Poscatolicismo y posmodernidad
En estos tiempos nuestros, de polarización en la indiferencia o el fundamentalismo, es gratificante asistir a reuniones religiosas alejadas de uno y otro extremo. En dos de ellas he participado recientemete: el anual Congreso Nacional de Teología y el anual Foro sobre el Hecho Religioso. El congreso es multitudinário y asisten a él personas venidas de toda España. Es la expresión, entre esperanzada y n.ostálgica, de los católicos españoles que creyeron en Juan XXIII y en el Concilio Vaticano Il. Aquel Papa murió sin que nadie le continuara, y el concilio quedó reducido a cojitranco aggiornamento, que, al quedarse inexorablemente detrás de los acontecimientos, ha devuelto a Roma a su cerrazón: renacimiento del fanatismo (tema elegido para el foro del año que viene), impermeabilidad de una Iglesia que, como se ha dicho, "no olvida nada ni aprende nada", salvo, por lo que se refiere a esto último, sí, la modernización tecnológico-sensacionalista de la propaganda fide... Participar en el congreso es revivir aquellos, pese a todo, felices años cincuenta y prinieros sesenta, de los curas jóvenes, la HOAC y la JOC, galvanizada hoy como JOCE; de la voluntad de liberación, y de los cuadernos para todos los diálogos. Sí, el bendito congreso, con sus temas de cada año, tan centirales en la preocupación- de hoy -la pobreza, la esperanza, la paz-, se mueve y nos mueve entre la nostalgia de una víspera mejor que el día siguiente, por lo demás, nunca llegado, pero siempre esperado, y preserva, para que no se nos muera, la conciencia residual de la posibilidad de una militancia cristiana de izquierda .Sí, confieso que mi sentimiento comunitario de ese congreso es el de lo que pudo ser, lo que to davía, entre las muchedumbres pobres y cristianas- de Centroamérica podría hoy, y no podrá mañana ya ser. Y, paradójicamente, una nota en común po seen este añorante izquierdismo cristiano y ese otro impermeable derechismo católico al que antes aludía: su carácter unánime, su desideratum de un régimen de cristiandad, libre e idílico en el primer caso, forzado y neoinquisi torial en el segundo.
El ambiente espiritual del foro es completamente diferente. En él no se trata ni de soñar ni de imponer, sino de reflexionar. Reflexionar ¿sobre qué? ' Inmediatamenté sobre el tema de cada año, y que en éste fue el de las Utopías humanas y cristianas ante la democracia impasible, hablándose mucho de las utopías, pero nada, o apenas, sobre esa presunta impasibilidad de una democracia que, olvidada dela utopía moral en la que ella misma debería consistir, se reduce a rodar como burocrática maquinaria bien engrasada y, a través de listas cerradas, disciplina de votos y emisión electrónica de éstos, a segregar disposiciones legales. Pero, atravesando el tema de cada afló, lo que se intenta siempre por los más implicados es esclarecer nuestra situación, posmoderna, con respecto al cristianismo y la religión.¿Cómo se resitúa hoy nuestra conciencia cristiana, presente o pasada -todos los occidentales somos cristianos, cuando inenos bajo la forma de haberlo sido-, ante los posibles nuevos apocalipsis y la quiebra del sentid& secularizado de la Historia? Este año conmemoramos el centenario del nacimiento de Martín Lutero. ¿Qué de esencial nos dijo Lutero sobre el ser cristíano?, Que la fe, mucho antes que creer qué o creer cómo, e- incluso que creer a, consiste en creer en; es decir, quefides esfiducia, credere, fiar o confiar, en suma, que la fe es, fundamentalmente, esperanza. ¿Esperanza o esperanzas? Yo diría que siempre una esperanza, la esperanza, simbolizadamente representada por cambiantes esperanzas, por cambiantes utopías. Esperanza puesta en Jesús, introductor de lo divino en la Historia y no ya sólo como hasta entonces, en la Naturaleza. Pero ¿es verdad, sin más, esta hi1toricidad originaria? Jesús existió históricamente, pero su historicidad real se nos escapa y lo único que retenemos de él son textos escritos sobre otros textos, los cuales habrían surgido de colecciones de dichos, mejor o peor recordados, . atribuidos a Jesús. ¿Y qué conciencia del Reino tuvo él, y qué desgarramientos de su propia identidad y de su comunicación con la dividad no padeció? Andrés Tornos, con lenguaje nada impasible, nos mostraba los cambios acaecidos en lo que a mí me gusta llamar, reteniendo el sentido etimológico primitivo, la leyenda cristiana, y asimismo los cambios en su base social, que en un principio fue absolutamente marginal, sospechosa e incluso mal vista y que, pese al temprano Urkatholizismus organizacional, continuó siendo sumamente libre, con libertad paulina frente a la ley, con libertad cuasi libertaria -ahí están los descubrimientos de Nag-Hammadi- frente al moralismo. ¿En qué se parece esta introducción de lo divino en la Historia que estoy llamando la leyenda cristiana a la de la mitolo gía, y en qué se diferencia de ella? Una y otra se asemejan en que a la real, mínima base histórica de la vida de Jesús, podrían corres ponder, en mitologías mucho más antiguas, hechos también realmente acaecidos: ciertas es cenas mitológicas, al igual que ciertas escenas evangélicas, ha brían podido ser, podrían haber ocurrido. La poesía, el mito, la le yenda no sé si son o no más ver daderas que la historia, pero sí son el núcleo original desde el que la historia se genera. Pero la leyenda cristiana demanda un compromiso, la fe-fiducia de la que estoy hablando, la esperanza, nunca exigida por el mito o la poesía. Este plus no el, sin em bargo, desmitologizable y racio nalizable. Otra diferencia entre la leyenda cristiana y la mitología consiste en que ésta, como la pintura del Ranacimiento según Wölfflin,, exhibe toda suerte de simetrías, pero carece de un centro único de referencia, en tanto que aquélla es esencialmente cristocéntrica. Y, en fin, una tercera diferencia es la de que al compromiso personal cristiano corresponde, -en el plano socio histórico, una dimensión eclesial de institución o fundación: el cristianismo es, aun cuando escrita con inicial minúscula, siem pre iglesia. Pero decía más arriba que, para mí, la pregunta esencial del foro, de todos los foros, es la pregunta por nuestra re-situación cristiana en la era de la posmodernidad. Pues bien, justamente a eso es a lo que llamo poscristianismo: saber y sentir que se siga uno o no confesando cristiano- se viene del cristianismo y se e , stá referido a él; saber y sentir que una dimensión esencial del cristianismo es la eclesial; distinguir entre la institución eclesial y la institucionalización eclesiástica, y reconocer que ésta es signo pésimo pero único visi ble de aquélla; afirmar la hétero doxia en la doble acepción del modo, personal de vivir la fe -esperanza y de la inevitable referen cia a ésta a la (orto-) doxia; y, en fin, sin cisma ni herejía, ver con lúdica distancia, la del juego en el que, en sus pormenores, es la vida, los aburridos juegos vatica nistas. Naturalmente, puede uno hacerse la ilusión de no ser ni siquiera poscristiano, de haber secularizado íntegramente su esperanza que, sin embargo, por intramundana que parezca, sigue siendo escatológica. Quien así se ve, sigue viniendo del cristianismo, como arrancado de su matriz cristiana. Tal como yo veo las cosas, del poscristianismo no podemos escapar como no sea, nada menos, que por conversión a otra forma de religiosidad o por pérdida total de la esperanza. Mas ¿se puede vivir sin esperanza? Se puede, sí, cambiar la esperanza por su moneda fraccionaria, por una calderilla, a ras de cotidianidad, de miniesperanzas para cada día o, menos aún, para cada hora, para cada instante. Pero una vida radicalmente sin memoria y sin esperanza, sin el menor proyecto ni el menor recuerdo, ¿seguiría siendo una vida humana?
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