteamericanos; hay que encontrar otros caminos para la seguridad del continente. Aumentar los misiles es aumentar la inseguridad, a menos que se admita como una de las formas de la seguridad de Europa su destrucción nuclear. Una sensación cada vez más neta de que la instalación de los euromisiles responde a otros objetivos, dentro del ajedrez nuclear manejado por los militares de las dos superpotencias, y no a la seguridad de los pueblos, de los hombres, es lo que da al pacifismo actual esos valores únicos de espontaneidad, amplitud y consenso general que se plasman en sus manifestaciones.

La presencia muy activa de grupos ecologistas y del feminismo en las manifestaciones pacifistas lleva a frecuentes confusiones: a amalgamarlos en un todo. Sin embargo, es obvio que el pacifismo tiene un contenido propio y abarca a sectores que no son ni ecologistas ni feministas. En su relación con los partidos políticos, la evolución ha sido compleja. En algunos casos -el más obvio es el francés-, el partido comunista logra hegemonizar las manifestaciones pacifistas, lo hace mediante una esquizofrenia sorprendente: en el Gobierno, apoya la política pro Reagan de Mitterrand en esta materia y sale a la calle dando al pacifismo un sesgo prosoviético; por eso no se puede considerar que exista en Francia un verdadero movimiento pacifista. En cambio, en la República Federal de Alemania, Inglaterra, Holanda, Bélgica, etcétera, se está llegando a una situación en la que el movimiento pacifista, por su extraordinaria amplitud, está condicionando a los partidos políticos. El caso más claro es el cambio dado por la socialdemocracia alemana, y es simbólico que Willy Brandt se haya sentido muy satisfecho de poder intervenir en la manifestación de Bonn. En realidad, el pacifismo está introduciendo factores nuevos en la política europea: en primer lugar, una identidad propiamente europea mucho más consistente de lo intentado en este orden por sindicatos y partidos, a pesar de que éstos cuentan con una coordinación mucho más sistemática en sus Internacionales. En segundo lugar, el predominio de la juventud. Desde 1968, la primera vez que las masas juveniles han hecho acto de presencia en la calle ha sido en las manifestaciones pacifistas, y esto ocurre cuando la militancia de jóvenes en los partidos socialistas y comunistas es escasísima. Este rasgo confirma la hondura del fenómeno y su perspectiva: centrado hoy en la lucha contra los euromisiles, su peso crecerá probablemente en etapas futuras. Si el pacifismo logra que los ciudadanos participen en las decisiones sobre los problemas nucleares e introducir la democracia en las cuestiones militares, su importancia histórica será considerable.

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