El corazón de El Bierzo
En plena ruta jacobea, un valle Heno de verdor, rodeado de montañas y sembrado de nobles monumentos románicos y góticos
Es una comarca clara, con rasgos definidos a primera vista de viajero. Se extiende al este de León, en lo que los geólogos llaman una fosa tectónica, rodeada de montañas y atravesada por el Sil. Los peregrinos de la ruta jacobea tenían qué cruzarla de punta a punta, y se levantaron así pequeñas iglesias románicas en medio de valles arbolados.Justo en su corazón crece día a día Ponferrada, a la sombra de las montañas negras del mineral, disimulados sus orígenes y su pasado por las nuevas construcciones.
Sin duda, lo más espectacular de aquella ciudad es el castillo de los templarios, los señores de la villa. Perfectamente gótico, su estructura, y sobre todo sus elaboradas defensas -barbacanas, almenas, puertas de acceso-, hicieron las delicias de los arquitectos modernistas, y hoy, a pesar de los pesados materiales con que fue levantado -pizarra y sillería-, tiene un cierto aire gratuito de escenario de cartón piedra.
A quince kilómetros de Ponferrada se levanta el impresionante monasterio de Santa María de Carracedo, el más poderoso entre los cistercienses de El Bierzo. En medio de ese paisaje arbolado, suave, con claras pinceladas bucólicas y evocaciones pastor¡les, mandó construir el rey de León Bermudo II, a finales del siglo X, un monasterio en el mismo lugar donde su padre, Orduño III, tenía un pequeño palacio, dedicándolo al Salvador y dotándolo con numerosas rentas. Pero fue la infanta doña Sancha y su hermano Alfonso VII quienes lo entregaron al Císter y realizaron importantes reformas, tarea a la que también se entregaron sus sucesores. Abandonado con la desamortización, el monasterio se ha convertido hoy en una impresionante ruina, en la que se puede adivinar el gran poderío que llegó a alcanzar. De la iglesia primitiva apenas queda nada: sufrió grandes daños a través de los siglos, y en el XVIII se llevó a cabo una gran restauración al gusto neoclásico. Tan sólo conserva dos portadas románicas, el gran rosetón de poniente y algunos restos de la portada principal del monasterio. Vale la pena, desde luego, hacer la visita con el guía (hace pocos meses aún seguía en activo Isidro Castro, más de 30 años de guarda) y enterarse de viva voz de toda la intrincada historia de aquellas piedras. De las dependencias monacales lo más interesante es la sala capitular, con evidente presencia del gótico, que fue concebida como panteón de reyes, aunque más tarde fuera de abades. En el piso superior se conservan las estancias conocidas como el palacio real: es interesante el oratorio, con una curiosa bóveda, pero la más hermosa es la famosa cocina de la reina, que se abre al huerto posterior en una espléndida galería de tres arcos apuntados sobre parejas de columnas; tambien lo es el mirador de la reina, una pequeña maravilla impregnada de toques románticos.
Parada en la ruta jacobea
En medio de huertas, y en dirección a las montañas, se llega a Villafranca del Bierzo, la que fuera parada importante en la ruta de Santiago. Al amparo de los peregrinos y sus necesidades creció la población, creándose dos hospitales y levantándose sucesivamente iglesias y conventos. Su importancia no disminuyó con los siglos, llegando a ser incluso capital de la entonces constituida provincia de El Bierzo durante once años. Su aspecto sigue siendo importante, reforzado por la monumentalidad de sus construcciones eclesiásticas.
La primera que se encontraban los peregrinos, como lo hace hoy el viajero, es la iglesia de Santiago, junto al gran castillo de los Marqueses. Situado en lo alto, es rectangular, con una sola nave y un precioso ábside abierto en tres ventanas. Su entrada era llamada también la Puerta del Perdón, como la compostelana, ya que tenía el privilegio de conceder el jubileo a los peregrinos que, después de traspasarla, no podían continuar el camino por razones de enfermedad. El castillo, levantado a finales del XV y admirablemente restaurado, parece la copia de algún modelo centroeuropeo levantado hoy mismo.
La población se extiende alargada, siguiendo el cauce del río Burbia, justo en su punto de unión con el Valcarce. Alargada es también su plaza mayor, punto de encuentro de los nuevos peregrinos. Habrá que preguntar entonces por la calle del Agua, que sigue la misma dirección de la antigua capital, donde se reúnen los más notables edificios civiles y casas solariegas, casi todas de los siglos XVI y XVII. Escudos y grandes fachadas dan cuenta de las nobles familias que las poseyeron, entre ellas la del escritor Gil y Carrasco, quien, según cuenta una inscripción, nació en esta misma calle. Casi en los límites de Villafranca se levanta la colegiata de Santa María, un pretencioso edificio del gótico tardío. Más iglesias y conventos: el de San Francisco, con una sencilla portada románica y un espléndido artesonado (que yo, por cierto, la iglesia firmemente cerrada, no conseguí ver); el de la Anunciada, de influencia italiana, y el barroco colegio de la Compañía de Jesús.
No se puede dar por terminada la visita al corazón de El Bierzo sin acercarse a Corullón. En el camino, una parada en la iglesia de San Juan de Fiz, ya al otro lado del río, fundación del famoso ermitaño Fructuoso, que tantos seguidores tuvo en los valles vecinos. La construcción que vemos se debe a las necesidades del camino, simple, pequeña y con una hermosa portada septentrional. Castaños y frutas amenizan la subida a Corullón, que cuenta con otras dos iglesias espléndidas. La primera, en la entrada y sobre un pequeño alto, es la de San Miguel, construida a comienzos del XII y con una importante portada. Justo al otro lado de la población se encuentra la iglesia de San Esteban, de los últimos años del XI, un precioso ejemplar del románico berciano, con un porche abovedado que antecede a la portada y sobre el que se levanta una torre con ventanas.
Hay que subir hasta el castillo, primero en coche, luego andando. Desde las ruinas de aquella gran fortaleza del XVI se contempla el mejor panorama de El Bierzo: valles verdísimos, árboles apretados, las montañas cercanas.
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