Una pifia diplomática
LAS RAÍCES históricas de la susceptibilidad española: frente a nuestro vecino del norte son numerosas. Pero esas galopadas hacia el pasado explican mucho menos las heridas narcisistas producidas en nuestro orgullo nacional que la circunstancia de que durante la edad con Francia cobró una marcada ventaja respecto a España en casi todos los indicadores que señalan los niveles de bienestar material, libertades ciudadanas, influencia exterior y creación cultural.Los españoles debemos saber que nuestras latentes motivaciones de hostilidad o desconfianza hacia Francia a veces no son conscientes, en ocasiones carecen de justificación y corren el serio peligro de desembocar en explosiones chovinistas que desplacen íntegramente hacia el exterior responsabilidades también propias. El sostenido esfuerzo del Gobierno de Felipe González por mejorar nuestras relaciones de vecindad con Francia no sólo responden a una necesidad histórica, sino que están contribuyendo positivamente a desmontar prejuicios. Ahora bien, esa meritoria tarea podría resultar inútil si el Gobierno de París y sus representantes diplomáticos reabrieran las heridas del amor propio de los españoles con gestos altaneros o descorteses. Bien es verdad que dos no riñen si uno no quiere. Pero resulta igualmente cierto que dos no se amistan si uno se niega.
Sobre el telón de fondo de esa susceptibilidad, las medidas políticas de nuestros vecinos que perjudican intereses españoles pueden adquirir una singular resonancia, con independencia de que se hallen más o menos justificadas por la razón de Estado. No resulta fácil de explicar que los sucesivos Gobiernos de la V República hayan dado asilo y facilidades logísticas a los miembros de las bandas armadas de ETA con la excusa de que los objetivos nacionalistas de la lucha terrorista poseían una motivación política. La enérgica respuesta de París ante el nacionalismo violento de los corsos y los primeros brotes de terrorismo en el País Vasco francés han dejado sin coartada a los gobernantes, que todavía hoy permiten que el departamento de los Pirineos atlánticos sea un santuario para los etarras. Los saqueos de los camiones cargados con productos agrarios españoles que atraviesan Francia con destino a otros países europeos tampoco pueden ser entendidos por nuestra opinión pública.
En esta perspectiva, la conferencia de prensa dada anteayer por el embajador de Francia para explicar el veto interpuesto por su Gobierno al documento agrícola preparado por la comisión de la CEE, que implica un nuevo parón al proceso negociador para el ingreso de España en el Mercado Común, fue una inimitable combinación de torpeza y arrogancia. Pierre Guidoni no entró con demasiado buen pie en su destino diplomático en Madrid, aceptado -como los melones de Villaconejos- a cala ya prueba. Diputado socialista por Aude, Guidoni aceptó el cargo como parlamentario en misión, fórmula que le concedía un plazo de seis meses para desempeñar ese puesto sin renunciar al escaño. No resulta imaginable que el Gobierno francés hubiera recurrido a esa figura para designar embajador en Estados Unidos o en un importante país europeo; y tampoco que el Ministerio de Asuntos Exteriores español hubiera enviado un representante diplomático a cualquier nación amiga en esa extraña situación de interinidad formal. Hasta los observadores más desapasionados convendrán en que los estilos coloniales de gran potencia no fueron del todo ajenos al estrafalario invento de esa embajada condicional. Pierre Guidoni, por lo demás, alardeó inoportunamente de su gran amistad con Felipe González.
En su conversación con los periodistas españoles, Guidoni se adelantó, con escasa cortesía, a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y afirmó que el Gobierno de Felipe González estaba de acuerdo con el veto interpuesto por el Gobierno francés. Sin embargo, el secretario de Estado para las Relaciones con las Comunidades Europeas desmintió ayer esa supuesta conformidad. Lástima que, una vez más, la política informativa del Gobierno llegue al humo de las velas. Para mayor grave dad, el embajador francés se permitió la jactancia de erigirse en intérprete auténtico de los intereses españoles, beneficiados, según su opinión, por el parón de las negociaciones. Sus excursiones por los terrenos del enfrenta miento Norte-Sur no le permitieron negar, sin embargo, que la competitividad -descalificadoramente bautizada como "salvaje"- de los productos españoles perjudicaría a los agricultores franceses.
Este grotesco incidente sirve para llamar todavía más la atención sobre las dificultades de nuestra negociación con la CEE. Francia sostiene que el reglamento de frutas y hortalizas comunitario no protege de manera eficaz a sus productores, no sólo frente a las naciones del Mercado Común, sino también frente a España. La exigencia de imponer una nueva ordenación comunitaria que salvaguarde a Francia de cualquier competencia exterior equivale en la práctica a impedir que nuestras frutas y hortalizas se comercialicen libremente dentro de la CEE. Las razones de la negativa francesa arrancan de un compromiso político, ya que los Gobiernos de la V República han alentado en el Mediodía -importante cantera de votos- fuertes inversiones, que corren ahora el riesgo de perder rentabilidad. Resulta, así, absurda la pretensión del embajador Guidoni de ocultar que la decisión francesa tiene motivaciones electorales y va directamente en contra del único renglón exportador español abiertamente competitivo. En cualquier caso, parece indispensable que nuestro Gobierno explique a los ciudadanos la situación de las negociaciones con la CEE y el porvenir de nuestra agricultura exportadora, en la que trabajan cientos de miles de personas y en la que han sido realizadas también grandes inversiones.
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