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Deportista, actor y poeta

Se dice que es imposible interpretar a fondo el pontificado de Juan Pablo II olvidándose de que Karol Wojtyla ha sido siempre un deportista, un actor y un literato, más exactamente un poeta. "Cuando leo un discurso del Papa, e incluso una encíclica, me pregunto antes", ha dicho un teólogo, "en qué género literario lo ha escrito".Y, de hecho, hay sermones de este Papa que parecen más una poesía que un tratado de teología.

Durante veinte años publicó poemas con seudónimo. Ahora, que no puede hacerlo, se le escapa esta pasión cuando escribe sus discursos. Se distinguen enseguida los que le escriben sus colaboradores, mucho más fríos, aunque más rigurosamente teológicos.

Es además un deportista. Cuando jugaba al fútbol, su puesto favorito era el de portero. Le gustaba parar los golpes. Le gustan el mar y la montaña, aunque prefiere el frío al calor. En Castelgandolfo se ha hecho una piscina, y en el Vaticano ha apagado la calefacción.

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Es un papa sacral en su doctrina, pero secularizado en su vida. Quiere que los curas lleven la sotana en la calle, como un desafío a los que no creen, pero no le importa que se la quiten en casa. También él lo hace. En el avión se quita en seguida el alzacuello, que le molesta.

Es un actor, y por eso le gusta que haya mucha gente cuando habla. Le gusta la liturgia con gran escenario. La coreografía. No son de su gusto las misas secularizadas de los curas obreros. Ama el rito y la gestualidad. Es plástico, y, aunque fue siempre actor dramático, ha dado a las funciones litúrgicas un gran aire de fiesta. Las misas del papa Wojtyla son como una fiesta popular, durante las cuales la gente puede comerse un bocadillo, cantar y danzar.

Cuando en el Vaticano invita a la gente a comer, acaba cantando con ella. No es un misántropo. Es un sensitivo. No tiene vergüenza de tocar, abrazar y besar a la gente, a quien sea. Ni tiene remilgos. Besa a los leprosos sin limpiarse la boca después.

Por todo esto quizá la gente gusta de su presencia más que sus palabras. Es su persona la que despierta entusiasmo, emociones y lágrimas. No es un Papa antipático. Es vital, gusta mucho a las mujeres. Lo dicen hasta las feministas, pero les gusta él, no sus discursos.

Y quizá sea éste el drama mayor de Juan Pablo II, a quien el obispo brasileño Cabral Duarte, amigo suyo, le ha dicho en presencia del sínodo: "Antes se contestaba directamente al Papa. Ahora, al revés, se le escucha, se calla y se continúa actuando, como siempre".

Y añadió: "Estamos en el tiempo de la reverente indiferencia". Y es éste el peligro que corre Juan Pablo II, dicen algunos de sus colaboradores más íntimos: que la gente le escucha con simpatía, le aplaude, quiere tocarlo y hasta esperan de él milagros. Pero después no ponen en práctica lo que les pide".

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