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LAS VENTAS

Bernadó vuelca toda su torería en la despedida de Madrid

Plaza de Las Ventas. 4 de septiembre.Cinco toros de Manuel Benítez, con romana; renqueantes, mansos, sospechosos de pitones; cuarto, sobrero de Nuñez Hermanos, cinqueño, aparatoso de presencia, manso.

Joaquín Bernadó. Media caída -aviso- y tres descabellos (vuelta con algunas protestas). Pinchazo bajo y bajonazo (petición y dos vueltas). Raúl Aranda. Estocada perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio). Estocada (aplausos y saludos). El Cali. Pinchazo y estocada (silencio). Estocada (silencio).

El público de Madrid despidió con mucho cariño a Joaquín Bernadó. Treinta años, lleva la afición de la primera plaza del mundo apreciando las cualidades toreras de este espada catalán, que ha pasado por la fiesta de puntillas, sin competir, sin molestar, desgranando calladamente una pulcritud de estilo que ha merecido el respeto de todos los públicos. Naturalmente, también del madrileño, que en esta ocasión le hizo saludar montera en mano después del paseíllo y le despidió con una ovación cerrada. Madrid estaba dispuesto ayer a disculpar cualquier ventaja que pudiera tener el veterano espada, incluidas las sospechosísimas astas de su primer toro. Pero Bernadó respondió volcando su torería y un afán de superación como pocas veces se le ha visto en esta plaza.Sus dos faenas tanto al nobilísimo primer toro como al cinqueño pasado que se corrió en cuarto lugar, fueron mandonas, pintureras, ceñidas. Ambas estructuradas con conocimientos de lidiador e interpretadas con la sucinta exquisitez de que ha hecho gala en su dilatada vida profesional. Logró pasajes de alta calidad técnica y artística, como la chicuelina de frente, algunos redondos ligados con el de pecho, un par de naturales suavísimos y hondos; los trincherazos, apenas apuntados, a pesar de lo cual no excluían profundidad y belleza estética.

JOAQUÍN VIDAL, Madrid

RIDRUEJO, Pamplona

El toreo de Bernadó es síntesis de casi todo en tauromaquía; está hecho de magistrales apuntes, elude el barroquismo, esquematiza las suertes para ejecutarlas con finura, y así ha conseguido un estilo propio, imposible de imitar. La afición, que pasó de una actitud condescendiente al entusiasmo por la torería que derramaba el diestro, le aclamaba, quería que no se retirara: "¡Aunque sea una temporadita más, don Joaquín!".

Símbolos, metáforas, sutilezas -por ejemplo, "¡Ese toro es una mierdaaa!"-, barajaba ayer profusamente la afición madrileña, arrebatada, de ingenio. Había frases de doble intención y El Lupas las creaba con vocación de inmortalidad. Para Bernadó, menudeaban madrigales; para El Cordobés, venablos. "¡De ganadero eres tan nefasto como lo fuiste de torero!", le gritó uno del tendido, al que aplaudieron sus correligionarios con emocionada, identificación ideológica.

La corrida era grandullona pero renqueante, escasa de casta, roma de pitones, aparentemente despuntada, y en cualquier caso sospechosísima. Quizá es que el afeitado ha vuelto a los ruedos para afincarse con la misma desvergonzada vigencia que tuvo en los tiempos en que el ganadero de ayer era dictador de la fiesta y lo imponía.

Las corridas de San Sebastián de los Reyes recientemente celebradas, salieron mochas, con tanto descaro que hizo, temer un definitivo abandonismo por parte del Ministerio del Interior en su irrenunciable misión de impedir las corruptelas. Ese temor comienza a confirmarse con lo de ayer en Las Ventas, primera plaza del mundo. El público denunció con indignación la posibilidad de que las astas hubiesen sido manipuladas. Según todos los síntomas, el taurinismo continúa defraudando desde la más absoluta impunidad.

Por renqueantes y escasos de casta, los toros resultaron deslucidos. Un torero de estilo como es Raúl Aranda, estrellaba contra ese género malo sus propósitos de torear Con arreglo a los cánones. El Benítez que le correspondió en primer lugar era corto de arrancada y aburrido; el otro, mulo, sin otro empeño que huir del engaño, retornar a la placidez bucólica de sus campos cordobeses.

Sin embargo Raúl Aranda también atesora torería de la mejor y la exhibió en el bronco, manso y apabullante sobrero, al que nadie había podido fijar. Lo hizo en la brega, que llevó con valor y eficacia, y en un quite a la verónica en el que descubrió, para provecho de Bernadó, que el impresionante cornalón tenía embestida, y que ésta era noble por el pitón derecho. Un acto de compañerismo sin demagogia; seguramente el mejor regalo que pudiera hacerle Aranda al veterano matador en su despedida.

La manejabilidad del tercer toro no acabó de aprovecharla El Cali, que muleteó con excesiva rapidez y poco temple. Al sexto, otro romo sospechoso con catadura de mulo, lo porfió en diversos terrenos, inútilmente, pues no procedía mas que cuadrar y matar. Finalmente, así lo hizo El Cali, que cobró un estoconazo fulminante.

Los tres diestros estuvieron certeros con la espada. Hasta Bernadó, el eterno matador a pellizcos, fue breve con el acero, lo cual también congratulaba a la afición. Su tarde, la última en Madrid, tenía que ser torera de principio a fin y se volcó en este propósito hasta donde pudo. Un torero en toda la dimensión de la palabra se va. Y no hay tantos como para que la fiesta pueda permitirse semejantes lujos.

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