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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Los anticonceptivos

Bueno, las que se condenan son ellas. Las mujeres, me refiero, con lo de Juan Pablo II. El Papa ha calificado los anticonceptivos como "pecado contra la fe". Yo es que no lo tengo muy claro. Usar anticonceptivos es creer contrarrestar el milagro de la fecundación, y por esos milagros le viene la fe al personal. Más que la licuación / menstruación de Santa Gema Galgani o San Pantaleón, campeones madrileños de la milagrería, al gentío le sigue pareciendo milagroso que de la "posición del loto" de una pareja, a veces matrimonial, nazca a las 36 semanas un niño o una niña, generalmente llamada Marina, si es la de Ana Belén, como me cuenta Ana esta mañana misma, nada más romper aguas. Si la Iglesia fuese más inteligente de lo que históricamente viene siendo, propiciaría estos milagros naturales, únicos que llegan a la feligresía, dejándose de licuaciones o monjas estigmatizadas, como la Monja de las Llagas que aparece en la reciente / reticente comedia de López Aranda. Pero no. Juan Pablo II (ya casi ni se llama Wojtyla, desde que ha traicionado a los estibadores polacos, o eso dicen ellos), va, coge, agarra, pilla y dice que la utilización de cualquier anticonceptivo es pecado contra la fe. A mí me parece que es un acto de fe.Hubo la época heroica -el Papa habla de heroicidad respecto a la abstención- en que uno iba a la calle Jardines, tienda La Discreta, y se compraba su surtido, que luego empezaron a fabricarlo psicodélico y estimulante, como si uno fuera capaz de irse hasta la calle Jardines sin estar ya muy estimulado.

Uno, o sea, se ha pasado media vida comprando gomas y la otra media desentendido del rollo, porque eran ellas las que se compraban píldoras, espirales, diafragmas y aspirinas para la bolsa copulatriz. Un jaleo. Lo más bonito fue (y en algún libro lo tengo contado, me parece) cuando uno se lo hacía de menorero -sucesivas niñas de Nabokov entrebarajadas en la vida del adulto-, y había que comprarles el ovoplex porque a ellas no se lo daban en la farmacia, claro. A mí, con la cara de marido indestructible que tengo, me lo daban siempre. Antes era la Johnson. Han sido muchos años de comprarles pildoritas a las de COU / BUP, tosiletas para el amor. Luego ya decidieron hacérselo ellas, muy liberadas, y por eso digo. En los últimos tiempos, todo es coser y cantar (aunque uno canta poco en posición horizontal). A las nacionales se les nota más, claro. Usan la cosa como el vecino usa la tele, poniéndola demasiado alta. Son las nuevas ricas de la liberté. La píldora siempre la tienen a la vista, entre dos libros. Y no digamos el diafragma, que parece un insólito colador de café. Las yanquis, un suponer, son otra cosa. Con las yanquis es que no te enteras. Se ve que aprendieron en el colegio, con un negrito de compañero de pupitre. He conocido algunas yanquis en esta vida, Dios, Dios, y todavía hoy se estrella una contra mi pecho, inesperadamente. ¿Cuándo y cómo se lo hacen las yanquis? Siempre me han parecido serafines con sexo, y quizá no engendran porque son ángeles calvinistas o porque, como dijo Elsa Maxwell a propósito de Grace Kelly, "pertenecen a la brigada de los bustos planos". No sé si hay un infierno anabaptista o lo que sea, pero las españolas están todas condenadas, que bien claro lo ha dicho el Papa, mientras que los machos nos limitamos a realizar "actos de heroísmo" (cumplir ya es un heroismo, Santidad).

Y luego, en el Congreso, presidente Felipe se pone ambiguo con la OTAN. Pues claro que hay que entrar, oyes. Por lo menos, en la OTAN sexual, que la española / española, con su tipo de manola, aprenda a ponerse la ferretería sentimental sin ostentación, a tomar la píldora sin engordar y a no esgrimir un niño diciéndonos aquello de "es tu vivo retrato". Qué horterada.

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