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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después del tedio

EL DEBATE sobre el estado de la nación continuó su curso a lo largo de la tarde del miércoles y concluyó ayer con la votación de las mociones presentadas por los distintos grupos parlamentarios. El presidente del Gobierno asumió la tarea de replicar, y en su caso contrarreplicar, a todos ya cada uno de los portavoces parlamentarios, sin ayudarse con los ministros. Quedaron nuevamente de manifiesto las notables condiciones para el debate político, de Felipe González, cuyas intervenciones improvisadas tuvieron la misma convicción y sinceridad que poseían cuando era líder de la oposición. Sin embargo, ni siquiera la destreza y la resistencia del jefe del Ejecutivo para la vida parlamentaria sirvieron para que el debate remontara el vuelo.Hay que preguntarse, entonces, por las causas que explican que los resultados del Pleno no estuvieran a la altura de la expectación despertada por su convocatoria. Algunos medios oficiales han lanzado la absurda especie de que la decepción de los medios de comunicación ante el debate es consecuencia de un enfermizo hipercriticismo o de una conjura órquestada. Parece probable, sin embargo, que las responsabilidades de ese escaso entusiasmo ante el Pleno del estado de la nación haya que atribuirlas más bien a defectos de planteamiento. A diferencia de los sistemas presidencialistas, el jefe del Ejecutivo en un régimen parlamentario, que recibe sus poderes de los representantes de la soberanía popular, participa de forma casi cotidiana en las tareas de la Cámara e interviene, para defender las posiciones del Gobierno, en los asuntos de mayor importancia. El artículo 98 de nuestra Constitución establece que "el presidente dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de los demás miembros del mismo". El prolongado silencio de Felipe González durante el anterior período de sesiones había creado un clima de expectación artificial en tomo a su comparecencia, a la que se atribuía la función de pronunciar un mensaje de gran trascendencia. Su discurso inicial y sus posteriores intervenciones, sin embargo, transmitieron escasas novedades y omitieron definiciones precisas sobre cuestiones tan cruciales como la OTAN, el ingreso en la Comuni dad Económica Europea, los planes de reconversión industríal, las modificaciones del marco de las relaciones laborales y la política de rentas para los próximos años.

El propio Gobierno es responsable del gigantesco equívoco que se ha producido sobre la naturaleza misma del Pleno de esta semana. Mientras muchos ciudadanos creyeron que iba a servir de escenario al anuncio de definiciones y proyectos hasta ahora mantenidos en reserva, el poder ejecutivo se proponía simplemente hacer recapitulación parcial -en el bueno y en el mal sentido de la palabra- de la situación actual, de los logros alcanzados y de los problemas pendientes. La solemnidad sin causa del discurso del estado de la nación fue puesta todavía más de manifiesto por el escaso éxito obtenido por el presidente en su disertación, en la -que ademas omitió temas sin los cuales resulta vana la pretensión de ofrecer una imagen global de la política española.

El debate tuvo que soportar el peso muerto de unas discusiones interminables y reiterativas sobre la fiabilidad de las estadísticas y sobre los criterios empleados por unos y otros para comparar -arrimando cada cual el agua a su molino- los índices nacionales e internacionales, del pasado y del presente, de la actividad económica. El Gobierno utilizó las cifras cuando le convenían y como le convenían. Los conjuros de la macroeconomía -en forma de incrementos reales del PIB, de la inflación, de las, exportaciones e importaciones, del déficit o de las magnitudes de la OCDE o de la OCDE Europa- consumieron un tiempo excesivamente largo en las intervenciones, sin que los hechiceros consiguieran siempre dominar el significado exacto de las palabras mágicas. Y todo esto sin que nadie se lo pidiera, sin que fuera necesario, útil o interesante para nadie.

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Las intervenciones de los portavoces de los grupos minoritarios fueron respondidas por el presidente del Gobierno con idéntico celo' pero con desigual tono. Mientras la réplica a Mapuel Fraga derrochó cortesía y amabilidad, Marcos Vizcaya fue empujado contra las cuerdas y Santiago Carrillo recibió un tratamiento de choque. Fraga redobló sus esfuerzos para presentarse como un dirigente populista, interesado por la cesta de la compra de las gentes modestas, salpicó de chistes su oratoria, anunció la inminencia del juicio universal y ofreció al Gobierno su colaboración para los grandes asuntos del Estado. Sus críticas a la gestión socialista carecieron de precisión y derrocharon catastrofismo. La intervención de Miquel Roca, seguramente el mejor par lamentario de estas tremebundas sesiones, tuvo conci sión y fuerza, pero se perdió en los arenales de la esta dística. El portavoz de la Minória Vasca realizó una acertada crítica de las insuficiencias de la ley de Asisten cia Letrada al Detenido y del proyecto de ley de Asilo; la réplica de González resultó inconvincente. Adolfo Suárez repitió desde la oposición ideas parecidas a las que formulaba cuando ocupaba la presidencia del Gobierno, lo que habla en favoi de él; Santiago Carrillo cambió su antigua benevolencia hacia el centrismo por una virulen ta crítica de la política económica y exterior de los socia listas; Bandrés, de Euskadiko Ezkerra, y Vicens, de Es querra Republicana, apenas tuvieron tiempo reglamentario para exponer sus opiniones.

La votación de las mociones finales aportó más confusión que claridad al debate, dado el desperdigamiento de las propuestas y la voluntad de los socialistas de suscribir todas aquellas queno fueran demasiado comprometidas para el Gobierno. La moción conjunta de Alianza Popular, la Mmioría Catalana y el centrismo tuvo la importancia simbólica del acuerdo entre los, tres grupos para presentarla. El rechazo de la propuesta de la Minoría Vasca para que fuera derogada la devaluada LPA muestra los límites del espíritu negociador del Gobierno en el ámbito autonómico, donde cosecha fracaso tras fracaso sin que el más directo responsable -el ministro del ramo- parezca decidido a imitar las actitudes dimisionarias de algunos humildes periodistas de Televisión. La petición del PNV de un proyecto de ley regulador de la televisión privada fue igualmente derrotada. Es verdaderamente curioso con qué facilidad el PSOE rechaza las propuestas razonables dé este partido, desperdiciando así oportunidades reales de colaborar con él en la construcción de la sociedad democrática. Finalmente, el voto de los socialistas contra la moción comunista de que el Congreso declarase formalmente materia de reférenduni consultivo la permanencia en la OTAN pone de relieve que el Gobierno González desea tener las manos absolutamente libres en este asunto.

Los españoles, agotados, aburridos y perplejos, habrán abierto después los periódicos -que para algunos vuelven a ser Prens a canallesca- a fin de enterarse del estado de la nación.

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