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Reportaje:

El País Vasco, entre el día a día y la planificación a largo plazo

Un mes después de las inundaciones que asolaron el País Vasco y parte de las provincias de Burgos y Santander, las huellas de la catástrofe son todavía visibles. Entre 45 y 50 personas fallecidas es el tributo humano pagado al furor de las aguas. En Euskadi, que fue la zona más afectada, el esfuerzo de reconstrucción se enfrenta a la dificultad de hacer compatible la urgencia de las tareas de reanudación de la actividad con la inevitable planificación urbanística e industrial que haga socialmente eficaz y económicamente rentable el esfuerzo de recuperación. Frente a cifras mucho más elevadas adelantadas en los primeros momentos, los daños han sido evaluados por el Gobierno vasco en unos 60.000 millones de pesetas.

El agua caída sobre el País Vasco durante los días 25 y 26 de agosto hubiera bastado para llenar la bahía donostiarra de la Concha. En el barrio de Larraskitu, en la parte alta de Bilbao, se recogieron, entre las nueve de la mañana del día 26 y la misma hora del día siguiente, 503 litros por metro cuadrado. Durante todo el mes de agosto, en Bilbao se recogieron 83 litros por metro cuadrado, es decir, casi el doble de la máxima mensual registrada desde 1859. En este mes, en principio más caluroso y menos lluvioso del año, los observatorios de la capital vizcaína sólo registraron tres días sin lluvia. La situación orográfica de Bilbao, no en vano conocido popularmente como el bocho -un agujero sombreado por montes que circundan todo su perímetro, con excepción de la estrecha cañada por la que discurre la ría del Nervión-, favoreció la concentración del agua en la ciudad.Los mayores desastres se registraron, por ello, en la parte baja, barrio de La Peña y Casco Viejo en particular, donde coincidió la llegada de la avenida con la marea alta de la ría, pero también en los barrios situados en las faldas de los montes o inmediatamente debajo de ellos (Rekaldeberri, Peñascal, etcétera). Además, el río Helguera, que discurre subterráneamente por el ensanche de la ciudad, reventó en varios puntos.

Una historia pródiga en riadas

No es, ni mucho menos, la primera vez que el dios de las aguas desciende sobre Bilbao. La primera crecida de que se tiene noticia se produjo en el año 1380, pero hubo otras en 1402, 1447, 1450 1480, 1552, 1553 y 1748. El 22 de septiembre de 1553, los habitantes de la villa lograron refugiarse en la iglesia de Begoña, que domina el casco urbano desde una colina. El 8 de septiembre de 1657, los bilbaínos no sólo buscaron refugio bajo el manto de la patrona, sino que recurrieron a su intercesión: la imagen, llevada en andas por los más devotos, fue paseada por las calzadas que comunican la colina de Begoña con el casco viejo. Dícese que las aguas comenzaron a retroceder escaleras abajo a medida que descendía la patrona. Las crónicas no lo registran, pero parece verosímil que el milagro coincidiera con la marea baja, por lo que el prodigio podriá considerarse equivalente al del personaje de Saint-Exupéry, que extendiendo su brazo hacia el horizonte poco antes del alba, reclamó con solemnidad: "Que salga el sol". El portento no tardó en producirse.

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Según un estudio realizado por un equipo de especialistas y difundido el pasado día 8, se puede estimar que desde el siglo XV se han producido en Bilbao riadas de efectos catastróficos con una frecuencia de una cada 38 años, si bien inundaciones como, la de 1983 sólo se producen en la proporción de dos cada 1.000 años.

Un mes después de la catástrofe, el Casco Viejo bilbaíno sigue presentando un aspecto insólito. Los escaparates de los pequeños comercios del barrio, que habitualmente parecen un remedo del arco iris, recuerdan ahora -tan descristalados, tan sin luz, tan sin objeto alguno en su interior- las cuencas vacías de una calavera. Más de 400.000 metros cúbicos de residuos habían sido retirados hasta el miércoles pasado. Aquí y allá, el runrún de alguna pala mecánica compite con el monótono martilleo de las bombas extractoras manejadas por los poceros. Tras el intento fallido de reabrir una agencia de viajes situada en los bajos del teatro Arriaga -los guardias municipales la obligaron a cerrar por falta del permiso correspondiente-, tan sólo un par de panaderías permanecen abiertas al público.

Los comerciantes que permanecen en sus tiendas ultimando la limpieza de los establecimientos interpelan a los informadores que husmean por el lugar: "A ver si decís que queremos el permiso de reapertura ya". Esta semana comenzarán a entregarse los adelantos (un 5% del total presupuestado para cada caso) de las ayudas económicas de la Administración pública. Sin embargo, la contradicción entre el corto y el largo plazo, es decir, entre la necesidad de poner en marcha los negocios con rapidez y la de supeditar dicha puesta en pie a la existencia de planes racionales de reconstrucción, es, hoy por hoy, insalvable.

Tres fases de ayuda

Los 120.000 millones de pesetas que la Administración central destinará a financiar la reconstrucción, más los 40.000 millones con que el Gobierno vasco reforzará las ayudas, serán distribuidos en tres fases. El 15% del total, destinado a la reapertura, será entregado de inmediato y sin demasiados trámites, pero para tener acceso al 35% que completaría la mitad de la concesión, será preciso presentar garantías de la viabilidad futura de la empresa o comercio. Para recibir el 50% restante, el filtro se hará aún más estrecho, y seguramente tendrá que ver con la existencia o no de pólizas de seguro y otros factores.

Así, difícilmente podrá evitarse que al menos la entrega inicial sea realizada al margen de cualquier consideración de futuro. El acuerdo político existente sobre la conveniencia de aprovechar- la situación para acelerar los planes de reconversión industrial y renovación tecnológica, por una parte, y la racionalización del entorno urbanístico, por otra, choca con los lógicos deseos de empresarios y comerciantes de contar rápidamente con el apoyo financiero preciso y el permiso municipal (o de Industria) correspondiente. Inevitablemente, la ayuda inicial resultará corta para quienes verdaderamente se proponen modernizar y relanzar su empresa, y demasiado generosa para quienes sólo aspiran a recuperar una parte de lo perdido antes de bajar la persiana.

Pero la necesaria planificación no sólo se refiere al aspecto industrial, sino también a la reconstrucción urbana. Barrios como el del Peñascal, situado justo debajo de una cantera cuyas piedras enterraron literalmente las casas, sólo son viables sobre la base de una remodelación a fondo. Lo mismo cabe decir de la Peña, en la orilla izquierda del Nervión, que ha sufrido ocho inundaciones graves desde 1975. Sin un plan previo de dragado del río, reforma radical del alcantarillado y reestructuración del sistema básico de servicios, el barrio seguirá sometido a riesgos desproporcionados.

La desgraciada experiencia ha puesto de relieve, por lo demás, que las inversiones ecológicas (canalización de ríos, reordenación forestal, etcétera), así como el mantenimiento de la infraestructura básica (puentes, caminos forestales, protección de carreteras contra derrumbamientos, etcétera), son a la larga más rentables que la reparación a posteriori de los desastres causados por la falta de previsión.

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