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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'bunker' en Filipinas

La oferta que hace el presidente Marcos está, como siempre sucede en estas dictaduras agónicas que tratan de sucederse a sí mismas, muy por debajo de la demanda popular. La discusión de unas leves reformas constitucionales y de unas garantías faciales para las elecciones no responde a la exigencia pura y simple de que se constituya un Gobierno civil de transición que sea el que organice y presida esas elecciones para una asamblea constitucional, y que Marcos y su esposa, Imelda, desaparezcan.Desde el asesinato de Benigno Aquino, Marcos ha perdido todas las bazas menos una: le queda el Ejército. Más aún, le impulsa, le sostiene y le obliga el Ejército. El rabotazo del presidente Reagan al suspender su viaje a Manila previsto para noviembre le deja desposeído de algo que ha representado siempre y que consideraba su mayor fuerza: su condición de guerrero de Occidente en una zona peligrosa, de defensor de los intereses estratégicos de Estados Unidos. Reagan, después de largas dudas, se dejó llevar de la impresión de sus consejeros más moderados y menos cegados por el conservadurismo (parece que está sucediendo así en otros terrenos: la destitución de Walsh como secretario del Interior, el nombramiento de McFarlane para la comisión de Seguridad Nacional; todo puede estar relacionado con el año electoral y el pulso tomado a la opinión pública) y ha abandonado a Marcos, lo cual no significa de ninguna manera abandonar la pieza fundamental de Filipinas, sino, precisamente, considerar para ella otra salida que no la exponga a una revolución interior y a un cambio de bando o a un neutralismo" Simultáneamente ha dimitido la comisión que Marcos nombré para investigar el asesinato de Aquino. Estaba nombrada buscando hombres prudentes, sabios o neutrales; se le había dotado con bastante dinero y con poderes autoritarios -capacidad para practicar detenciones e interrogatorios- y, sin embargo, esta comisión ha concluido que no puede hacer su trabajo limpiamente porque hay presiones importantes sobre ella. Ya desde el principio, el cardenal Sin, arzobispo de Manila, se había negado a presidir esa comisión y había marcado claramente la posición de la Iglesia como netamente distinta de Marcos e inclinada hacia la víctima, Aquino. El abandono más espectacular ha sido el de Makati (la city de Manda, el barrio de los negocios): gentes que han hecho su fortuna durante los 17 años de poder de Marcos se distancian ahora velozmente de él. Uno de los capitalistas más representativos, Rogelio Pantaleón, ha sido detenido acusado de sedición: puede ser condenado a muerte.

Con la agitación permanente en la calle y la autoridad perdida, a pesar de los disparos a matar; con Reagan de espaldas, la Iglesia en contra, la opinión moderada negándose a cualquier complicidad y los financieros sacando velozmente el dinero del país y rechazando cualquier colaboración, Imelda y Marcos estarían definitivamente perdidos si no tuvieran el apoyo del Ejército. Los militares en el poder reproducen una situación que ya se ve en Chile y en Argentina: la formación del bunker que les defienda de una oleada que pudiera poner al descubierto sus propias culpabilidades y su corrupción. Las acusaciones principales de la oposición y de algunos observadores extranjeros se dirigen contra el general Fabián Ver, jefe del Estado Mayor Conjunto, que habría organizado personalmente el asesinato de Aquino, más allá de los deseos de Marcos y de su esposa, inquieto por la posibilidad de que las elecciones se les escapasen de las manos y sobre todo por el temor de que Aquino, residente muchos años en Estados Unidos, tuviera ahora el apoyo de esta nación.

Sin embargo, parece imposible mantener la situación tal como está. Marcos es un enfermo probablemente condenado, y el escenario imaginado de su sucesión por su propia esposa parece ahora absolutamente imposible. Algunas personas de la oposición temen que la falta de soluciones se resuelva en una salida brusca: la toma de poder directamente por los militares, que acudirían al esquema clásico de la salvación de la patria en un momento de caos. Si Ver está quemado en este asunto entre sus propios compañeros, éstos podrían segregar un equivalente que fuera capaz de entenderse con Estados Unidos por arriba -renovando la garantía de Filipinas como fortaleza asiática- y una posible reconciliación con las masas a través de un cierto populismo, que tomaría como víctimas inmediatas a los banqueros y hombres de negocios. La posibilidad de democracia que ahora se apunta débilmente quedaría barrida, al menos por unos años, y la represión tendría que continuar, porque el verdadero motor de la calle es en estos momentos la acumulación de una situación de miseria demasiado prolongada.

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