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Reportaje:

De los bosques al fuego

A la isla de La Palma hay que descubrirla por mar y al amanecer

La isla de La Palma no desmiente el nombre que le pusiera a finales del siglo XV el adelantado de Castilla, Alonso Fernández de Lugo. Si se llega por mar y al amanecer, que es como mandan los cánones isleños, se ve la muralla de montañas salpicadas de palmeras y allá en lo hondo, en el estrecho espacio que le conceden las rocas y el mar, Santa Cruz, la capital y el puerto.La más occidental de las Canarias, la más atlántica, es también la más verde de todas ellas. Alejada más que ninguna del desierto del Sáhara, está sometida a una serie de corrientes marinas que suavizan aun más el clima y le conceden el gran privilegio del agua. De curiosa forma triangular -todo el archipiélago parece una lección de geometría al vivo- se redondean sus ángulos en su parte norte y se estrecha y apunta en el Sur, allí donde se acumulan los volcanes y la tierra es nueva y reciente, abierta en 1.000 pedazos en la pasada erupción. La isla entera se levanta en cadenas montañosas que rebasan en ocasiones los 2.000 metros de altura, yendo a morir a unas costas que se hacen duras y escarpadas. Quizá sea esta misma hermosísima hostilidad del terreno, o tal vez la lejanía de los más conocidos centros turísticos, las razones que, han preservado a La Palma de la invasión masiva de veraneantes. Al margen de los charters y los grandes movimientos vacacionales, la isla vive de la agricultura, escalonando en bancales las laderas volcánicas.

Santa Cruz de La Palma

Es una ciudad blanquísima y obligadamente estrecha, aprisionada entre el océano y las montañas. Un hermoso paseo -la avenida Marítima- la separa del mar y une el puerto con el antiguo fuerte de Santa Catalina, el castillo Real, perfectamente cuadrado, con sus cuatro baluartes resto de las fortificaciones que defendieron la población de los ataques del legendario Drake. En su borde se alinean algunos de los más bellos ejemplares de la arquitectura popular de la isla, construcciones abiertas en largas balconadas de madera, más o menos decoradas, cubiertas con teja.

Pero el verdadero núcleo vital de Santa Cruz gira en torno a la calle Real. La ciudad entera se ordena siguiendo este eje que discurre paralelo al mar y al mismo tiempo ignorándolo. Los edificios de más interés se dan cita en este lugar, apretándose en torno a la plaza de España, de traza irregular, en la que el Renacimiento aparece bordeado de palmeras. En uno de sus frentes, la iglesia del Salvador con su hermosa portada clásica (en su interior se conserva un interesante artesanado mudéjar), y casi frente por frente el Ayuntamiento, las antiguas casas consistoriales, también de factura renaciente, abiertas en cuatro grandes arcadas de medio punto. Más palacios y casas nobles cierran la plaza y se continúan por la calle Real.

De paseo por la isla

El recorrido tendrá que empezar, para hacer justicia al arte y al paisaje, por el santuario de Nuestra Señora de las Nieves, la patrona de los isleños, que celebran su fiesta el 5 de agosto. A escasísimos kilómetros de Santa Cruz, entre laderas montañosas convertidas en terrazas cultivables y grupos de palmeras que simulan una postal oriental, el santuario aparece como un oasis. Magnolios, gigantescos pinos canarios y jacarandás forman una plaza en la que se encuentra, además de la ermita, del siglo XVI con sucesivas reformas, la Casa de los Romeros, un edificio del siglo XVII, todo en blanco y verde. El interior, riquísimo, cuajado de cuadros y oros, con un altar de plata repujada de los siglos XVII y XVIII, merece sin duda la visita.

Más allá se levantan los límites y la frontera. La gran Caldera de Taburiente y sus alturas obligan a las carreteras a pegarse a la costa, multiplican los kilómetros y alargan las distancias. Calma La Palma no es una isla para visitar en un solo día.

Hacia el Norte, alguna playa, como la de los Nogales, y una visita inexcusable, el bosque de los tilos, en el que se conservan magníficos ejemplares de esa especie relictual que es la laurisilva. Toda la costa norte es quebrada y montañosa y la carretera cuando menos difícil. Algunas paradas: Garafía, con una hermosa iglesia, y Tijarafe, en cuyas cercanías se localiza el famoso Roque Idafe, al parecer, lugar sagrado para los primitivos isleños, donde realizaban ofrendas en épocas de sequía.

Hacia el Sur, el paisaje, pasado Breña Baja, se va haciendo más y más desolado -tierras resecas, antiguos y perfectos cráteres, piedras que fueron lavas ardientes-: es el cupo que le toca a La Palma de malpaís, ese suelo hostil, pedazo dé un desierto volcanizado del que están hechas, a trozos, alternando con los bosques y los cultivos milagrosos, las islas Afortunadas.

Cerca de Mazo, un pueblo hermosísimo de calles floreadas y en pendiente, se encuentra la cueva de Bamaco, donde se han encontrado inscripciones que corresponderían al ciclo megalítico de la Europa Atlántica. Y en Hoyo de Mazo, una visita a El Molino, un taller de cerámica donde se reproducen con todo cuidado y fidelidad piezas prehispánicas. Vasijas, grandes recipientes para el agua realizados a mano, pulidos con piedra, de una perfección sorprendente y a unos precios realmente buenos. La punta sur, castigada por los volcanes, cubierta de ríos de lava interminables, aprovechados los más mínimos espacios para las viñas, parece la antesala de un infierno reciente. Una pista lleva hasta el mismo Teneguía, esa montaña que un octubre de, 1971 empezó a echar el fuego de toda la tierra, rompió la antigua configuración de la isla y, como un dios en la creación del mundo, repartió de nuevo relieves y colores, cubriendo la superficie de tonos malvas.

La Caldera de Taburiente

Es el corazón de la isla. Su abismo. Se trata de una formación geológica gigantesca, resultado tal vez de la erosión y de sucesivas erupciones y movimientos sísmicos. Un paisaje impresionante de farallones inaccesibles que parecen caer al mismo centro de la tierra. No hay horizontal que valga en la Caldera. El rey es el vacío, sin más límite que las peladas montañas. En sus laderas, deslizándose hasta lo hondo, bosques de pinos verdísimos y apretados. De los accesos, el más sencillo el que sale de la carretera de El Paso y llega, por paisajes hermosísimos, al mirador de la Cumbrecita: a los pies el abismo y frente a frente las paredes rocosas, multicolores, de la Caldera, la frontera del mundo. Desde Los Llanos, la segunda población de la isla (con estupendas mansiones y una interesante iglesia) sale una carretera convertida luego en pista que atraviesa el barranco de las Angustias, donde la Caldera se abre al mar y se acerca a las entrañas de Taburiente. Otra pista, por la parte norte, llega hasta el Roque de los Muchachos, otro mirador excepcional.

El viaje

Una vez en Tenerife, que es el centro turístico más cercano, y al que se puede llegar por precios baratos (Club de Vacaciones tiene programas de siete días, avión ¡da y vuelta), se puede tomar un barco de Transmediterránea de Santa Cruz a Santa Cruz. Hace la travesía de noche y,la Regada es memorable. Hay también aviones desde Tenerífe y Las Palmas de Gran Canaria. En el mismo Santa Cruz existe un parador en la: avenida Marítima en una construcción de tipo tradicional.

Rectificación: En el artículo de Viajes del pasado domingo, día 24 de julio, sobre México, aparecía una ilustración de la pirámide del Sol y la de Palenque, situando ambas, en el pie de foto, en el Estado de Jalisco. Como cualquier lector se puede dar cuenta, se trata de un error. La pirámide del Sol de Tenochitlán, junto a México D. F., pertenece a la cultura azteca, y la de Palenque a la cultura maya lotalizada en los Estados del sur de México.

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