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Tribuna
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La guerra de ningún sitio

La aparente posición de tablas en la guerra de Chad presenta una curiosa simetría con el bloqueo permanente de la situación en Líbano. El ejército rebelde de Gukuni Uedei -rebelde, pero no se sabe contra qué legitimidad-, que sin el concurso de las tropas y los medios de guerra libíos no pasaría de una algara, se atrinchera en la zona norte del país conformándose con lo que ya tiene, a la manera de los israelíes en la tierra libanesa, mientras que los leales de Hissène Habré -leales, fundamentalmente, a sí mismos-, parapetados tras los paracaidistas franceses, custodian Yamena y lo que les queda del Chad meridional, como si fueran sirios con sus quintacolumnistas en versión drusa o palestina.La diferencia esencial entre las dos situaciones es la de que mientras en Líbano hay apreturas para imponer una u otra teoría del país, en Chad no parece haber ni una cosa ni la otra; mientras los propios libaneses y, por supuesto, sus inquietos vecinos quieren aplicar en multitud sus soluciones para la continuidad del Estado, el ajedrez de banderías chadianas necesita un protector de fuera que inspire sus propósitos de dominación y, de paso, explique en qué consiste eso de Chad.

La prueba de que Chad no existe es doble. Por una parte, Uedei o Habré, tanto monta monta tanto, tienen tan fácil la alianza que un año los encontramos pupilados por París y al siguiente por Trípoli, hasta el extremo de que cuando Habré recientemente se despachaba en la televisión francesa atacando a los protectores libios de su oponente, tuvo una comprensible equivocación al calificar de "arrogante" a Francia, lo que pudo rectificar sólo cuando se hallaba a media palabra. Hay que tener mucha memoria para llevar al día la última hora de quién es aliado. Y, por la otra, ninguno de los que mueren por defender su parcela de territorio lo hacen porque importe demasiado quién instale, al fin y al cabo, su legitimidad en Yamena.

Para Francia, la pérdida de Chad no tiene una importancia en sí misma, sino delegada, en la medida en que los regímenes más pro franceses del África vecina verían con la mayor aprensión cómo París dejaba caer a cualquiera de sus protegidos ante la ofensiva del libio Gadafi. De esta forma, la guerra de Chad se libra por parte de Francia en beneficio de Houphouet-Boigny de Costa de Marfil o de Diouf de Senegal, objetivos mucho más codiciables que un Habré o un Uedei de más o de menos. Por parte libia, la contienda toma la forma de una apertura negroafricana en la estrategia de Gadafi en el Magreb. Un eje con su centro en Trípoli, que aspea como una cruz el mapa de las ambiciones libias, bajando verticalmente hasta el corazón del África negra y formando un bloque horizontal de tierra árabe hasta el Atlántico, con la mala fortuna para el país que nunca existió de que Yamena se halle en la embocadura misma de ese descenso a los infiernos de la negritud que persigue Muamar Gadafi.

Unos y otros, en el caso francés con disgustado recelo y en el libio con la fiebre azarosa de quien busca su lebensraum, se sirven de Chad para sus fines de política exterior, política de prestigio, política de evitación del contagio, pero en ningún caso apostando por una u otra teoría de Chad en el futuro. Pobre Chad, tan lejos del dios de los animistas y tan cerca de sus numerosos e íntimos vecinos.

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