La caza
Carlos Saura hizo una hermosa película sobre la caza. La caza es siempre una metáfora del instinto asesino del hombre, del placer de matar, que la prehistoria inscribió en nosotros. Ahora se abre la temporada de caza, que carga más de un millón de escopetas en España, claro. A uno le parece casi como una guerra civil. Aquí hemos tenido guerras civiles contra el urogallo, contra el oso cantabroastur, contra el republicano azañista y contra el extinto e inextinguible zorro, "con su cara de Voltaire", como me mimetizaban las nuevas generaciones. Icona, una vez, fue, cogió, agarró, pilló y echó estricnina en toda la ruta del zorro, porque los zorros se comían las gallinas. Puse el grito en el cielo de los talleres de este periódico. Gallinas nacen a miles y zorros nos quedan menos que filósofos, que no nos queda ninguno. Bueno, pues Icona había decidido darle de desayunar estricnina a la Escuela de Frankfurt de los zorros. En un país con esta clase de ternurismo por los animales, resulta especialmente peligroso soltar más de un millón de escopetas tirando a las avutardas, cuando está comprobado que ni se respetan las tablas de Daimiel ni el Coto de Doñana.Valle-Inclán (lo tengo muy cantado) dejó la República cuando se enteró de que un diputado socialista iba con los amigotes a matar pavos reales a Aranjuez. A lo mejor creían que estaban cortando cabezas reales, como en Francia. A mi sobrina/Lolita/Carota/amor/ amor, la sacaron este verano miss entre las mises de Las Rozas, con lo que presidió alguna corrida en la plaza pequeña y atroz de los capas.
Al primer novillete alegre y guapo, que creía salir a la luz del sol y salía al sol de la muerte, tuve que dejar la plaza, con perdón del alcalde. En un ruedo improvisado y breve resulta que tiene uno a cinco metros, desconcertado y jadeante, a un ángel demoniaco y purísimo, con cuernos, que jamás ha participado en el ballet asesino (mentira todo el Cossío), agonizando de inocencia. Me metí en el Alfa de mi santa, aparcado , en el asiento de atrás, a llorar largamente por el toro que había visto morir. Hacía muchos años que yo no lloraba por nada ni por nadie. Cuando Ada o el ardor, la gata, anda con fiebre, la llevo al veterinario, pero no lloro. Anoche inauguramos la nueva casa de Ramoncín, en Sol, con party nocturno en la terraza, sobre los relojes de la Telefónica y Gobernación. Después del globo, las rayas y el tocata, descubro a José, como una adolescente de Vermeer, y muero porque no muero. Más la gata siamesa de Ramoncín, que vive y se lame feliz en un mundo teóricamente violento. Tuve una novia que llevaba sobre el inexisiente seno izquierdo el "Salvad a las ballenas", pero la ballena española de tierra adentro es el toro, y da asco que los maten así.
Por la tarde estuve en Jumbo con mi carrito, haciendo la compra (la vida del cronista solitario está llena de abdicaciones, Manolo), y aquello sí que es una fosa común de la paloma y el ternero congelados / hibernados en una disneylandia inversa y fúnebre. Entre los cuarenta y los cincuenta, el hombre se entiende mejor con los animales que con otros hombres. Pienso que los ángeles, que no existen, están diseñados teológicamente a imagen y semejanza del novillete o la torcaz, que son inmortales porque ignoran su muerte y porque son puros y, como diría Neruda, "fornican directamente". Los verdes, los greenpace, los ecologistas y todo eso son la nave pretérita del futuro. Las bestias son ángeles (d'Ors/Pemán enfrentaban al ángel y la bestia: qué torpes) porque dan testimonio de que la elipse kepleriana es habitable. Otra prueba no tenemos de que este mundo merezca ser mundanizado. Los cazadores de domingo y los capas de pueblo nos dejan sin justificaciones. Se empieza en lo ferial y se acaba en lo nuclear. A la vista está.
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