La cabeza de Pilatos
Aunque uno haya renunciado ya al estruendo conspiratorio y a los demoledores argumentos de la dinamita como formas de persuasión política, de vez en cuando le vienen al más socialdemócrata aficiones de grupúsculo violento. No suele ocurrir, porque la mayoría de las sectas que se nos proponen son tan macabras en sus ofertas teóricas como en los medios que emplean para imponerlas y sus componentes carecen por lo general de humor y de paciencia, que son dos de las cualidades más estimables de los seres más o menos humanos. Pero hay tentadoras excepciones. A mí, por ejemplo, de alguien políticamente legalista y moderado hasta el escándalo de propios y ajenos, casi me hace el otro día echarme al monte el nombre y el comunicado de la estupenda cofradía que voló en Lourdes una de las estaciones de su conocido Vía Crucis, poco antes de la visita del Papa a ese rentable balneario mariano. El grupo explosionista se llama Arretez les curés! (algo así como ¡Frenad a los curas!), y en la proclama en que se responsabilizaban de la fechoría decían haber decidido intervenir "con motivo de la llegada del presidente de la multinacional vaticana en visita de inspección a su filial Soubirous, S. A.". Aunque ya pocos rescoldos del fuego sagrado guardo en el corazón, reconozco que estuve a punto de correr al banderín de enganche y pedir una plaza voluntaria en tan aguerrida milicia, aunque fuera en servicios auxiliares por cosa de mi mala vista.Lo que me pareció en cambio más discutible en una primera consideración es la figura elegida para la voladura: el pretor Poncio Pílatos, cuya imponente cabeza de bronce apareció arrancada de cuajo a varios metros del resto mutilado de su cuerpo. Después de todo, en aquel confuso asunto del proceso Jesús (cuyo mejor resumen sigue siendo para mí el que da Bulgákov en El maestro y Margarita), Pilatos es el único funcionario civil y el representante de una legalidad racional que merece un mínimo de respeto. ¿Por qué Pilatos? ¿Por qué no Caifás o el buen ladrón o la señorita Verónica? Primero supuse que habrían elegido esa figura por cuestión de comodidad, pues con ella comienzan las estaciones del piadoso recorrido. Admití también la posibilidad de que hubieran pesado consideraciones estéticas, pues reconozco que el efecto del gigantón decapitado era de lo más lúcido.
Ahora lo he pensado mejor y creo que tengo una explicación mucho más satisfactoria. Sí, compañeros de A. L. C., elegisteis bien la imagen que antes que ninguna otra merecía ser descuartizada, Porque ese romano cínico recomendó (o al menos permitió) consciente y fríamente la tortura dé un hombre que tenía en sus manos y bajo su responsabilidad. Allí estaba él, sentado intranquilo en su pretorio, cavilando argucias politiqueras para congraciarse con los sacerdotes, para no turbar a los poderes fácticos, para ganarse el aplauso venal del populacho y la citación encomiástica de sus superiores, mientras el prisionero entregado a su custodia -de cuya culpabilidad aún no había decidido nada- era maltratado y befado por los sayones. Mal, Poncio, muy mal. Hay cosas que deben ser respetadas por encima de todas las demás: aún más importantes que la dichosa razón de Estado son las razones del Estado, las que hacen razonable que un Estado exista. Una de ellas es que en nombre de la ley un hombre puede ser corregido, castigado, pero nunca vejado. Y usted, señor pretor, que era quien mandaba allí en aquel momento, que sabía lo que estaba pasando en los calabozos de su fortaleza, usted era quien tenía obligación de evitarlo. No hay excusas, ni ecce homo, ni zarandajas: a nadie se le tortura por su bien, ni a ningún orden legítimo se puede ayudar torturando a nadie. Lavarse las manos con aire de dignidad ofendida tampoco resuelve nada...
De modo que opino ahora que Pilatos perdió su cabeza muy bien perdida. Digno ejemplo para viandantes, pienso mientras leo que a un detenido llamado Olano y a otros aún se les puede maltratar mientras están en manos de autoridades cuya primera obligación es protegerlos hasta el momento en que la justicia decida sobre ellos. Mal, Pilatos, muy mal. Cuidado con la cabeza. Otros no tienen la suerte de estar en Lourdes, como la estatua damnificada por los anticuras. Allí, la cosa no puede ser más fácil de arreglar, sobre todo con el Papa de visita por los santos lugares: se coge la cabeza y el resto del romano metálico y se echa a la piscina milagrosa. Seguro que sale de las aguas perfectamente reparado y hasta con cierto aire a lo Jaruzelski.
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