La ceremonia de la consunción
Una persistente sensación de asco, un mal olor de acetona, la piel con escamas, los labios despellejados... Todo el día, gusto de sangre en la boca. Por las mañanas, barría del suelo de su celda la piel que se le había desprendido durante la noche...No son trozos de un relato inédito de Kafka o de Lovecraft; pertenecen a fenómenos observados en su propia persona por el díscolo sacerdote Xirinacs durante su segunda huelga de hambre en favor de la amnistía de todos y en los tiempos en que daba sus últimas bocanadas el pez más grande. Después vinieron otras huelgas de hambre menos sonadas; del dramatismo de su naturaleza apenas sabemos; más adelante, esta forma ritualizada de protesta cayó en una cadencia monótona, y hoy raramente llega a encontrar un sitio en las páginas del periódico. Ahora, tres jóvenes -un español entre ellos- ayunan voluntariamente en París, en la efeméride de la primera bomba atómica y por repulsa a todo lo que se nos viene encima.
ÁNGEL GARCIA PINTADO
A. BASTENIER
Como dice un proverbio ruso, "Comas o no comas, se te contará como una comida". O lo que es igual: si todos los pacifistas del mundo se pusieran en huelga de hambre, los Reagan y compañía se frotarían las manos.
Espero que se me permita no haber comprendido nunca esta manera de gritar basada en el debilitamiento progresivo del propio organismo. Mala cosa parece ese mimetismo de Ghandi tan en boga, realimentado hoy, además, por un filme americano con muchos óscars. Practica la ceremonia consuntiva lo mismo el pacifista en libertad que el asesino de sus suegros en cautividad; y lo más extravagante: que ayunen voluntariamente unos parados -como ya ha ocurrido entre nosotros-, grotesca redundancia sólo comparable a una hipotética huelga de estómago caído por parte de un paria hindú.
Hoy que la energía ideológica, el sentido crítico y la negatividad al sistema se sienten tan desmayados, no parece lo más conveniente debilitar de motu proprio nuestra carcasa. Se impone, por el contrario, vigilar la alimentación para tener el estómago discretamente agradecido y no cabrearlo demasiado. Debemos almacenar minerales, grasas, hidratos de carbón; las proteínas y vitaminas indispensables para que el grito sea vigoroso, pues, como dicen en Turquía, "para rascar hacen falta uñas". Los que durante tantos años fuimos reserva espiritual de Occidente, deberíamos procurar ahora ser -tener- reservas carnales, aunque sólo fuera para poder soportar con cierta dignidad atlética tantas marchas a Torrejón -como han de venir. Si ahora lo revolucionario se concentra en oponerse a la existencia de esos supositorios de la catástrofe que son los misiles y en desbaratar el chantaje que nos hace vivir en el terror de una siniestra simetría (EE UU-URSS), no se debería olvidar que el primer deber de un revolucionario es sobrevivir.
Algunos de los huelguistas del hambre llevaron su misión obstinadamente hasta las últimas fatales consecuencias; otros fueron sorprendidos a medio camino por la visita de la vieja dama de negro; pero la mayoría de ellos sobrevivieron; o porque los cálculos no les abandonaron, sabiendo rozar el borde del precipicio sin caerse, o porque se sintieron prematuramente indulgentes consigo mismos. Por ventura, éstos no pudieron evitar que se les quedara para siempre un cierto rostro de suicida frustrado. En esta ceremonia tan oriental, y también tan cristiana, el componente narcisista (por lo que tiene de espectáculo, happening, bodyart espeluznante) va íntimamente unido al componente sadomasoquista (por lo que tiene de autoinmolación punitiva, con mucho instinto de muerte por medio). Ayuno y penitencia van de la mano en nuestra mentalidad, nutrida de tanta cuaresma. Pero, ¿cuál es la culpa cometida por estos ayunadores para tener que penar de tan lamentable manera?... Otra incógnita metafisica de nuestro tiempo, a la que psiquiatras y sociólogos sabrán, sin duda, responder.
Por el momento, la devaluación en que han caído las huelgas de hambre y el desinterés social con que se corresponde a esas hazañas, puede venir cínicamente del hecho de que últimamente nadie encuentra la muerte en ellas. En cierto modo, la devaluación emocional del circo y algo menos de las corridas de toros guardan un irreverente paralelo con aquéllas.
Y, sin embargo, la previsión de la muerte por inanición no acaba de tener una formulación exacta. La ciencia no se pone de acuerdo en cuánto puede resistir un ser humano sin comer (¿40 días, dos meses ... ?); los datos de que dispone indican que el hombre puede soportar por ayuno prolongado una pérdida hasta del 40% de su peso y recuperarla satisfactoriamente cuando vuelve a una alimentación normal. Esto, en el caso de que todo vaya bien y que la dieta consuntiva haya provocado grados tolerables de lesión celular.
Acaso el peor calvario que ha de soportar el huelguista no sea el de su pérdida de piel, o su regusto insistente de sangre y acetona, sino el de su recuperación. En estas recuperaciones, el cura Xirinacs llegó a convertirse en un bromatólogo tan competente que sus conocimientos chocaron de modo irremediable con los del médico de la prisión, quien, en su ignorancia maligna, sometió al pobre estómago mártir a una dictadura grasienta. La sapiencia que sobre la bioquímica de su cuerpo y su voluntad llega a adquirir el huelguista de hambre reincidente quizá sea una de las únicas consecuencias positivas de su reto. El mismo Xirinacs había de reconocer en su Diario de prisión que la huelga de hambre no era tema muy preocupante para las autoridades, que ya estaban acostumbradas, y que era menos agresiva para el régimen (el franquista) que para el sujeto que hace la huelga. El huelguista de hambre famoso puede ser propuesto para el Nobel de la Paz, pero luego se lo dan a Kissinger, se lo dan a Beguín..., que suelen ayunar más bien poco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.