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Los parias de la ciencia

El descrédito creciente de las teorías keynesianas y sus alternativas monetaristas neoliberales como solución a los graves problemas estructurales de las economías occidentales está propiciando un resurgir de las ideas de Schumpeter acerca de la importancia del input de la innovación tecnológica en el crecimiento económico.El principal promotor de la teoría de Schumpeter es en la actualidad el profesor Freeman, de la unidad de Política Científica de la universidad de Sussex, quien sostiene que la investigación fundamental -ajena a presiones coyunturales y directrices de carácter económico- ha desempeñado un papel decisivo en el desarrollo económico occidental. Bastaría con recordar la contribución de la investigación básica sobre la estructura molecular de los años veinte para el desarrollo de la industria de los polímeros sintéticos de los años treinta; o bien, la importante contribución de la física del estado sólido de los cuarenta para los avances espectaculares de la electrónica y los ordenadores. Por ello, sostiene Freeman, se debieran potenciar a largo plazo las nuevas ramas de la ciencia fundamental, tales como la biología molecular, que están proporcionando las bases para una biotecnología sobre la que impulsar una nueva onda de expansión económica. Por su parte, Jean-Jacques Salomon, director de la división de Política Científica de la OCDE, se manifiesta completamente de acuerdo con la idea de que la posibilidad de salir de la actual crisis está estrechamente asociada a las inversiones en investigación.

Por lo que respecta a España, las continuadas prédicas y recomendaciones de la OCDE, junto a las tímidas y esporádicas medidas adoptadas por diferentes Gobiernos, no han logrado modificar nuestra penuria científica endémica, de rasgos tercermundistas, y en abierta contradicción con nuestro ranking en la producción industrial. Efectivamente, nuestro esfuerzo inversor en investigación y desarrollo está estancado desde que se inició el cómputo de este indicador -en torno al 0,3% del producto interior bruto, que no sólo es el menor del área de la OCDE, junto con Grecia, Portugal y Turquía, sino que es también inferior al esfuerzo inversor en ciencia y tecnología efectuado por países tales como Yugoslavia, Ghana, Egipto, Kenia, Brasil o Venezuela- Es muy probable que las partidas consignadas como investigación en muchos de estos países puedan estar infladas por razón de prestigio, Pero esta misma consideración vale para España, donde al prestigio habría que añadir las ventajas fiscales que supone para las empresas el consignar como gastos de investigación los costes del análisis y control de calidad propios del proceso productivo.

El factor humano

Con todo, el problema más acuciante para el futuro inmediato no estriba tanto en las magnitudes a invertir en ciencia y tecnología como los criterios para distribuir unos recursos limitados entre diferentes sectores con demandas prioritarias. En este sentido, nunca se insistirá suficientemente en la gran importancia del factor humano para cualquier estrategia de política científica, partiendo, como lo hacemos, de unas cotas enormemente bajas de personal investigador cualificado: 2,5 investigadores en régimen de jornada completa por cada 10.000 habitantes, según los datos del último censo de la Unesco (1982). Una cifra que compara muy desfavorablemente con los 5,2 de Cuba, 6,8 de Italia, 10,6 de Yugoslavia, 12,8 de Francia, hasta los 30,3 de Checoslovaquia y los 35,5 de Japón o los 39,9 de Israel.

A la escasez de investigadores habría que añadir su acentuado envejecimiento, con una edad media cercana a los 50 años, que ya se aleja irremisiblemente del margen de máxima creatividad científica, que se sitúa entre los 30 y 40 años de edad. De esta forma, si no se consigue un ritmo acelerado de rejuvenecimiento mediante la incorporación de nuevas promociones de científicos, el panorama, a la vuelta de 10 años, puede ser el de una comunidad científica pequeña y con unos rendimientos inferiores al 20% de la capacidad teórica. Un panorama desolador, sobre todo si se tiene en cuenta que la capacitación profesional de un buen científico requiere por término medio ocho años de formación posgraduada.

Parálisis expectante

¿Cuáles son los nuevos planteamientos con respecto a este acuciante problema? Por lo pronto, el Gobierno socialista parece estar atrapado por una parálisis expectante, puntuada por grandes decisiones que pueden comprometer seriamente el futuro deseable. Así, la falta de directrices claras en cuanto a formación de personal investigador ha dado lugar a que se reproduzcan situaciones intolerables, como las del colectivo de becarios del Fondo de Investigaciones Sanitarias, que a finales de mayo no había percibido todavía ninguna mensualidad del año 1983 ni había visto resueltas las solicitudes de renovación, pendientes desde febrero. No menos sangrante es la situación de más de un centenar de doctores formados en el CSIC, muchos de ellos con formación posdoctoral en el extranjero y que sobreviven en una situación de subempleo, a la espera de unas plazas de colaboradores científicos congeladas desde hace más de 10 años. Incidentalmente, hay que señalar el impacto enormemente negativo de esta congelación de plazas sobre el futuro del CSIC, un organismo que representa más del 50% de toda la investigación científica y desarrollo tecnológico del sector público.

A la frustración y desaliento de estas situaciones crónicas -institucionales y personales- se une ahora el agravio comparativo que supone el proyecto de incorporar a la Universidad en calidad de profesores titulares a más de 7.000 doctores, mediante un concurso restringido entre profesores contratados. Sin entrar en el fondo de esta cuestión, que atañe a la necesaria reforma universitaria, sí quisiera destacar la situación kafkiana en que quedan más de 50 doctores formados en el extranjero. Este colectivo se encuentra en situación administrativa de becario posdoctoral, merced a unas convocatorias de becas de reincorporación, destinadas, según el rimbombante preámbulo de la orden ministerial, a "hacer posible a titulados españoles que investigan en el extranJero reintegrarse a España". Ahora, por un efecto doblemente discriminatorio de los contratos habilitados en la anterior legislatura por la lauilla del profesor Mayor Zaragoza y los planes del actual Gobierno de cara a la reforma universitaria, este colectivo de persernal altamente cualificado se queda descolgado, por no estar en situación administrativa de contratado.

Esta situación brevemente enunciada reclama una solución definitiva en el contexto más amplio de una ley general de investigación. El futuro de la ciencia española, que depende en gran medida de los jóvenes investigadores, no puede establecerse como unsubproducto de la necesaria reforma del sistema universitario.

Ángel Pestaña es biólogo.

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