El festival de teatro de Sitges presenta un espectáculo de flamenco-'butho' japonés
En un festival como Dios manda, y el de Sitges, si no lo es, tiene por lo menos vocación de serlo, no podían faltar los japoneses. Desde hace unos años, pocos, los discípulos de Hijikata y de Ohono han invadido los festivales europeos. Los japoneses están de moda. En Sitges vimos el domingo la actuación de Nada Natsugiwa. Su espectáculo se titula El lago del cisne, pero el acento recae en el subtítulo, que es el que retiene el programa del festival y, en definitiva, el que vende el espectáculo: Flamenco-Butho.El flamenco, o el flamenco-butho, de Nada Natsugiwa, visto desde la butaca del espectador, de un espectador español que haya visto bailar a Vicente Escudero, a Carmen Amaya, a Pastora Imperio y a tantas otras grandes figuras, enseña el plumero, el plumero del estudio. Al escenario se llega después de muchas horas de estudio, pero una vez se ha llegado, una vez se ha tomado posesión de ese espacio mágico, de esa isla iluminada, el estudio debe desaparecer para dejar paso a eso, a la magia. El flamenco-butho de la Natsugiwa me recordó aquel chiste del alemán que hablaba admirablemente el castellano "porque lo retengo todo, aquí -y el tipo se llevaba la mano a la frente-, en el culo".
Por otra parte, la segunda jornada del festival, el sábado, tuvo por protagonistas a los belgas. En el Retiro, se ofreció Yocasta, de Michéle Fabien, presentada por el Ensemble Theatral Mobile, de Bruselas, y la noche del mismo día, en el Prado el Nederlans Toneel Gent, de Gante puso en en escena un Hamlet adaptado al flamenco por Hugo Claus. Yocasta es un monólogo de algo más de una hora de duración, interpretado con gran corrección por una única actriz: Laurence Février. El texto, por desgracia, es de unas pretensiones insospechadas, que se quedan en eso, en puras pretensiones y, para colmo, adolece de una absoluta falta de teatralidad. Una escenografla en forma de panteón fúnerario que se daba de patadas con la sala y la distribución del público en la misma contribuyó a hacer aún más notoria la incapacidad del texto para conectar con el público y transmitirle alguna tensión. La Yocasta de Michèle Fabien puede resumirse en una palabra: marcha. A Yocasta le va la marcha, la marcha que le impone la verga de su hijo-esposo.
El Hamlet de los flamencos ya fue otra cosa, mucho más divertida, a pesar del flamenco, de la lengua. Por lo menos había allí un cierto desenfado inteligente, una cierta imaginación plástica y un Hugo Van den Berghe (Hamlet) pletórico de facultades, capaz incluso de hacerse aplaudir interpretando el personaje de la Dida, en flamenco y ante un público de esquímales. ¡Qué vitalidad tiene este hombre! Lástima que no se nos facilitase una traducción de la adaptación de Claus -la sinopsis que se nos dió no hacía más que reiterar lo que ya sabíamos por el texto de Shakespeare-.
Babelia
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