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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fidelidad del teatro

IMPRESIONA LA fidelidad de esas cuatro esquinas de Madrid para darse al teatro siglo tras siglo. Se conmemoran hoy los 400 años del centenario del teatro Español: quizá la fecha sea arbitraria, elegida entre varias posibles, prescindiendo de coincidencias de nombre o piedra, pero es igual si sirve para conmemorar -memorizar todos juntos, recordar colectivamente- esta supervivencia del teatro, vieja y correosa vida contra pragmáticas, reglamentos: estatutos, prohibiciones, marginaciones, censuras, eclesiásticos bravos, funcionarios exactores, público agreste. Y contra halagos, compras, subvenciones. Va pasando por todo, saliendo bajo todo para estar por encima de todo, y reaparecer por donde puede.La generosidad y la emoción del recuerdo son siempre más grandes cuanto más tiempo ha pasado de que se fueran sus beneficiarios. Recordamos sin límite que allí estrenaron Tirso, Lope, Calderón; somos más parcos para nombres como María Guerrero o Margarita Xirgu, para Echegaray y Galdós, que formaron la gran bisagra entre lo antiguo y lo moderno, las distantes para la extraordinaria época del teatro de la República, menos objetivos para. el trabajo de cuando cayó esa República. Saltan al azar decenas, quizá cientos, de nombres que han pasado, trabajado, sufrido entre las cuatro esquinas: Rafael Calvo y Antonio Vico; los trazos delicados y evocadores de la primera escenografía moderna creada por Fontanals, o los primeros decorados corpóreos de Burmann; la delicadeza y la pasión de las ya eternamente jóvenes -porque fijadas en ese momento- Elena Salvador y María Jesús Valdés; el primer estreno de Buero Vallejo -saliendo, también, de debajo de las piedras para ir defendiendo con su correoso y resistente posibilismo la continuación del teatro-; Nuestra Natacha, del entonces recientísimo Casona, en la que por primera vez se daba un grito contra la enseñanza opresiva, contra los reformatorios disciplinarios; Manuel Azaña, que siendo jefe del Gobierno tuvo la humildad y corrió el riesgo de estrenar una obra de teatro, La corona; Las bicicletas son para el verano -ahora mismo, aún con vida para el cine y el libro-, donde Fernán-Gómez relataba por primera, vez la posguerra de una manera serena, tranquila, directa... Citar es olvidar, y olvidar muchos acontecimientos, muchos nombres, muchos continuadores. Hasta los imposibles, como Max Aub, que tuvo siempre un proyecto para la reforma del teatro Español y nunca lo dirigió.

El tiempo ennoblece, el recuerdo adelgaza la crítica, la minuciosidad en cada nombre, en cada obra, en cada momento. Todo ello forma un gran conjunto, y en esas esquinas madrileñas se han vivido tiempos de grandeza y tiempos de miseria, tiempos de esplendor y de parquedad. Allí se ha hecho el teatro español, con una minúscula que él engrandece sobre la Iimitación versal de Español.

El homenaje a este teatro Español en lo que podemos convenir en llamar su cuarto centenario puede ser una exaltación a la fidelidad del trozo madrileño donde ha tenido su lugar una línea determinada; en buena ley, debe serlo a todas las gentes que van arrastrando el carro como pueden y como les dejan, a los que escriben la comedia y quienes la hacen. El tinglado llegó a tener sedas, y estofados, y lustres, y alfombras, pero la corriente de vida sigue siendo la de estas vitales e inagotables gentes que lo llevan adelante como pueden. Y que a veces están a punto de agotarse.

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