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El caos de la televisión

Puesto que, tratándose de RTVE, lo de menos parece ser ya la opinión de la audiencia, habría que preguntarse quién y con qué rango deberá confesar que la televisión no le gusta para que el director general del Ente, José María Calviño, se dé por aludido de una vez y presente su dimisión. Superada toda capacidad de pasmo ante un caso de tan invencible aversión al abandono de un cargo público, llama poderosamente la atención, en efecto, cómo se distribuyen las responsabilidades en Prado del Rey.El presidente del Gobierno declara públicamente que la programación no le satisface y es cesado de modo fulminante el jefe de Informativos, José Luis Balbín. Alentado quizá por tan inimaginable éxito, es el propio Calviño el que a continuación admite que también él se aburre frente al televisor, a lo que sigue la dimisión del propio director de TVE, Antonio López, quién sabe si en una audaz retirada estratégica para ocupar un día el puesto de aquél. De tan fulgurante cadena de abandonos, sin embargo, sólo un gesto guarda lógica con las mínimas reglas del decoro profesional: la renuncia instantánea de Asunción Valdés, directora del telediario de la tarde, tras la emisión de un penoso subproducto de amarillismo telestatal en su programa. Alivia saber que todavía quedan restos de elegancia frente a los errores propios.

La verdad, una vez más, es que el mal de TVE reside por principio en su carácter de monopolio estatal y en el tremendo burocratismo de su estructura, lo que la convierte en pasto de banderías políticas y en mercado de influencias de grueso y pequeño calibre. La experiencia de una televisión pública y única, sujeta a la acción del Gobierno -que al fin y al cabo nombra a su director general- y al control del Parlamento, no sólo no ha mejorado las cosas hasta el momento, sino que probablemente las ha empeorado, al incentivar los apetitos intervencionistas de los partidos.

Si Calviño debería dimitir es, pues, no tanto por su más que discutible gestión, sino por una elemental cuestión de decoro, al ser una evidencia clamorosa que ya no cuenta con la confianza de quienes le nombraron. Pero ni su cabeza, ni cien más pequeñas, arreglarían las cosas: el mejor favor que le harían a RTVE sería liberar la creatividad de los profesionales del medio y aliviar las pasiones nacionales y las legítimas demandas sociales a través de la competencia de las televisiones libres.

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29 de septiembre

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