Más que alternativa, encerrona
La oportunidad de la alternativa, nada menos que en la Real Maestranza de Sevilla y en la histórica Feria de San Miguel era en realidad encerrona. A Antonio Ramón Jiménez, nuevo matador de toros -toricantano, que decían floridos revisteros de otras épocas- le echaron a los pies de los caballos, al hoyo del fracaso, con los mansos, broncos, deslucidos toros del conde de la Maza.El primero, riada más saltar a la arena, buscó hierba, buscó petróleo, buscó a alguien en el callejón y brincó dentro, para darle las buenas tardes. Luego sería un toro querencioso y desconcertante, que mezclaba embestidas buenas y malas, y el nuevo matador no sabía a qué carta quedarse; si a la del toreo aromatizado de alhelí o a la de sálvese quien pueda. Cuando hubo de utilizar el estoque aclaró sus dudas: optó por la segunda.
Plaza de Sevilla
Dos de octubre. Segunda corrida de la Feria de San Miguel.Cinco toros del Conde de la Maza, con edad y trapío, mansos, broncos y deslucidos; tercero, sobrero de Sánchez Dalp, manejable. Manolo Cortés. Bajonazo (ovación y salida al tercio). Pinchazo, otro hondo delantero y dos descabellos: la presidencia le perdonó un aviso (silencio). El Mangui en un costillar (ovación y saludos). Estocada (oreja). Pinchazo y estocada caída (silencio). Antonio Ramón Jiménez, que tomó la alternativa. Media muy baja delantera, tres pinchazos bajos, otro hondo atravesado -aviso con retraso-, once descabellos y se acuesta el toro (silencio). Pinchazo y media atravesada (silecio).
Así de mala continuó la corrida, sin parar, hasta el sexto, aplomado y probón, en el que porfió y se jugó la integridad del traje el toricantano, sin otra recompensa que dejar patente su dignidad de torero y su apetencia de mejores manjares en el banquete de la fiesta, que disfrutan otros.
El tercero, un colorao cobardón, fue devuelto al corral supuestamente por cojo, pero se emplazó en el platillo igual que estatua y de ahí no le movían ni capotes, ni voces, ni restallar de látigos, ni la parada de cabestros gigantones, atontados e inútiles, cuya única ambición en la vida parecía ser corretear al hilo de las tablas. para meterse de nuevo. en el corral, a gozar del pienso. Más de media hora duró el circo, y aún seguiríamos allí si no fuera porque el Mangui cuadró al colorao y le fulminó de un espadazo en los riñones.
Semejante proeza supuso la cumbre artística del Mangui en la tarde feriada sevillana. Le dieron una oreja del sobrero, es cierto, mas conviene aclarar que, en efecto, se la dieron, en el sentido de que se la regalaron. Unos derechazos, envarado, con el brazo tieso como palo, mezclados con, algún achuchón y barullos diversos y una certera estocada, ese fue el motivo del regalo. La presidencia, no cabe duda, tenía su tarde fastuosa. El quinto era otro manso y el Mangui lo dejó escapar a tablas, donde le administró media docena de muletazos incoloros e inconexos. Un peón hizo el esfuerzo de sacarlo de la querencia, y El Mangui el de dejarlo volver a ella.
Vena de aciertos
En cambio, con tan apestoso ganado, lució inesperadamente un torero tan frágil como es Manolo Cortés, ayer en vena de aciertos. Los más importantes de todos, sendos quites a dos peones que estuvieron a punto de ser cogidos. a la salida de los pares de banderillas. Entró oportunísimo el capotillo del de Gines, y en sus vuelos se llevaba embebido el derrote espeluznante. Corría por los tendidos la especie de qué los quites habían sido milagrosos, pero la afición explicaba que más bien habían sido toreros.Las dobladas de castigo a su primer toro, ganándole terreno desde el tercio hasta el platillo, se inscriben entre las suertes maestras que hayamos visto a lo largo de la temporada. Con acotación marginal, las distancias, los terrenos, el temple, el sereno valor que empleó para pasar de muleta al cuarto, un colorao salpicao cornalón vuelto, tremendamente astifino, que topaba y, se quedaba corto en el viejo. Y con subrayado en rojo, un quite a la verónica.
Toros mejores, tardes más propicias ha dejado escapar este torero durante años. Su decisión. de ayer hace más incomprensible tan reiterado derroche. Ahora bien, nunca es tarde y este propósito de enmienda absuelve sus pecados. Debe otorgársele otra oportunidad. Y con más razón aún al toricantano Jiménez, pues ni había pecado, ni nada, para que le metieran en la infernal encerrona de los toros del conde, mansos, broncos, deslucidos, que no merecían el honor de pisar el albero de la Real Maestranza, menos en la histórica feria de San Miguel. A esta plaza no deberían venir unos a pagar mantazos, otros a pegar coces.
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