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Tribuna:La muerte del fundador de 'Cruz y Raya'
Tribuna
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Yo le creía inmortal

A Teresa Bergamín

Tiemblo de emoción al escribir estas líneas.

Yo le creía inmortal, sucediéndose siempre a sí mismo, reencarnándose en su esqueleto.

Ahora lo veo, vivamente vivo en la muerte. "Yo me sucedo a mí mismo"; este verso de Lope gustaba repetirlo con frecuencia. Tengo distintas visiones de esta sucesión de imágenes. La primera, en la calle del General Mitre, al salir de su despacho de la revista Cruz y Raya. Es José Bergamín, me dice José Gallego Díaz, el gran escritor barroco. "Tan fino y tan delgado", exclamé, repitiendo, sin saberlo, la definición plástica de Juan Ramón Jiménez. Acababa de leer La importancia del demonio y vivía deslumbrado por su angélica. Más tarde volvía a verle, terminada la guerra civil, en el café Fonquet. Estaba con Emilio Prados y Juan Larrea. Volví a encontrarme con él en su casa de Carrasco (Montevideo); le vi rodeado de sus discípulos y amigos. Dimos grandes paseos por el bosque y la playa. Hablamos de la guerra civil. Una tarde nos leyó un extraño y complejo drama romántico: Melusina y el espejo. Le hice una entrevista para la revista Índice, que la censura prohibió con lápiz rojo. Al volver a Madrid Alfonso Buñuel, hermano de Luis, el pintor Caneja y otros amigos le rendimos un homenaje silencioso en Lhardy.

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La cita pendiente

Volvimos a encontrarnos en el café Les Deux Magots, en París. Me llevó a Esprit, me presentó a Beguin y asistí a una formidable concordia crítica de estos pensadores cristianos contra la política vaticana. Malraux me dijo: "Bergamín es más comunista que Alberti y Alberti más católico que Bergamín". Cassou: "Es el más grande prosista español de nuestro tiempo. Es falso que tropiece con la palabra, la descubre".Me contó sus entrevistas con don Jaime de Borbón. Volvió a España y le vi en su piso de la calle de Londres. Me leyó sus nuevos poemas, hondos y sabios. Poco tiempo después de firmar el manifiesto contra las torturas a los mineros asturianos, asistí a las amenazas telefónicas de asesinarle. Se refugió en la Embajada de Uruguay. Nos encontramos de nuevo en París. Vivía en una pequeña habitación de un inmenso palacio del barrio de Marais. Malraux le acogió espléndidamente. Recuerdo que me leyó unos poemas sobrecogedores sobre España. Volvimos a vernos en la plaza de Oriente, y nos encontrábamos con frecuencia. Cenábamos en Botín, en Chotis. Le vi la última vez en San Sebastián, más lúcido que nunca, sereno, cabal, fiel a sí mismo.

¿Cómo era José Bergamín? Una pasión lúcida, reflexiva, sutil. Un idealista con su idea, toda su vida es un grito de esperanza en redención cristiana del mundo, en su salvación definitiva. "Cada vez creo más en Cristo y menos en Dios", me dijo en esa última entrevista en San Sebastián. Anteriormente, en una cena en su casa me había criticado a Unamuno por su empeño en querer creer. "La fe es una iluminación" que nos ataca de sorpresa, como la melancolía. Era un hombre generoso. Su generosidad procedía de su sentido íntimo de la caridad, de su cristianismo revolucionario. Al casarse con Rosario Arniches pasó la luna de miel en la Unión Soviética. Para compartir el pan de la pobreza escribió más tarde. Concepto de participación, de comunión colectiva, pan, símbolo que reaparece en su obra El clavo ardiendo. No olvidamos que debemos a su generosidad el descubrimiento de Vallejo, prologa la primera edición española de Trilce, revela a Luis Cernuda, publica en Cruz y Raya a todos los poetas jóvenes. Al fin y al cabo español, lo que le abruma hasta el extremo de negarse a sí mismo.

¿Qué decir de su obra? En mi concepto, El pozo de la angustia, que comparo con La agonía del cristianismo por su dramatismo metafísico, es la cifra y suma, el cogollo de todo su pensamiento. Ya había dicho en su primera obra, El cohete y la estrella: "Existir es pensar, y pensar, comprometerse". Sí, fue uno de los pensadores más revolucionarios y comprometidos con la lucha del pueblo español. Detrás de la cruz es otro ensayo teológico contra la catolicidad militante y política de la Iglesia española. La tesis de esta obra es la siguiente: ¿detrás de la cruz está el diablo? No, está el Dios del pueblo espaflol o el pueblo de Dios con su voz, sus cuentos populares y su teatro sacramental, porque en España "todo lo que no es pueblo es ignorancia, porque el pueblo sabe lo que quiere y lo que espera". De su obra dramática señalemos La niña guerrillera, inspirado en un romance; La doncella que fue a la guerra, actualizado en una figura femenina que lucha desesperadamente contra el franquismo. Es una obra jugosa, viva, un grito de la conciencia dramática.

El teatro de Bergamín es una dramatización del aforismo, iluminación súbita de una verdad sentida que se le revela. Para mí, Melusina y el espejo es su obra dramática más profunda, que gira en tomo al problema de la multiplicidad de almas. ¿Existe la unidad del alma, es diabólica sucesividad o dispersión? Es un drama alemán típico que recuerda a Achin von Arnim. ¿Y qué decir de su poesía? Su obra se sitúa en la línea que llamó Unamuno poesía meditativa. La poesía de Bergamín evolucionó desde los fuegos barrocos de Sonetos al Cristo crucificado, que tanto entusiasmaron a Machado, hasta la serena armonía clásica de Velado desvelo, su obra más densa y honda. Hemos dicho que Bergamín fue apasionado, luchador, mordaz, satírico, humanamente burlón; pero debemos añadir que tuvo mucho valor durante toda su vida. Era realmente un hombre muy valiente. Y lo demostró al escribir Esperando la mano de nieve, donde especula y se mira en el espejo de la muerte. La sintió, la vivió por dentro, hasta consumirla de tanto meditarla. "En tu cansado corazón vencido; en todo hay cierta, inevitable muerte".

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