Hay que buscar ya 'otra' alternativa
Las previsiones son conocidas: los problemas irán multiplicándose, las dificultades continuarán en aumento, la conflictividad social puede intensificarse, el malhumor y el rechazo irán acentuándose. Y es que el Gobierno PSOE ha alcanzado el poder en tan deterioradas condiciones que inevitablemente se va a quemar en sus intentos de superar la situación heredada y en su misión -no por todos querida- de "sacarle las castañas- del fuego" al capitalismo español. De aquí que los riesgos involutivos, las tentaciones que tiendan a los totalitarismos simplificadores, sean una amenaza que lenta pero progresivamente puede ir gestándose en el seno de la sociedad española. Lo cual habría que ir contrarrestándolo ya con otra alternativa de izquierdas que fuese realmente válida, que supusiera un avance en profundidad y se mostrase capaz de ilusionar lúcidamente a sectores cada día más numerosos de nuestra sociedad. Y sin embargo, ¿acaso es esto posible?El problema consiste en que tal alternativa es, hoy por hoy, muy difícil. Precisamente cuando más necesaria sería. Cuando vivimos en una época en que el sistema todo está manifiestamente en crisis: crisis de la sociedad de consumo, crisis de la idea de progreso, crisis del crecimiento económico, crisis de las teorías revolucionarias, crisis de nuestro conjunto de creencias y valores.
La razón es muy sencilla: nos faltan certidumbres en que apoyarnos. Y así resulta más compleja una alternativa que nos devuelva la ilusión perdida.
Durante algún tiempo se han ofrecido certezas casi absolutas, no sólo en cuanto a las estrategias para cambiar la sociedad, sino también por lo que se refiere a unos resultados que se nos presentaban como indiscutibles. Hoy todo se nos ha ido derrum-
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bando. Hoy no existen aquellos militantes con una fe a toda prueba. Hoy solamente se puede ofrecer honestamente que estamos en la búsqueda de nuevos caminos, en el ensayo de nuevas formas de convivencia. Pero sin ofrecer garantía alguna de que tengamos la varita mágica -como antaño se atribuyó al método marxista- para cambiar de raíz el mundo. Hoy tenemos dudas sobre que el proletariado sea el sujeto histórico de la revolución; hoy está demostrado que una transformación de las relaciones de producción -abolición privada de los medios de producción- no conduce a un, efectivamente, nuevo modelo de sociedad, a una sociedad sin clases, sin explotación, sin relaciones de dominación. Nos han fallado los motores teóricos. En definitiva, la utopía ha perdido toda certeza sobre su futuro. Y aunque se ha producido un desbloqueo ideológico -lo cual es bueno-, también es cierto que hemos alcanzado un alto grado de escepticismo.
Ante esta coyuntura se impone un esfuerzo de lucidez por parte de todos. Porque de una certidumbre que fue dógmática tampoco puede pasarse a un escepticismo que también sea dogmático. Nadie puede afirmar tajantemente que sea imposible una nueva era, uná mutación, un cambio que nos haga accesibles a una sociedad sin clases, sin relaciones de dominación y en la que la libertad y la solidaridad encuentren una más fácil expresión. Hay que negarse a ese fatalismo histórico que nos conduce a pensar que siempre, inevitablemente, tras todas las revoluciones, se llega a unas -nuevas formas de dominación. Todo depende de que se alcance la suficiente cota de lucidez como para darnos cuenta de todas las limitaciones del hombre, sus insuficiencias y contradicciones, sus antagonismos y sus ambivalencias, así como de todos los ecosistemas -biológicos, culturales, sociales y hasta nacionales- en que este hombre se halla incluido. EL futuro hay que buscarlo, hay que construirlo, hay que ensayarlo; bien que sin las seguridades ideológicas que antes nos poseían, pero con las esperanzas -ciertamente relativas- de que se trata de una apuesta a la que no podemos renunciar. La alternativa es posible, aunque se trata de una hipótesis histórica que, hay que comprobar y a la que debemos aprestarnos con todos los tanteos o ensayos que sean necesarios. Pero a la que no podemos renunciar.
Indudablemente, algo ha fallado en todo lo hasta aquí realizado, puesto que ha conducido a tan desgraciados fracasos. Apelar a un código de leyes morales o confiarlo todo a una "revolución económico-política" se nos presentan hoy como proyectos francamente insuficientes. No existe una sola dualidad, una sola ambivalencia, un simple antagonismo que pueda ser superado, sino que es muy grande la complejidad de lo real en que vivimos. No se puede simplificar hasta el extremo de considerar, por ejemplo, que con sólo métodos políticos se van a resolver todos los problemas de convivencia. No se puede caer en doctrinarismos simplificadores. Hoy sabemos que la lucha ha de ser multidimensional, y toda alternativa, piara que sea tal, ha de actuar sobre el ecosistema cultural del hombre e influir incluso en su "personalidad base".
A la altura de nuestra actual experiencia histórica sabemos ya de algunos de los temas más controvertidos. Por ejemplo:
1. ¿Qué tipo de organizaciones son necesarias? ¿Continúan siendo válidos los partidos políticos? La experiencia nos viene de mostrando que más que instrumentos de transfonrmación se convierten fácilmente en medios de acceder, y después conservar, el poder por el poder. Con la con siguiente separación entre militantes verdaderos y unos "progres oportunistas". En este terreno habría que encontrar una fórmula en que se combinase organización e iniciativa, eficacia y creatividad; o sea, que se participase realmente sin caer en la anarquía, el espontaneísmo asambleario, aunque manteniendo siempre un imprescindible equilibrio en la acción. Lo cierto es que llevamos varios siglos en que se está buscando la orgnización ideal sin conseguirse. De aquí que cualquier otra alternativa lleve implícito también el ensayode nuevas formas de organizaciones y de militancia. Se trataría también de mantener vivo y creador ese antagonismo entre la burocracia necesaria y el activismo de base.
2. El poder, sea de la índole que sea, no puede ser el objetivo prioritario de toda alternativa nueva. El poder está siempre tan condicionado, tan aprisionado por una red de elementos fácticos, que lo convierten pronto en algo carente de toda capacidad de maniobra, de iniciativa y, en definitiva, de libertad. Nadie es menos libre que un Jefe,de Gobierno. Hoy existe. tal acercamiento del PSOE a las realidades del poder que difícilmente puede definirse en él lo que quiere significar ser de izquierdas. Su propio Documento de estrategia está más dirigido a mantenerse en el poder que a transformar la sociedad. Y es que el poder administra "con lo que cuenta", y por naturaleza es conservador de eso que posee. Es muy, difícil que partan de él iniciativas, transformadoras. Cualquier otra alternativa válida tendrá que contar con el poder, pero no identificarse con él. Para que sea tal habrá de ofrecerse desde instancias más allá del poder, como antagonista de éste, incluso enfrentado a él, aunque sea de izquierdas.
3. La alternativa que se ofrezca sólo puede ser la de una, sociedad pluralista, donde todos los antagonismos se autorregulen por sí mismos. Hay que resolver el gran problema de la participación ciudadana, y hay que reconocer que la democracia real está todavía por estrenar. De cualquier modo, las llamadas libertades formales son mucho más que meramente formales, puesto que son constitutivas del poder innovador, y a la vez. autorregulador, que todo ecosistema implica. La exigencia de pluralismo es, pues, imprescindible. Hay que mantener los antagonismos de ideas para superar los antagonismos de clase.
4. Es muy importante recuperar el sentido de la ambivalencia. Un equilibrio exclusivamente racional es muy inestable. Debemos aceptar las cotas de irracionalidad, de riesgo, de incertidumbre que todo el cosmos comporta y, por supuesto, cada uno de nosotros. Como ha dicho Salvador Pániker, "hay que alcanzar la lucidez de una ignorancia sin tapujos". Solamente cuando se mantengan en permanente crisis nuestros propios fundamentos estaremos en condiciones de abrirnos a una creatividad crítica. Y, sobre todo, a una solidaridad verdadera. Hasta ahora la convivencia humana se ha basado en la coacción, la culpa o la conveniencia (egoísmo solidario). En esta nueva alternativa habría que basarse en la humildad que supone "no saberse seguro de nada". Es más fácil convivir con los escépticos y relativizados, pero muy dificil con la altanería de aquellos que se amparan en "certezas absolutizadas". La verdadera construcción de una sociedad socialista (la democracia llevada a sus últimas consecuencias) se ha visto dificultada por la rigidez del modelo, desde el momento en que un totalitarismo absorbente ha sofocado el poder creador de las disidencias.
5. Sin actuar profundamente sobre el ecosistema cultural del hombre -ya lo he dicho-, sobre su conjunto de valores y creencias, siempre se irá al fracaso más estrepitoso. Aunque, por supuesto, que no imponiéndolo desde arriba, en forma de una doctrinaria revolución cultural, sino que habría de ser la sociedad entera la que se constituyese en paideia permanente. ¿Cómo o de qué forma? Un problema más a dilucidar.
Con todo lo anteriormente dicho, no se trata, en consecuencia, de forzar el componente ético-voluntarista más allá de toda esperanza. Se trata de adivinar que existen posibilidades reales de cambio, aunque éstas sean remotas, aunque exijan múltiples ensayos, aunque existan callejones sin salida. En todo caso, debemos seguir intentándolo. Hay. que "ponerse en la actitud de descubrir las potencialidades de lo existente", como dice Girardi. Hay que activar la creatividad crítica. La izquierda española se encuentra ante un reto histórico: convertirse algún día en alternativa al PSOE. Y sin embargo, la pregunta surge de inmediato: ¿dónde está y cómo se configura esta izquierda española?
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